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Ecoparque y sonidos

María Martínez

Buenos Aires (Argentina), 17 de febrero de 2023

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Primera salida en familia en la ciudad, vamos al Ecoparque. Lo había anotado porque es un parque abierto con animales (que mejor lugar para el peque) y porque era un antiguo zoológico transformado en parque. No tengo mucha idea de la historia, más allá de lo poco que aparece en su web y lo que alguna persona de la ciudad me ha contado. Ecoparque fue un zoológico decimonónico en el tiempo y en sus formas: jaulas pequeñas, animales encerrados en pequeños espacios; rozando el maltrato animal según los estándares actuales. No sé si fue abandonado o fue esa situación contraria a los derechos animales lo que animó al gobierno de la ciudad a intervenir en él. La propuesta es la transformación de ese zoológico inhumano en un ecoparque, un lugar abierto y accesible (es gratuito; y por el paseábamos muchas familias, algunas de clase popular a pesar de estar en una zona de clases medias), y un lugar de conservación animal. Poco a poco van sacando las especies animales que no corresponden con la zona (quedan unas jirafas y dos elefantes que están en proceso de ser trasladados a un santuario en Brasil, creo) y llenándolo de especies autóctonas. A pesar de estar aún en obras, el parque está muy cuidado, es casi demasiado perfecto. Las maras, un animal endémico creo, se pasean libremente; otros animales como los flamencos están en un laguito amplio y alejadas de los transeúntes que, sin embargo, podemos observarlas.

Salimos del parque y sigo dando vueltas a cómo leer el parque en clave ViDes. Me salen palabras clave: jardín principalmente, por la transformación del jardín decimonónico (zoológico) en otro más propio de la economía moral presente que humaniza hasta a los bichitos; también refugio: el zoológico deshumanizante se transforma en un jardín-refugio que respeta el lugar y sus especies locales. Pero ya digo, estas ideas se me quedan cortas. Al salir cruzamos la glorieta en busca de un lugar para tomar algo. Frente a la entrada del metro algunas cadenas de comida rápida. Nos sentamos en un lugar cercano y se acerca un chaval, no tendrá más de 13 ó 14 años, con un paquete de comida de una de esas cadenas. Se acerca a nuestra mesa y emite un sonido. Le respondemos como otros a quienes se acerca que no tenemos nada suelto para darle. Hemos interpretado —nosotros y muchos otros— que pide dinero, pero en realidad no dijo ninguna palabra que nos indicara que era eso lo que decía. No era sólo un problema de versión de castellano —otros pobres, esos a los que aún reconocemos, nos han pedido en español argentino una moneda en los días que llevamos aquí y les hemos entendido—, sino de carencia de lenguaje. No habla, emite sonidos.