Gabriel Gatti
Bilbao, Marzo de 2022
La invasión rusa a Ucrania, al igual que otros males de este tiempo, ha hecho que aparezcan a los ojos de los que miran la superficie, las cosas que veíamos los que por oficio debemos mirar un poco más abajo. Y una de esas cosas es el refugio pensado como una suerte de fenómeno social total, o si no tanto, como un concepto que puede ayudar a entender cosas que circulan, que lo atraviesan todo. Dije esto pero no estoy seguro realmente de que sea eso lo que quiero decir: la desaparición —en su versión desaparición social— sí que puede ser tratada como un FST, repensada como una herramienta analítica de esas maravillosas que sirve para pensar el mundo todo; las víctimas en parte también, no sé si herramienta pero sí personaje, uno grueso y omnipresente, representativo de casi todas las nuevas formas de agencia y de ciudadanía. Pero refugio todavía no sé ¿Quizás como una situación general? ¿Una tendencia? Sigo igual…. Paro este diálogo interior. Me refiero a algo que si supiese decir dialogaría bien con eso que dice Haraway de que el mundo contemporáneo, el del Antropoceno, se ha quedado sin refugios y que por eso el refugio nos preocupa: porque era un dado por supuesto y ahora hay que pensarlo. Y se piensa.
La invasión de Ucrania es de esas cosas que ha permitido hacer muy visible eso de un modo extrañamente paradójico: activando el mecanismo que permite acoger con cierta facilidad al que es fácilmente acogible (porque su Estado no le puede proteger, porque se quedó sin resguardos) ha sobreexpuesto el concepto, omnipresente, haciendo ver que se puede usar para un montón de situaciones no tan obvias como esa, en las se conjuga el mismo verbo, pero de otras maneras. Es confuso, me confunde; es que no es fácil todavía. Quiero decir que la celebración de posibilidad de usar con Ucrania ese verbo viejo de modos viejos (millones de refugiados que tienen lo que hay que tener, o sea, perseguidos, no protegidos, que deambulan buscando cobijo y lo encuentran en otros Estados que les dan eso y les reconocen como ciudadanos) ha dejado ver que ese verbo preocupa porque no funciona hace tiempo como funcionaba antes y lleva tiempo usándose para entidades en situación de abandono que hacen chirriar los mecanismos heredados para entender el mundo: ¿es refugiado un migrante varado en alguna frontera? ¿Es un descuidado un animal a la espera de adopción en algún asilo? ¿Lo son las mujeres maltratadas en algún hospicio? ¿O el joven en situación de calle? ¿O el menor no acompañado? El verbo refugiar se puede conjugar de muchas maneras y hasta se pueden usar otros verbos (acoger o proteger o cuidar o reservar), que significan lo mismo. Pero el fondo no es el que la ya vieja ley humanitaria dibuja…
El 11 de marzo la Cadena Ser emitió un reportaje muy revelador de este menjunje. Intentaba ir al fondo del asunto recorriendo distintas situaciones donde acoger fuese la acción principal. Salieron de Ucrania, pero fueron a Melilla y a las calles de la ciudad y a Siria y a los albergues de animales y a las canciones de Jorge Drexler y C-Tangana y a la manta y al cobijo y al asilo y a las sábanas del amor, que se ve que también son refugios, o que al menos acogen. Los verbos bailaban entre sí. Muy lindo todo. Todo era el mismo problema.
Otro FST, Marcel: acoger es refugio y son derechos y son procedimientos (“para acoger se ha activado un procedimiento…”, “real decreto de 2003…”, “respuesta de protección…”, “activados los mecanismos…”). Es derecho del mundo viejo, del de 48, del de la convención del 51; es también cobijar, que es guarecer, lo que suena a calorcito (de hogar, y amor, y canciones). Y sobre eso rebota el sentido de “adoptar”, que es acoger. Y en eso resuena, por supuesto, recibir en casa, dar un aperitivo, ser amenos y buenos conversadores mientras se ofrecen quesitos y zanahorias al huésped, bien maridadas. Lo que en algo se parece, y sí, es verdad, a un refugio subterráneo en Kiev. Cuevas… el amor en ellas, los “puntos calientes” del sexo oculto. Y la sopa casera, la de mamá o la del hogar de acogida… aunque este sea para gatos u otros no humanos, que, sí, claro, merecen refugio.
Menjunje, ya digo. No el de la sopa, el de los conceptos.