David Casado-Neira
Waldniel-Hostert (Alemania), 9 de abril de 2023
En Waldniel-Hostert, cerca de la ciudad de Mönchenglabach, quedan los restos de un hospital psiquiátrico que fue lugar de experimentación médica durante el nazismo. Un antiguo monasterio alejado del pueblo y que ha tenido diferentes usos hasta hoy, en cuyos restos no son infrecuentes las fiestas ilegales. En él se encuentra un monumento que recuerda a las más de 500 víctimas (menores y adultas) que murieron en las instalaciones entre 1939 y 1945. Un lugar de eugenesia no racial, pero igualmente justificada como científica y a favor del desarrollo de la medicina. Tras años de ambivalencia, en 1963 el párroco publica un documento sobre las prácticas en el lugar y las víctimas, en 1972 la parroquia decide la instalación de sucesivos monumentos de memoria, primero una cruz con los nombres de los muertos, al que le seguirán acciones sucesivas hasta que en 2018 se inaugura un nuevo monumento diseñado por el grupo de trabajo vienés Struber/Gruber. Durante todo ese proceso la escuela del lugar juega un papel relevante como activadora de la memoria con diferentes proyectos. Hoy un muro que se va inclinando hacia el suelo hasta convertirse en lápidas, en su superficie se registran los nombres de todos los identificados (más información en: https://www.waldniel-hostert.de).
Me encuentro en la zona de visita por otras razones, después de una excesiva comida decidimos ir a dar un paseo y alguien propone ir a dar una vuelta en bicicleta. Al final solamente somos dos, me prestan una bicicleta eléctrica y salimos de la ciudad por caminos que discurren por las traseras de los edificios, la fea ciudad industrial y hecha a medida de los coches, de repente se muestra verde, con jardines y parques, con campos más allá de las autopistas que rodean la zona y que cruzamos sucesivamente por pasos elevados. El aire es frío, en una granja una familia hace una hoguera, los campos están cubiertos de plásticos preparados para la temporada de espárragos y fresas. Sobre la hierba del camino se acumula una capa que parece hielo, pero resulta ser algún producto químico para los cultivos. Alternamos pistas asfaltadas, carreteras y caminos de tierra, campos y aldeas con casas unifamiliares modernas, alguna granja y edificios antiguos. Un enmarañado de infinitas vías de comunicación. Pedaleo detrás de mi anfitriona, se para en los cruces buscando la mejor ruta, nos desorientamos y alguien nos indica el camino. El viento es frío, la luz del atardecer intensa y regresamos justo antes de que se haga de noche de vuelta a la casa.
Ya durante la cena me cuentan que habíamos intentado encontrar el camino a Waldniel-Hostert, y me cuentan la historia del hospital psiquiátrico. Casi nadie en la zona lo conoce, más allá de quien habita en el pueblo próximo, ni siquiera es apenas conocido entre personas del mundillo de la izquierda local, me dicen. Nuestros anfitriones lo han encontrado por casualidad en una de sus habituales excursiones en bicicleta.
Yo tampoco lo he llegado a ver, solamente he ido en bicicleta a dar un paseo sin más destino que el de regresar para la cena. Al día siguiente tenemos un billete para el tren de la mañana. Habrá que volver en bicicleta, y con un mapa.