María Martínez
Desde la ya mitíca The walking dead, su secuela o precuela Fear the walking dead o la más reciente The last of us. También desde series como El Colapso y Estación 11 o de cientos de películas de invasiones zombies o de crisis planetarias que causan la casi desaparición de los humanos, el colapso del mundo se ha convertido en un relato común. Son relatos ficcionales, pero que, no sé si por pandemia, crisis medioambiental y rememoraciones a crisis nucleares de cierta plausibilidad mediante, no se nos hacen tan ajenas. Aunque en muchas planea la esperanza de una vuelta a la “normalidad” que no es más que la vuelta al mundo que colapsó —la clave de -re que llama Gatti (2013)— en todas los protagonistas se topan con la tozuda realidad de que han “seguir con el problema” a lo Haraway (2019); poco pueden hacer para solucionarlo. La vía, en general, es generar comunidades de supervivencia que permitan habitar el colapso.
Desde una lectura del cuidado abarcadora, como suele ser el caso, se podría decir que son comunidades de cuidado. En un mundo colapsado en el que los sistemas de protección han quebrado, el cuidado (comunitario, interrelacional, de uno mismo y de otros, también del mundo; el cuidado, vamos) parecería la vía para la supervivencia. De hecho, si pensáramos en una genealogía del cuidado hasta su estrellato, podemos ver que su surgimiento se produce en un contexto de crisis varias —llamémoslas sistémicas con dinámicas intensas de expulsión (Sassen, 2015)—, de precariedades generalizadas (Tsing, 2021) y de declive de los sistemas de protección (Castel, 2004). Esto es, poco a poco, a medida que esas crisis van erosionando los sistemas de protección, el cuidado aparece como aquello para amparar primero a quienes esas crisis van dejando de lado —pobres cada vez más pobres, ancianos solos…— o sujetos que no se habían tenido en cuenta hasta entonces —personas con diversidad funcional—. El colapso del mundo que plantean esos productos culturales sería la consolidación del cuidado frente a la protección.
¿Es así? ¿el cuidado abarca lo que los sistemas de protección —en su época gloriosa, pero también en su declive— dejaron fuera? ¿es cuidado lo que sucede en un mundo en colapso? ¿se puede aplicar a mundos destruidos, a vidas en las ruinas de lo que fue, a cómo habitar el colapso? Recordemos la definición de Joan Tronto sobre cuidado que se ha convertido en un referente y es citada constantemente. La autora dice que el cuidado es toda “actividad que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro ‘mundo’ de tal manera que podamos vivir tan bien como posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, a nosotras mismas, y nuestro medio ambiente, todo ello buscamos que se entrelace en una red compleja de sostenimiento de la vida” (1993). Atendamos a los tres verbos que usa la autora pues no todos nos conducen al mismo terreno: mantener, continuar y reparar. Empecemos por el último, reparar. Las prácticas de cuidado serían reparaciones de nuestro “mundo”, esto es, acciones para arreglar y transformar un mundo precario. Ante un mundo des-hecho, un mundo en el que los sistemas de protección ya no funcionan, pongamos cuidado que permita re-hacer, re-parar a quienes en él habitan y el mundo mismo. Bonito propósito, muy moderno, sin embargo. Ante el mundo des-hecho, re-paremos. Si ya no lo pueden hacer los agentes clásicos de protección —i.e. el Estado— que lo hagan los agentes del cuidado aunque una de sus consecuencias sea precarizar a quien cuida las vulnerabilidades de otros (Artiaga et al., 2021); confiemos, de nuevo, en el sujeto-agente transformador (Mahmood, 2019).
¿Qué sucede si el tiempo de re-paración es ya una quimera? Así lo plantea Haraway (2019) que apuesta, en ese contexto de precariedad generalizada que Tsing denomina Antropoceno, a no pensar en re-parar, reconstituir o rehabilitar, sino a “seguir con el problema”. Los otros dos verbos que propone Tronto —mantener, continuar— parecen rimar mejor con esta propuesta. Es lo que hace Anne Marie Mol (2021) en su trabajo al volver —no es la única que lo ha hecho— sobre la distinción de Arendt entre labor, trabajo y acción. Reproduzco un poco a mi antojo esa distinción. Labor sería lo repetitivo, un hacer que no produce nada estable, es, entonces, efímero, lo que permite —y este es nuestro añadido— (sobre)vivir. El trabajo sería la creación de algo duradero, el sujeto propio es el artesano. Finalmente estaría la acción que es propia del sujeto-ciudadano, es un hacer que quiebra la repetición sin fin de vida y muerte. En el Antropoceno, si el cuidado es algo, es labor. No es una degradación del concepto; al contrario, es un reconocimiento a que lo propio del cuidado en contextos de abandono radical en los que la mera supervivencia pasa por mantener o continuar la vida. Todo un logro. Bien sabe quien cuida que la repetición es parte de su idiosincrasia: cada día hay que lavar(se) o limpiar(se), preparar la comida, comer o dar de comer, prever el siguiente cuidado. No se produce nada nuevo, no se repara nada definitivamente, no se produce nada estable, no se crea nada duradero, no suele cambiarse tan siquiera la situación (de enfermedad, de discapacidad) o la transformación es efímera, la hace a lo sumo un poco más cómoda. El cuidado no es reparación, es mantenimiento, continuación del presente, no transformación hacia un futuro. Rima más con la salvaguarda de la que nos hablan Beuret y Brown (2017) de aquello necesario para habitar en las ruinas del capitalismo, en el antropoceno. El cuidado si es algo en este contexto es un continuo de apaños (Duclos y Sánchez-Criado, 2019; García Selgas y Martín Palomo, 2021) de un presente roto para sobrevivir, para hacerlo algo habitable. Ya no es cuidado, son apaños para la supervivencia.
Referencias
Beuret, N., y Brown, G. (2017). The walking dead: The anthropocene as a ruined earth. Science as Culture, 26(3), 330-354.
Castel, R. (2004). La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido? Buenos Aires: Manantial.
Duclos, V., y Sánchez-Criado, T. (2019). Care in Trouble: Ecologies of Support from Below and Beyond. Medical Anthropology Quarterly, 34(2), 153-173.
García Selgas, F., y Martín Palomo, M.T. (2021). Repensar los cuidados: de las prácticas a la ontopolítica. Revista Internacional de Sociología, 79(3), 1-13.
Gatti, G. (2013). Moral techniques. Forensic anthropology and its artifacts for doing good. Sociología y Tecnociencia/Sociology and Technoscience, 3(1), 12-31.
Haraway, D. (2019). Seguir con el problema: generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni.
Mol, A.M. (2021). Eating in theory. Durham: Duke University Press. Sassen, S. (2015). Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz.