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Adenda a la cata del puti de marzo del 2023 (la capa vacía)

Gabriel Gatti

Bilbao y Munich – 6 de Mayo de 2023

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Escucho atento la serie de podcasts de la Historia es ayer que los de El extraordinario hacen con la colaboración y el protagonismo del gran Alfredo González Ruibal, un tipo que combina retranca con sabiduría para dar interpretaciones cabales y seductoras de objetos que a muchos no les dicen nada. A él le dicen de todo las ruinas, los silencios, los escombros. En abril de 2023 la serie de programas cede espacio a otro tipo que piensa combinando retranca y sabiduría, no sé si en las mismas dosis que Alfredo pero en buen equilibrio, Xurxo Ayan. Xurxo, desde su sede en el mundo, que está en Ponferrada, en Galicia, ayuda a los de El extraordinario a hacer dos capítulos sobre la arqueología de los puticlubs. Vale la pena dedicar un rato para aprender y divertirse; oí los dos programas en un vuelo de Múnich a Bilbao que gracias a ellos se me hizo cortísimo. De no perder.

Xurxo explora los restos de algunos puticlubs que rodeaban zonas obreras de Galicia —como el Las Vegas de mi cata de finales de marzo—, hoy meros escombros —como en mi cata—, como las zonas obreras, ya arruinadas —como en mi cata también—, como sus mundos y las fábricas alrededor de las que crecieron esos puticlubs, ya pasado —lo mismo que lo que vi en Alonsotegi—. Mientras Alfredo habla de los escombros de lo que fueron edificios del frente de guerra en Vaciamadrid y nos cuenta lo que esos escombros dicen (y no dicen) interpretando cositas que halló en las distintas capas que detectaron cuando excavaban (así, una capa con restos de la vida de algunos homeless en los setenta, otra capa con indicadores de ocupaciones «nivel yonqui» de hace menos tiempo, otra capa, más abajo, con rastros del aburrimiento de los milicianos republicanos que estaban en ese frente cuando la Guerra Civil), Xurxo se pasea por las ruinas de dos putis, que dejaron esa actividad hace unos 40 años. De a poco, va reconstruyendo la miserable arquitectura del establecimiento, interpretando lo que encuentra. Son cicatrices en el edificio que revelan acciones pasadas de planificación de un espacio miserable, lleno de celdas —los cuartuchos donde trabajaban las mujeres, de 2 x 2, con un ventanuco y un techo de uralita que dejaba ver el cielo—, una barra americana, un mesón cercano. Los rastros de eso que fue dejan ver un modelo de explotación de la vida sostenido, dice, por la «depredación del territorio». Es un modelo que aplica para distintas formas de vidas-ganado. Puro plantacionoceno, añado; este de los putis era y es un «fenómeno a escala industrial», que se extiende por España. De él hay restos por todas partes, allá en Galicia, aquí cerca de mí, en Alonsotegi. Regreso allí, a aquella cata del puti abandonado de Alonsotegi, a metros de la orilla del río Cadagua, cerquita de Bilbao. En el final de esa cata dije (perdón, me cito, que es algo feo):

¿Qué es ese lugar? ¿Qué cosas pasaban ahí y por ahí? Es resto del resto, ruina de la ruina, abandono de lo que ya lo era. Resto, basura indefinible de gente que nunca llegué a ver. ¿Dónde está ahora lo que había? ¿En qué pozo de mierda cayó? ¿A dónde se fue? Porque se fue y ya siento que no es posible saber lo que fuera que fuese. El puti era una puerta de entrada a un mundo lumpen, en el siguiente círculo. La puerta se borró para mí. No tengo acceso a lo que esconde. El radar que usé antes, el del folclorismo postquinqui, à lo Alex de la Iglesia, o el de la denuncia o el del asistencialismo no sirven ya. Se fueron más allá, al mundo desaparecido, y perdí la pista de la puerta de acceso. Queda la basura, poca cosa, inquietante, la prueba de su inestabilidad.

No supe decir lo que quisiera decir, todavía no sé hacerlo. Pero es algo así: la textura de ese mundo de mierda, el que habitaban las mujeres que trabajaban allí, es la de la ruina, incluso cuando estaba activo. Es tan así, tan subalterno, tan invisible que ni rastro deja. No hay nada alrededor de lo que queda de el Las Vegas que me diga lo que no vi tampoco cuando parecía estar activo, nada. Ni entonces ni ahora dejan rastro. Pienso en eso cuando oigo a Xurxo contando que en uno de los puticlubs sobre los que trabajó hay rastros a espuertas de lo que hizo el fulano que fuese el dueño, uno al que le fue bien: facturas de compra de un microondas, un proyecto de un arquitecto para la reforma del edificio, visado por el ayuntamiento. Pero de las mujeres no queda nada, apenas nada (algunos medicamentos, algunos muebles). Vivían un mundo que mientras se ocupaba estaba tan desaparecido como ahora: no deja archivo, no deja huella. No hay rastros, ni palabras, ni imágenes, ni siquiera deja un colchón sucio, a lo sumo una capa (arqueológica) de cosas que faltan; esa es su textura, un silencio ensordecedor.

¿Cómo contarlo?