María Martínez
Black lives matter o las vidas negras importan se convirtió ya hace unos años en un grito. Su potencia se encuentra en el reclamo de que hay vidas que no importaban, de que no eran consideradas ni vidas, son prescindibles, y que había que darle la vuelta, reconocer el estatus de vida para, con ello, reconocer los derechos de esas vidas. Desde entonces su uso se ha extendido a otros colectivos, transexuales particularmente (trans lives matter se ha convertido también en un tropo y ha viajado). Tal fue su potencia que se ha transformado de grito movilizador en tópico académico permitiendo la proliferación de trabajos sobre ese movimiento social, sobre su potencial transformador, y, en lo que nos interesa por dos nociones que van de la mano: vida e importancia. En este sentido, trabajos como los de Wynter (2003) o Weheliye (2014) nos obligan a pensar en esas vidas que no importan porque han sido excluidas de la noción de humanidad (menos que humanos o sub-humanos). También los trabajos de Butler, desde Cuerpos que importan (2002) hasta Vida precaria (2006) han sido clave para poner sobre la mesa esas vidas expulsadas de nuestros marcos, vidas que no cuentan cómo vida, más allá de su dimensión biológica. Así, la autora ha propuesto en un trabajo más reciente —“Can one lead a good life in a bad life?” (2015)— una reflexión sobre la noción de vida, cuestión que se plantea ante situaciones de vidas des-contadas, de malas vidas, de vidas expulsadas del marco de reconocimiento.
La cuestión de la vida ha estado —por esos autores citados y por muchos otros, pocos sociólogos, eso sí— trabajada de manera bastante profusa. El interés era precisamente cómo se califican esas vidas como no importantes y, en menor medida, entender cómo es la vida de quién no importa. En este caso nos centraremos precisamente en esa primera cuestión —los procesos que hacen que una vida sea considerada no importante—. Por ello, nos interesa atender más al verbo, importar, que al sustantivo, vida. Lo vamos a hacer a través de algunas teorías de cuidado que permiten vislumbrar el proceso por el que unas vidas importan suficientemente para ser cuidadas y otras no. Joan Tronto (1993), teórica referente en estudios de cuidado, distingue diferentes momentos en el proceso social complejo del cuidado. Entiende Tronto que el cuidado es una práctica compleja que implica diferentes etapas en las que la provisión directa de cuidado —lo que ella llama “procurar”— es sólo una parte del proceso. Tronto define, al menos, dos etapas previas que son las que nos interesan. La primera etapa es el preocuparse por (caring about). Esa etapa implica una disposición de alguien por detectar las necesidades de cuidado de otros/as, reconocer una necesidad; en definitiva, prestar atención o estar atento. La segunda etapa es encargarse, esto es, identificar los medios necesarios para que esa identificación de necesidades tenga una consecuencia en forma de cuidados. Es decir, supone responsabilizarse de que el cuidado se ejecute consiguiendo los materiales y los recursos que harán esos cuidados posibles.
Ambas etapas —preocuparse por y encargarse— tienen un componente ético o moral y sobre él trabajan muchas teorías de cuidado además de Tronto (ver, entre otras, Molinier, 2017). No nos interesa tanto esa dimensión siempre presente, sino abrir alguna serie de interrogantes sobre las vidas que (no) importan. ¿Por qué hay necesidades reconocidas y otras obviadas? ¿por qué hay cuidados que se activan porque se presta atención y otros que no? ¿qué tiene que ver ese prestar atención con que haya vidas que se califiquen como no importantes o malas vidas? ¿qué sucede primero: la calificación de una vida como no importante y su consecuente no preocuparse por y no encargarse, o es el no preocuparse lo que implica la (des)calificación de una vida como tal? Las vidas descontadas lo serían precisamente porque no activan ese estar pendiente de la necesidad de cuidados, no hay preocupación por esas vidas que se convierta luego en encargarse del cuidado y, mucho menos, en procurar cuidado. No serían únicamente las vidas abandonadas que no reciben cuidados concretos, sino las que están radicalmente tan allá, fuera de nuestro “registro de lo sensible” (Rancière, 2000), que no son susceptibles de ser pensadas como necesitadas de cuidado, a las que ni podemos pensar en preocuparnos por ellas, en prestarles atención. En el límite están tan descuidadas, tan descontadas, que no son ni vidas.
La forma que tomen los refugios, sus promotores o gestores, también pueden estar diciéndonos mucho de esas vidas que (no) importan. ¿Es posible un refugio para quien queda fuera de nuestro registro de lo sensible, si no es objeto de nuestra preocupación o atención? ¿Es la constitución de un refugio la vía para prestar atención a quien no había sido considerado susceptible de ello? ¿Permiten, en ese sentido, los refugios hacer contar en el sentido de hacer existir vidas que habían sido obviadas porque ni se les prestaba atención? ¿Cuidar y refugiar posibilitarían, entonces, hacer emerger existencias negadas u obviadas? ¿Permiten los refugios habitar vidas que no importan, esas a las que ni prestamos atención? En el infinito, ¿qué refugios son posibles para las vidas que radicalmente no importan?
Referencias
Butler, J. (2002). Cuerpos que importan. Buenos Aires, Barcelona, México: Paidós.
Butler, J. (2010). Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Barcelona: Paidós.
Butler, J. (2015). Can one lead a good life in a bad life? En Notes toward a performative theory of assembly (pp. 193-220). Cambridge: Harvard University Press.
Molinier, P. (2017). Le care monde. Lyon: Editions ENS Lyon.
Rancière, J. (2000). Le partage du sensible: esthétique et politique. París: La Fabrique.
Tronto, J. (1993). Moral Bounderies. A Political Argument for an Ethic of Care. Londres: Routledge.
Weheliye, A.G. (2014). Habeas Viscus: Racializing Assemblages, Biopolitics, and Black Feminist Theories of the Human. Durham: Duke University Press. Wynter, S. (2003). Unsettling the Coloniality of Being/Power/Truth/FreedomTowards the Human, After Man, Its Overrepresentation—An Argument. CR: The New Centennial Review, 3(3), 257-337.