Por Klara Méndez e Ivana Belén Ruíz Estramil con la colaboración de Gabriel Gatti y María Martínez
Coordinada por Juan Pablo Aranguren, el 8 de noviembre se celebra una sesión de trabajo del equipo de investigación que versa sobre la representación de la desaparición a partir de la lectura de los siguientes materiales:
- Diéguez, I. (2012). La imaginación desgarrada: mostrar la barbarie. In Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor (pp. 43-69). Córdoba: Ediciones DocumentA.
- Friedlander, S. (coomp.). (2007). Introducción. En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final (pp. 21-46). Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.
- Gatti, G. (2008). Construir identidad en la catástrofe (I): artistas y expertos bregando con el sinsentido. In El detenido-desaparecido. Narrativas posibles para una catástrofe de la identidad (pp. 112-123). Montevideo: Trilce.
La presentación de Juan Pablo Aranguren se mueve en ese espacio posible entre la aproximación clásica que viene afirmar la irrepresentabilidad de ciertos hechos, un tema central desde el holocausto (ver texto de Friedlander), y las narrativas representacionales hegemónicas. En base a los textos, Juan Pablo Aranguren propone dos formas de intentar representar aquello que asumimos como irrepresentable:
- El silencio (o la no representación) que plantea lo que significa representar el sufrimiento. Reflexiona sobre las narrativas de “la efectividad del daño”, que buscan la representación del hecho objetivo y se centra sobre la ausencia de sentido.
- Asumir la posibilidad de que haya representación del dolor y sufrimiento, en cuyo caso nos encontramos con el problema de “qué tipo de representación puede o debe hacerse”. Las narrativas de la falta de sentido, como las que se recogen en el libro de
Gatti, proponen la posibilidad de hablar desde este vacío. El texto de Ileana Diéguez dialoga también con esta forma de abordar la representación, proponiendo desmontar el misticismo de “lo indecible”, lo irrepresentable”, la distancia cómoda de la mirada de occidente. Denuncia que el silencio y la renuncia a representar el dolor son también cómplices de la violencia.
La tensión es, entonces, entre esa asunción de irrepresentabilidad y los tipos de representaciones que se han hecho de fenómenos extremos y que se han terminado imponiendo como “modelo” de representación de lo irrepresentable. Frente a éstas, aparecen otro tipo de narrativas que bien a través de la parodia, lo cómico cuestionan las representaciones hegemónicas —frente a la sacralización de la representatividad del daño (Boltanski, el sufrimiento a distancia)— bien acudiendo a “narrativas de ausencia de sentido” en términos de Gatti que no buscan llenar el vacío.
La discusión del equipo gira, inevitablemente, en torno a la cuestión de la (ir)representabilidad de fenómenos límites. ¿Es esa irrepresentabilidad propia de fenómenos cómo las desapariciones forzadas? Se apuesta por pensar que la cuestión de los límites de la representación es una cuestión consustancial del acto de representar; lo irrepresentable de la representación es también parte de la representación misma. En la literatura, por ejemplo, la representación de experiencias no abstractas nunca es plena. Aunque no sea propia de fenómenos como la desaparición forzada, es cierto que hay ciertos fenómenos para los que la representación se hace más compleja; ¿tiene que ver con el problema universal de la cuestión de la verdad? ¿es por ello que se multiplican las formas de representación? Sea la representación de estos fenómenos más o menos compleja, lo cierto es que se producen representaciones. Dos preguntas emergen: ¿qué hace de esos fenómenos, fenómenos límites y, por tanto, de más compleja representación?, y ¿hay una relación entre ciertos regímenes de representación y el tipo de catástrofe? Se apuesta, entonces, por avanzar en un concepto de irrepresentabilidad no abstracto, sino concreto; analizar las formas de representar y no representar de cada contexto o momento histórico, preguntarse qué implicaciones tienen y que visibilizan e invisibilizan en cada caso, así como indagar en las racionalidades que esas representaciones generan, los sentidos que se crean y/o los sinsentidos que buscan mantener.
Si la cuestión de la representabilidad/irrepresentabilidad es central, varias cuestiones más entran a debate. Por un lado, ¿a quién se le otorga el mandato de la representación? Si el arte juega un papel fundamental, la representación no es dominio exclusivo del arte, también hay representaciones periodísticas, políticas, sociales, de los propios actores, e incluso de los científicos sociales; la misma categoría de desaparecido es un ejercicio de hacer representable lo irrepresentable. Incluso el número (nº de desaparecidos) puede pensarse como un tipo de representación. Por otro lado, se plantea si las representaciones forman parte del dispositivo desaparecedor al tiempo que se utilizan más tarde para “hacer memoria”; así la cuestión de la representación de la desaparición no es sólo cómo se representa al desaparecido, sino cómo la representación, con sus regímenes de visibilidad e invisibilidad, también hace desaparecer. Finalmente, y a la estela del texto de Diéguez y su pregunta de “qué sucede cuando los otros nos devuelven la mirada”, se propone que un tema de trabajo sería no tanto cómo se representa lo silenciado, sino cómo el poder produce esos silencios y las representaciones de esos silencios. Ello permitiría atender a un diálogo entre el desaparecido-ciudadano y el desaparecido-“otro”.
Foto de Gustavo Germano