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Benvingut a l’Aeroport

David Casado-Neira

Barcelona, febrero de 2023

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En el hall de entrada al aeropuerto de Barcelona busco el mostrador en donde solucionarán el problema de mi vuelo cancelado. En esta ocasión es un tema generalizado, hay diferentes huelgas en diferentes países, y somos muchos los que deambulamos por los mostradores. Unos resignados, otros enfadados, todos expectantes para ver cuándo será la próxima conexión. Por la entrada, junto a las puertas de acceso al aeropuerto, se ven varios agentes de seguridad, personas con aspecto de que les han puesto algún tipo de uniforme y tanto podrían estar controlando aquí, como haciendo cualquier otra cosa. Es decir, no tienen un fenotipo de policía atlético, cada vez más frecuente entre la policía local.

Gente entra, gente sale. Y se dirigen a dos hombres indicándoles que se tienen que ir: “No podéis estar aquí”. No puedo decir mucho más sobre las circunstancias de tal demanda: si simplemente los estaban echando sin más, si estaban interrumpiendo la entrada, si eran ya habituales “indeseables” por alguna razón. Hace algún tiempo había leído un artículo sobre personas sintecho que habitaban el aeropuerto de Madrid. Por una conjunción legal las instalaciones del aeropuerto eran (o son) un espacio de acceso público, y allí rigen las mismas normas que en la calle. Por eso no era posible una prohibición explícita de permanencia. Es fácil imaginarse el lugar como un sitio relativamente seguro, con algo de entretenimiento, posibilidades de obtener algo de comida, ropa o dinero, y benigno climáticamente. No sé si es la circunstancia del de Barcelona.

Pero, en ese momento, lo que llama mi atención más son tres hombres. Cada uno en cada una de las puertas principales. Con un rollo de film trasparente, de los que se usa para empaquetar los bocadillos y las sobras de la comida, solo que más gordo. Ofrecen envolver tu equipaje. Hubo un tiempo en el que era frecuente encontrar en las zonas de acceso general de aeropuertos hombres (mayormente) al lado de una especie de trono amarillo envolvedor. Se prometía la seguridad de la maleta convirtiéndola en una especie de momia apocalíptica, que sería una de las peores pesadillas de Greta Thunberg. Vueltas y vueltas de plástico. Desconozco cuán efectivo es el sistema, pero por alguna razón no he vuelto a verlo. La desasogante máquina envolvedora ha dado paso al trabajo manual, a una economía informal, a una situación aún más precaria.

Antes o nos dirigíamos a la máquina o la esquivábamos discretamente. Parecía más bien algo destinado a viajeros poco experimentados, un indicio de la ausencia de cosmopolitismo y de falta de control sobre su capacidad de organizar un equipaje. Ahora veo a la gente pasar de largo sin darse cuenta realmente o directamente ignorando a los hombres envolvedores. Me hubiese gustado observar las técnicas del envolvido, cómo se negocia el precio, si se trata de un artesanado delicado o de una chapuza improvisada, pero nadie demanda sus servicios, yo tampoco. A estos los agentes de seguridad parecen tolerarlos, es posible que paguen las correspondientes tasas por actividad comercial a los responsables de la gestión del aeropuerto AENA; o igual aún no los han descubierto.

En el intervalo, los otros dos hombres, negros, han desaparecido.