Gabriel Gatti
Empezamos a ver en casa una serie que se llama Estación 11, de 2021, una ficción post apocalíptica situada tras una pandemia de gripe que deja a la humanidad jodidilla, o sea, con casi todos muertos. Lo curioso es que se escribió mucho antes de “la” pandemia. Se iba a estrenar un poco antes, pero la mano vino como vino y en HBO pensaron que mejor dejarlo para después. Gente espabilada.
La serie, como es propio del género, dibuja un mundo devastado y se pregunta por cómo se habita en él. No renuncia mostrar sufrimientos, quiebres y pérdidas y cuenta, como todas, las reconstrucciones que siguen al colapso: de comunidades, de familias, de nuevos parentescos… Los personajes desconfían, padecen soledades, deliran. Pero a diferencia de otras series, las de zombis sobre todo, elude proponer que no queda otra que la refundación del lazo social en los mismos términos en los que ese lazo siempre se dio. La cosa está jodida, sí; la gente no es muy simpática ya, y hasta se matan entre sí. Pero lo que viene no es necesariamente lo que había: hay sectas nuevas, hay delirios que no existían, las religiones del libro lo son, pero de un cómic, y hay una comunidad que deambula interpretando pueblo a pueblo obras de Shakespeare.
Es eso lo que parece interesante de la serie: cuando la humanidad debe sobrevivir en un mundo de mierda, hay también buena onda, sin liderazgos caníbales, sin autoritarismos asquerosos. Cool, todo cool y kind. No plantea, pues, que la única posibilidad de recuperación sea construir comunidades cerradas que reinicien el proyecto civilizatorio y lo defiendan en sus bordes con violencia extrema, sino hacerse a lo que hay y habitarlo. La “sinfonía ambulante”, así se llaman, recorre los lugares donde queda gente con su circo de colaboraciones en red. Son sujetos malheridos que se unen para vivir el mundo tal cual es. No piensan en reconstruirlo. Compré hace un par de semanas un librito de ciencia ficción latinoamericana. Lo que leí no me capturó mucho, sí la promesa de que el libro contiene formas distintas de idear el futuro, distopías colaborativas, no extractivas y tal. Más allá de la jerga, me interesa que se piense que es posible imaginar mierda que se habita.