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Cafarnaúm, lugares de roce entre bichos, casi humanos y exhumanos (sobre una especie de continuum de la (des)protección)

Gabriel Gatti

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Cafarnaúm moviliza un conjunto enorme de ideas y sensaciones asociadas a viejas y nuevas categorías propias de los diferentes oficios que moviliza este proyecto (derecho, sociología, antropología). Toca directamente a todas sus dimensiones analíticas: a algunos les hizo pensar en Estado, a otros en protección de la ley, a otros –como a mí– en desaparición social. Todos nos sentimos interpelados por una película que tocaba todos los palos con los que hemos trabajado estos años. Con Álvaro, Ramón y Nacho la propusimos como material sobre el que trabajar con la idea de protección pues dibujaba con mucha inteligencia un territorio lleno de personajes ajenos al imperio de la ley, léase pues, a la sociedad misma, sujetos que vivían en la nada, sujetos desaparecidos, sujetos pues susceptibles de ser analizados por nuestro aparato de investigación.

Sobresalían los personajes que, como el protagonista o sus padres, se inscribían –y con un nivel de reflexividad y conciencia de sí enorme– en una zona en la que su existencia misma roza con la de los bichos: indocumentados, invisibles, nada. En el mejor de los casos, parásitos y si tienen papeles y decir si existen es solamente a través de papeles que les sancionan, les agreden, les acusan o les advierten; o cuando están muertos (Biehl) o presos, caso del protagonista, que gana estatuto de existente cuando obtiene Documento Nacional de Identidad pasando por la cárcel. En eso, la sonrisa final el muchacho obteniendo por fin reconocimiento como ser humano pleno al tiempo que es fotografiado para ser encarcelado es terrorífica

Los bichos conviven ahí, en esa zona, con otros dos tipos de sujeto. Unos son… no sé, no bichos, pero humanos en el  borde: existen, tienen registro, documentos. Se les reconoce ciudadanía, pero ahí, ahí: es el viejo lumpen, el hombre cucaracha, y la madame, pobres de los de antes, existentes en el borde. Reconocibles,  eso sí. Y por eso, puentes entre los que no son parte y la sociedad, ese todo orgánico y esférico.

Y luego también los que fueron ciudadanos pero ya no. Son aquí migrantes no reconocidos, que al llegar a Cafarnaúm tienen que sumergirse en un terreno dónde son nada: no tienen identidad, ni papeles, ni legalidad, Su única manera de existir es enmascararse, camuflarse o bien recibir, en una suerte de esclavitud admitida bajo la forma de huésped, un falso cobijo [vieja institución islámica que da cobijo a aquel que no salga del territorio del cuidado. Recuerda a los bateyes de la República Dominicana o a los migrantes ilegales en España, en las plantaciones]. En un solo espacio, pues, no humanos, casi humanos, ex humanos. Recuerda a Patterson –muerte social–, a Bradley –vidas insoportables–.  

Es, en fin, una especie de continuum de la (des)protección: ciudadanos en el borde (hombre cucaracha)ciudadanos sin registro (el chaval) no ciudadanos (la chica) ¿Cómo se arma, ahí, refugio? No sé… Según para quién: para los primeros, lo que dé existencia, aun sea la muerte. Para los segundos, las viejas políticas de integración, quizás, y sus maquinarias. Para los terceros, el disimulo: dejar de ser para ser (otro). Para cualquiera de ellos, los otros dos.

No sé, realmente, si la idea de refugio funciona ahí.