Los niños perdidos
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Los niños perdidos, de Valeria Luiselli

Gabriel Gatti

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Hoy tres de abril El País titula una noticia así: «El misterioso viaje de los niños de Ucrania perdidos entre Huelva y Canarias«. Habla de la pérdida de registro de treinta menores que, traídos de Ucrania, se despistaron entre la península y las islas. Parece que a algún funcionario perdió el control.

No veo mucho de lo que esconde el titular pero el enunciado y el subtítulo me recuerda a algunos asuntos que  quedaron pendientes de mirar en Desapariciones, noticias de niños sirios que se perdían por Europa, que se esfumaban casi, o a la ola de noticias sobre casos parecidos en la frontera de México con Estados Unidos. Eso quedó atrás, y debería recuperarse. Mariana Norandi, en una de sus entradas sobre un congreso sobre exilios y migraciones; fiel, como se suele ser a un tema cuando hace poco que se abandonó la tesis que se le dedicó, asocia exilios, olvidos, escuchas y la falta de todo eso y lo liga también a un aspecto que me hizo pensar en estas cosas cuando lo leí, el de las infancias invisibles que habitan los desplazamientos de población, en sus variadas formas. Mariana habla en su pequeña crónica de la falta de escucha y de visibilidad que padecen estas niñas y parece reclamar, aunque no lo dice así, una actitud distinta. es decir. una sensibilidad mayor por eso que ahora no vemos. Me pregunto si es posible. Me pregunto también si el tema pasa por reconsiderar nuestra actitud ante situaciones que efectivamente carecen de escucha y de visibilidad o por pensar las razones por las que esas situaciones son en sí mismas no escuchables, no visibles, es decir, que no se dan las condiciones epistemológicas / políticas / sociológicas para poder escuchar o ver algunas formas de existencia.

Con relación a los niños es algo que está presente últimamente en las inquietudes de algunos y de algunas. Pienso en especial en dos libros de Valeria Luiselli, Desierto sonoro y Los niños perdidos. Especialmente el primero, mucho más redondo y por suerte sin el final panfletero del segundo, que estropea lo que era una excelente hipótesis: existen seres que aunque parecen humanos, que aún siendo más humanos que los humanos porque son humanos débiles, no son humanos porque no les dotamos de las condiciones de visibilidad y de audibilidad que necesita un humano para hacerlo. O no, creo que en este razonamiento me equivoco: son humanos porque todavía no llegaron a serlo y ese es el poder de la categoría. El caso es que los niños de los que habla Luiselli en Desierto sonoro, desaparecidos porque nunca aparecidos, apenas se ven o se ven borrosos y desaparecen con mucha facilidad de nuestro espectro sensible; los dejamos de registrar con muchísima rapidez.

Hay otros niños en el libro de Valeria Luiselli a los que también convendría hacer caso, los hijos de la protagonista del libro, los únicos que a ratos demuestran ser capaces de desarrollar cartografías sensibles a esto que se nos escapa de los mapas. No es que me recuerde, es que me inspiré en ellos para redactar el primer capítulo de Desaparecidos y hacer de la mirada de Ainara, no lineal – no euclídea – colaborativa, un punto de apoyo para mirar lo que no se pudo ver, escuchar lo que no se puede oír.