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El refugio, un paliativo en época sin curas

Gabriel Gatti

Bilbao, 10 de octubre de 2022

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En tiempos de integración, cuando soñamos que era posible alcanzar estados con nombres y adjetivos plenos (el pleno empleo, la felicidad total, el fin de la historia, el mundo feliz), gestores y académicos aspirábamos a cosas magníficas, como la solidez, la felicidad o la armonía. Felices, creíamos además que era posible distribuir todo eso con equidad suficiente como para que todo fuese cosa de todos. Si había quienes no entraban en esas dinámicas de lo que hablábamos era de emplear estrategias que se definían siempre en clave de re-: restituir / recolocar / reparar / reordenar, también reaparecer, es decir, poner las cosas en su debido lugar. Tiempos de integración, poderosos ellos. La protección es otra acción de entonces. Y también el refugio; lo sabemos hasta por su etimología: huir hacia atrás, regresar al estado anterior, colocar las cosas en su lugar, en el lugar que un sujeto perdió y que deberá recuperar para ser eso, sujeto pleno. Y mientras lo que el refugio hace es proveer de remedios, de sustitutos lo perdido y de lo aspirado: felicidad, seguridad, qué sé yo, plenitud. En esas políticas del refugio, la aspiración es la cura, la plena. Y aunque no se den las condiciones para aspirar a ella, lo sigue siendo. Mírense si no este muestrario, que es de hoy, de ayer vaya, de una campaña de la sección vasca del CEAR, el Comité Español de Ayuda al Refugiado, que expone en el metro vidas que el refugio restituye a su ser pleno y les da seguridad…

…tranquilidad…

…futuro…

y hasta paz y felicidad:

Pero ahora que el vector de fuerza de nuestro tiempo no es ya la integración sino la expulsión (Sassen) o la desaparición (yo mismo) ¿podemos seguir trabajando de ese modo? ¿realmente hay alguien que fuera del refugio sea feliz, esté tranquila, tenga futuro, se sienta segura? Ni siquiera en los espacios de lo normal y de los normales esas cosas están garantizadas. Lo único que tenemos son momentos, lugares muy concretos y específicos donde se logran pequeños remedios, espacios seguros pero siempre provisionales. Así es en los refugios climáticos, esos oasis para habitar el Antropoceno, en los que gano aire fresquito por un rato, o en los parques, en los que tengo salud por un rato, bajo una manta, en la que por un rato tengo cobijo.

El refugio ya no trata de curar; eso no parece posible en un mundo en el que la armonía plena no es alcanzable. El refugio palía, resuelve provisionalmente una situación, y hace que se pueda habitar la incertidumbre.