María Martínez
Sao Paulo (Brasil), 26 de Junio de 2023
El Centro de Antropología y Arqueología Forense (CAAF) es un proyecto, financiado por varias instituciones públicas (entre ellas la Universidad Federal de Sao Paulo). Fue creado para trabajar con los restos óseos encontrados en la llamada fosa de Perus, en la ciudad de Sao Paulo. La fosa contenía restos de 1049 cuerpos que se sospechó eran de personas desaparecidas durante la última dictadura en Brasil (1964-1985). La historia de esa fosa y del trabajo inicial con esos restos lo cuenta mejor Désirée de Lemos Azevedo aquí. Ella, junto con la directora actual, Carla Osmo, del centro nos recibieron a Cynthia Sarti y a mí.
La directora nos enseña el lugar. Una pequeña casita donde trabajan unas 8 personas y que contiene los restos de aquella fosa. No nos enseña las oficinas de trabajo, sí el lugar donde conservan los restos de la fosa; eso es lo mostrable. Nos cuenta que lo primero que se hizo fue clasificar los restos de tal manera que en cada caja numerada se encuentra ahora un individuo; algunas contienen un individuo y algunos restos más que no fueron clasificables. Esas cajas con su número de registro se guardan con cuidado (hay que controlar la temperatura) en dos salas del centro. Muestras de esos restos fueron —y esta es la segunda gran fase— enviados a un laboratorio de Holanda expertos en identificación de personas desaparecidas. Una parte de esas muestras se guardó de contraste en el CAAF por si hubiera que recurrir a ellas por fallos en las muestras enviadas. Esas se ubican en una tercera sala, también a temperatura controlada. En este caso la sala tiene, en su pared frontal, colgadas las fotos de las 41 personas denunciadas por desaparecidas por sus familias en la zona durante la dictadura. De esas 41 personas, el trabajo de identificación permitió conectar los nombres de 2 con restos encontrados en las fosas. De las otras 39 personas restantes no se hallaron sus cuerpos; tampoco se consiguió otorgar nombre a los 1008 restos/cuerpos que aún se conservan.
No son nuevas para mí esas imágenes de restos clasificados, tampoco las fotos de los desaparecidos, ni la conjunción de ambos. Lo he visto en imágenes de otros (de hecho, ni tomo fotos). Aún así impacta saber que dentro de esas cajas hay restos de cuerpos. Algunos de esos cuerpos fueron personas-ciudadanas, otras quizás existieron fuera de registro. Vivieron, existieron, aunque fuera de registro. En un momento dentro de una de las salas que conservan las cajas mi espalda roza contra una de las cajas. A partir de ese momento intento controlar mi corporalidad para no tocar lo que no debe ser tocado; para conservarlo en su pureza que tanto se han afanado en darle.
La directora nos cuenta que está pendiente la siguiente fase con esos restos óseos que consistiría en hacer el trabajo de reconstrucción del contenido de cada caja. Es decir, juntar los restos simulando el esqueleto para ver qué contiene cada caja y qué falta. No se ha hecho aún por falta de financiación —el Covid y Bolsonaro como razones—. Mientras el centro se dedica a otras cosas. O más bien, se está transformando en un centro sobre derechos humanos. Así, uno de sus últimos proyectos ha sido elaborar una relatoría para la defensoría sobre la matanza de 9 jóvenes por parte de la policía en la favela Paraisópolis durante un festival de música punk. Parece muy lejana esta tarea con la más material de la fosa de Perus. Y, sin embargo, para la directora y Désirée parece que pasa por hacer lo que se reclama en las desapariciones originales: verdad, justicia y reparación. Sobre todo reparación —hablan en términos de responsabilización del Estado—. Ya no es con desaparecidos políticos, ahora es con jóvenes pobres.
En las horas siguientes a la visita me sigue inquietando el viraje del trabajo más próximo a las desapariciones originarias, el de la arqueología, a ese nuevo, centrado en la responsabilización y los derechos humanos. También me sigue rebotando eso tan presente en las desapariciones originarias y que se detectaba allí con tanta claridad: la separación del cuerpo y el nombre. Pienso cómo se concreta esa cuestión en el caso de los jóvenes de la favela. Tenían nombre, tenían cuerpo, y ambos estaban y están unidos. Incluso no parecen que carezcan de registro: eran parte de los censos de ciudadanía, su identificación nunca fue un problema. En el caso de los restos de la fosa de Petrus no sucede lo mismo. Hay restos de cuerpos (más de 1000), hay nombres (los 41 de la pared); sólo en dos casos eso se juntó. Esos nombres y esos restos tienen ambos registros: los primeros son nombres registrados, eran ciudadanos que fueron desaparecidos; los segundos igual no tuvieron registro en vida, pero lo tienen ahora en muerte (los códigos que registran cada caja). Qué existencia más paradójica que empieza a funcionar cuando se deja de vivir…
Pienso esa ecuación cuerpo-nombre-registro que funciona sin problema para quiénes somos ciudadanos (cada cuerpo tiene asociado un nombre y un registro), pero quiebra para otras situaciones sobre las que estamos trabajando, particularmente sobre las que estoy trabajando estos días en Sao Paulo. Lo hago sobre dos: cuerpos en la calle, y prostitutas. Para los primeros asumo que son cuerpos sin nombre y sin registro. Y lo asumo porque aunque tengan nombre y/o algún tipo de registro numérico, quedaron fuera de nuestro “registro de lo sensible”. Así, cuando paseo con Cynthia y Carla que son del lugar, soy la única que les presta atención. Para ellas son parte del paisaje de la ciudad, quedaron fuera de lo registrable. Para las segundas —las prostitutas—, la ecuación es compleja. Tienen nombre; de hecho, habitualmente tienen varios nombres: el del registro de nacimiento y el de ejercicio de la profesión. La mayoría también tienen registro. No sólo porque en Brasil sean muchas ciudadanas y aparezcan en el censo, sino porque son registradas por todas las organizaciones que les prestan servicios. O sea, son cuerpos cada uno con varios nombres y varios registros. ¿Cuentan por eso?