El proceso, Franz Kafka
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La ley como refugio y la posibilidad de acceder a su interior

Ramón Sáez Valcárcel

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El refugio demanda siempre conocer o abrir una vía de acceso o de entrada a él. La frontera expresa ese límite, confín para algunos, marca de paso para otros, la ambigüedad forma parte de su código genético. Las vergonzosas imágenes de agentes de policía -provistos de cascos, uniformes protectores y defensas (en el lenguaje policial militar este sustantivo enfatiza que la porra solo sirve para que el guardia se defienda de la violencia del súbdito)- golpeando los cuerpos indefensos de pobres seres humanos cuando tocan tierra después de superar la valla de alambre de Melilla desvelan la mecánica brutal de las fronteras, al tiempo que nos desvela la importancia de encontrar una puerta de acceso, idónea para ingresar al paraíso y refugio que es Europa, una región amurallada. En ciertas retóricas sobre la legitimación del estado de derecho se afirma que este es el santuario para el ciudadano, santuario donde los poderes están sometidos al imperio de la ley.

La idea de santuario vinculada al derecho y la imagen de la vía de ingreso al espacio de la ley-refugio-santuario evoca la parábola kafkiana sobre la puerta de la ley. En El proceso Kafka narra por mediación de un sacerdote la conocida “leyenda del portero”, que había publicado como relato independiente en vida, Ante la ley, prescindiendo del diálogo sobre su interpretación que mantienen los dos personajes. Josef K. visita la catedral, un sacerdote -capellán de la prisión- le interpela desde el púlpito cuando percibe su presencia, le pide que se aproxime y le pregunta si está acusado, K. confirma su situación y aquel le dice que le había hecho llamar para hablar con él. K. aprovecha el encuentro para preguntar al sacerdote sobre su proceso, ya que este demuestra un buen conocimiento del asunto (“Por lo menos provisionalmente, tu culpa se considera probada”). Las confidencias del cura le desconciertan. “No entiendes los hechos, le reprueba el sacerdote, la sentencia no se dicta de repente: el proceso se convierte poco a poco en sentencia”. No obstante, aunque las informaciones que le proporciona son negativas, K. confía en la buena disposición del togado para que le ayude a salir del proceso, a vivir fuera de este. El sacerdote le ilustra sobre su error respecto al tribunal con una parábola. Ante la puerta de la Ley hay un guardián, un campesino se le acerca y le ruega que le deje ingresar. El guardián se lo niega. ¿Podré entrar más tarde? Es posible, pero no ahora. El campesino logra divisar el interior de la Ley, porque el portero se aparta y la puerta está abierta. Si tanto te atrae, le dice, intenta entrar a pesar de mi prohibición, pero ni yo aguanto la mirada del tercer guardián. La Ley, piensa el campesino, debería ser siempre y para todos accesible, pero decide esperar a que le autoricen el paso. Sentado en un taburete que le ha cedido el guarda, transcurre el tiempo. De vez en cuando, el guardián le interroga y el campesino intenta sobornarle. Envejece y chochea a la puerta de la Ley; aunque su vista se ha debilitado, percibe un resplandor que viene desde la oscuridad que llena el otro lado de la puerta. Momentos antes de su muerte inquiere al guardia, este se le aproxima: ¿qué quieres saber?, eres insaciable. Todos ansían llegar a la Ley, susurra el campesino, cómo es, pregunta, que en todos estos años solo yo haya pedido entrar. La respuesta es una sentencia: por aquí no podía entrar nadie más, porque esta entrada te estaba a ti solo destinada.

A continuación K. y el sacerdote debaten sobre la interpretación del texto, en un diálogo delicioso sobre la argumentación literaria, moral, teológica y jurídica del relato. “La Escritura es inmutable y las opiniones no son a menudo más que expresión de la desesperación ante ese hecho”, concluye el sacerdote. Desconcertado, K. decide irse pero no alcanza a identificar la salida en la oscuridad que reina también en la catedral. Pide ayuda al sacerdote, quien le aclara que es miembro del tribunal y que no quiere nada de él. “El tribunal te recibe cuando vienes y te despide cuando te vas”.