Salón de belleza - Mario Bellatin
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El moridero. Un espacio imaginario para pensar los límites materiales del cuidar en Salón de Belleza, de Mario Bellatin.

Álvaro Villar

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El texto relata la conversión de un antiguo centro estético a las afueras de la capital mexicana, en un espacio usado exclusivamente para morir en compañía. La concepción de este lugar puede ser analíticamente evocadora, empezando por el nombre que utiliza Bellatín para nombrarlo: el moridero. Según las descripciones, se trataría de un albergue en cuyo interior se esparcen viejas camas sobre las que los pacientes pasan su agonía. En mitad de todo este panorama, merodea una única esteticién y propietaria del local, que no tiene nombre y que es el único personaje que adquiere voz y acción en todo el relato. De hecho, el grupo de inquilinos internos ni siquiera tienen papel, son más bien un magma abstracto compuesto por moribundos esperando entrar ante la llegada de una muerte previsiblemente cercana que se alarga en días, semanas y meses. En origen el moridero era un centro para cuidar a personas malheridas por los conflictos del narco pero ahora tendría cabida en él todo tipo de ser muriente. Actualmente constituye un espacio a su vez renuente a integrarse dentro de las funciones asistenciales de cualquier institución sanitaria:

Las ayudas son esporádicas. De vez en cuando alguna institución se acuerda de nuestra existencia y nos socorre con algo de dinero. Otros quieren colaborar con medicinas. Pero tengo que recalcar que el salón de belleza no es ni un hospital ni una clínica, sino sencillamente un Moridero (pág. 21).

En el relato, el personaje encargado de mantenerlo, más que cuidar, tutela, vigila o simplemente se queda mirando y solamente interactúa con aquellos que, por la particularidad de su padecimiento, aún pueden sostener conversaciones.