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Antirrefugios

Ignacio Irazuzta

Epecúen (Argentina), 2 de marzo de 2023

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“‘Matable’ y ‘matabilidad’ se compadecen mal con nuestra sensibiliclad lingüística”, dice el traductor del Poder soberano y la nuda vida de Agamben, Antonio Gimeno, en la nota 1 referida al Homo sacer. Pero no así “matadero” —diría yo sostenido por la foto que precede a este texto—. Suena a lugar donde esas dos palabras son, si no decibles, sí practicables. Matadero es un lugar donde lo matable tiene una existencia cotidiana, tanto que la matabilidad es su condición de existencia.

El lugar es, por tanto y siguiéndole por ahí, el mayor contenedor de palabras agambianas: nuda vida, excepción, exclusión biopolítica, poder soberano. En vacas, pero muy de la onda de los que fueron de personas, de los campos de concentración, los lugares de exterminio sistemático… cosas del orden de esa racionalidad biopolítica, verdaderamente biopolítica y racional.

Todo eso se me hace contrario a lo que es un refugio, aun habiendo estado en refugios que se veían repletos de dispositivos biopolíticos y aun sin tener una idea acabada de lo que es un refugio. Pero al ver mataderos, al pensarlos como posibilidad, se me hace que es todo lo que no es un refugio; que nada tiene allí que ver con la protección y un mínimo cobijo, que es con lo que lo asociaría. El matadero, ¿un antirefugio?

Lo que se ve en la foto es el matadero de Epecuén, un pueblo inundado en la década de los 80 y hoy turísticamente concurrido como vestigio de una desaparición total (una cata en sí misma. Prometo). El matadero fue construido unos cuantos años antes de esa catástrofe, en la década de los 30 —conocida por la historiografía argentina como la “década infame”, el período del fascismo rioplatense— por el arquitecto Francisco Salamone. A Salamone se le conoce por haber dejado una impresionante obra en el sur de la provincia de Buenos Aires, en el far west argentino. Todo lo que hizo fue obra pública en pequeños pueblos del sur bonaerense. Y solo construía mataderos, cementerios y palacios municipales; estos últimos, siempre con la consigna de ser edificios presididos por altas torres-mástiles más altas que las torres de las iglesias de enfrente. Tipo curioso. Vean si no este ultrarefugio. Es la entrada al cementerio de Saldungaray que Salamone construyó en una de sus ochavas tradiconales, imponiendo una nueva entrada e interrumpiedo todo el trazado de sus calles interiores.