Cynthia Sarti y Magdalena Caccia
Irun, 6 de diciembre de 2022
Era el mes de diciembre de 2022. Aprovechando la estadía de Cynthia en Bilbao decidimos ir a Irún, uno de los muchos lugares ya visitados por el equipo de ViDes, sin demasiada expectativa, pero sí con un contacto previo, facilitado por las voluntarias de Ongi Etorri Errefuxiatuak, a quienes habíamos entrevistado un par de días antes. Por motivos de salud y de agenda apretada (el regreso de Cynthia a Brasil era inminente), tuvimos que coordinar la ida para un día festivo (6 de diciembre), lo cual presentaba sus dificultades, ¿alguien estaría dispuesto a hablar con nosotras durante un festivo? Por si eso fuera poco, ese día amaneció muy frío y lluvioso, otro motivo más para pensar que recibir a dos extranjeras y pasearlas por Irún, no parecía el mejor plan para nadie. Con frío y expectativas bajas, aunque con una buena dosis de curiosidad, fuimos hasta Donosti y de ahí tomamos el tren que nos llevó hasta Irún. Habíamos hablado con una mujer, miembro y activista de Irungo Harrera Sarea, con quien nos íbamos a encontrar en una cafetería cercana a la estación de tren para conversar. Llegamos unos minutos antes de la hora pactada, por lo que decidimos tomarnos un café y repasar las preguntas que habíamos preparado. Ella llegó poco después… La conexión fue inmediata, la conversación fluyó en seguida, la información era muchísima, tanto que nos pareció importante grabar porque todo aquello hubiera sido imposible de retener (historia, leyes, estatutos, experiencias…). Allí, en la mesa del bar, empezamos a escucharla. Era como si algo se hubiera encendido.
Ella hablaba de lugares, nos mostró un mapa, señalaba aquí y allá…, hasta que en un momento nos ofreció llevarnos en su coche para que lo viéramos – in loco. Quería mostrarnos la dinámica de los puentes fronterizos sobre el río Bidasoa que separa Irún de Hendaya, es decir, España de Francia, frontera a la que ansían llegar muchas de las personas migrantes que atraviesan España con rumbo a otros sitios. Nos habló también de tiempos: el río, nos contó, ha sido testigo histórico de intentos de huida, de búsqueda de otras posibilidades en momentos en que esa era la única salida. Los esfuerzos por cruzarlo, con o sin éxito se remontan a años atrás: perseguidos políticos durante la Guerra Civil y el franquismo, gente que huía en la noche para no ser vista, subestimando la fuerza del Bidasoa… Historia dura, muerte presente, acecho, ayer y hoy…
Nos subimos al coche bajo lluvia; debido al mal clima y al festivo, había muy poca gente en las calles. El recorrido comenzó por el albergue de la Cruz Roja en donde las personas que llegan a Irún pueden pasar, como máximo, tres noches y bajo ciertas condiciones. El camino desde la estación hasta el albergue tarda unos minutos, no es tan cerca y se atraviesa una zona un tanto despoblada. Nuestra anfitriona nos cuenta que si se hace andando, se ven huellitas de colores en el piso que van señalando la ruta, pero desde el coche no se ve nada. Habló entonces del miedo que puede sentir una migrante al recorrer esas calles en la noche, en el coche de alguien completamente desconocido, sin saber hacia dónde se dirigen. Para generar confianza, cuando le toca llevarlos, ella suele ir hablándoles durante todo el trayecto, ya sea en castellano, en francés o en inglés, para transmitir seguridad, si es que eso es posible de alguna manera. Si bien al albergue no se puede entrar, igualmente bajamos del coche e intentamos ver algo a través de la puerta, sin demasiada suerte. Volvimos al coche.
El recorrido siguió: nos dirigimos hacia uno de los puentes, que tiene en el medio un puesto policial. Nadie nos prestó atención, éramos tres mujeres blancas en un coche con matrícula de Irún, nada sospechoso. Atravesamos el puente y llegamos a Hendaya, la lluvia se tornó más intensa; volvimos a Irún por otro puente, este sin policías. Bajamos del coche y nos acercamos nuevamente al río, pero ahora del lado del puente para peatones, cerrado de forma permanente. Había algunos chicos cerca, africanos en su mayoría, resguardándose de la lluvia. Ella se acercó y les comentó que uno de los puentes estaba sin control, en caso de que estuvieran esperando para cruzar. Los chicos le agradecieron, pero ninguno se movió. Nosotras los saludamos y ellos contestaron con el mismo saludo, sin más. Caminamos un poco más por la zona hasta que la lluvia comenzó a empaparnos y decidimos volver al coche. Ya faltaba poco para la hora en la que teníamos marcado el regreso a Bilbao, por lo que volvimos a la cafetería para poder comer algo antes de subirnos al autobús. Una pena tener que irse.
Volviendo a los apuntes de ese día y rememorando la experiencia en conversaciones virtuales entre Bilbao y San Pablo, si hay algo que aparece con fuerza son las sensaciones: el frío, la humedad, la posibilidad de imaginarse el miedo que sentirían las personas migrantes llegando a ese lugar de noche y encontrándose con gente desconocida que en un idioma ajeno les invita a irse con ellos, a subirse a un coche, a ir a un refugio para lo más básico de la vida: poder dormir, comer, darse una ducha. Qué dedicación y qué compromiso el de las y los voluntarios de Irungo Harrera, pensamos; han montado toda una estructura para dar respuesta a base de solidaridad. Es admirable, realmente.
Regresamos las dos en el autobús calladas, cansadas e impactadas por la intensidad de las informaciones que nos llegaban por distintos sentidos: las imágenes, las palabras y el olor… Todo sugería tensión, distancia e incertidumbre. ¿Cómo son las vidas en tránsito? Llegamos a Bilbao pensando en cuándo volveríamos.