Gabriel Gatti
Bilbao, 9 de febrero de 2023
Desde diciembre del año pasado, cuando nos reunimos en Balmaseda, no volví a hacer catas; hasta entonces me prodigué, 32 parí, nada menos. Mientras estuve recopilando notas y noticias de periódicos, o sacando fotos, o haciendo comentarios con las personas que tenía más cerca, las sensibles a las mismas cosas que yo. Pero no llevé nada de esto a texto, que es de lo que se trata con las catas. Un cierto desinfle posterior a la reunión lo explica, en parte, y también la sedimentación en forma de evidencia de lo que el propio dispositivo de la cata quería activar y que de hecho activa, la sensibilidad por la sorpresa intelectual de algo ordinario que hacía pensar en términos complicados lo evidente. El efecto guau le llamo Carolina a esa reacción que tuvimos cada vez que en la calle o en un paseo o en un viaje o leyendo el diario por la mañana nos aparecía algo que podría calificarse como situación ViDes.
Hoy 5 de febrero en la mañana leyendo El País he tenido una vez más una de esas estupendas epifanías, de esas revelaciones, pero a diferencia de otras veces, en las que de un modo u otro lo que tenía delante se relacionaba con cosas, personas, fenómenos, que por costumbre o por obligación de coherencia de sentido se asocian a las cosas con las que trabajamos normalmente (qué sé yo, cuando aparecen noticias sobre chabolas o sobre migrantes muertos o sobre los objetos que pierden el nombre) en este caso, digo, la conexión me resulta un poco más difícil de hacer; intuyo sin embargo, no sé bien por qué, que en el fondo de la cosa esta ViDes y esto es merecedor de una nota como esta que estoy intentando redactar.
La noticia es esta. Recoge la crónica de la visita del corresponsal de El País en Estados Unidos Iker Seisdedos a un espacio en una zona industrial en las afueras de la ciudad de Richmond, la capital del viejo sur confederado, en la que se acumulan como si fuese un cementerio —la imagen es del propio periodista— las estatuas derribadas por los activistas primero y las autoridades después en la ola de protestas que se abrió allí en 2020 y que activó el movimiento que ahora conocemos como BLM, Black Lives Matter. Fue un momento interesante de aquella ola, una suerte de deriva iconoclasta frente a símbolos del poder racista, que luego se amplió fuera de las fronteras de Estados Unidos. Y más allá incluso, fuera de las fronteras del asunto «raza», llegando a otros lugares problemáticos, colonia o género. El tema en sí mismo es interesante aunque no viene mucho al caso detenerse ahora en él; si hasta ahora lo tenía guardado en la memoria y de vez en cuando lo sacaba como ejemplo de alguna cosa en alguna conversación o en algún texto era para pensar en el poder arrollador de las categorías voraces con las que actuamos sobre el mundo en estos últimos años y en cómo muchos de esos manifestantes, los más adscritos a una cierta cultura de la cancelación irreflexiva, terminaron por sustituir esas estatuas derribadas por estatuas nuevas que representasen los valores de la nueva moral, sin darse cuenta de que el problema estaba en la estatua, en el hecho de levantar estatuas que materializasen la moral, la que fuera.
Pero ese no es el asunto ya digo; el asunto que hace de esto una situación ViDes va por otro lado. Va por la imagen de esos objetos derribados, iconos fuertes de una moral ya superada, va por el lado de lo que queda: toneladas de mármol granito y bronce dispuestas ordenadamente en ese predio a las afueras de la ciudad que las autoridades se han quitado de encima donándolo a un Museo de esos muchos destinados a la memoria de un colectivo subalterno, en este caso la comunidad negra, que es la propietaria de la decisión sobre qué será de eso que queda de la de la moral que ya no es.
La exposición de todas esas cosas que ya no tienen el valor que tuvieron, que están enmarcadas como se ve en la foto por los signos de su derribo, es lo que me interesa, y ese enorme predio vacío de personas, que revela un cataclismo sin orden sustitutivo. Para hablar de la ruina del Estado Lewkowicz usaba una imagen poderosa, la de la destitución sin reemplazo: al poderío institucional y esférico del Estado moderno y a su capacidad de abarcarlo todo metafórica y materialmente hasta casi entrado el siglo XXI, cuando entra en su fase de declive (Dubet) no le sustituye una nueva moral, que aunque se intente instalar dura poco, si no fragmentos y situaciones, galpones dice Lewkowicz, y no ya edificios. Esto de Richmond es lo que va después de los edificios, de la moral: el galpón y nadie habitándolo.
¿Y por qué esto es una situación ViDes? Decía antes que no había palabra clave que asociase esta crónica con los asuntos de los que el proyecto debe hablar. Si la hay sería la que vincula cementerio con vacío y con abandono. Pues por el abandono diría, porque el abandono está aquí cerné, delimitado, concentrado en un espacio recortado, como un refugio de cosas que ya no son. Fuera, el orden de la vida y su nueva moral. Dentro, a cobijo pero a la intemperie, lo que queda de otros mundo ¿es un refugio?