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Lugar seguro

Gabriel Gatti

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Lo leí hace meses y, tonto de mí, no me dejé llevar por el efecto guau, ese que señala hacia situaciones ViDes, y eso que el libro está lleno de momentos inspiradores de ese efecto. Hasta demasiado lleno diría, «demasiado», porque lo hace obvio. No le entra a contrapelo, no, es muy directo: en un mundo de mediocres medianías un tipo vende refugios de palo (safe place se llaman, viene de USA parece) para montar en cualquier parte de la casa y protegerse de cualquier miedo, desde el nuke hasta el black. Le compran (o no) sus paquetes prefabricados desde jubilados a paranoicos; todos son anormales normales. No es nuestro refugio, diría, el de ViDes, aunque sí es posible que Isaac Rosa, humanista crítico con capacidad de elevarse al estatuto del cáustico, haya visto para desarrollar su texto lo mismo que vimos en ViDes: un mundo decadente, gente asustada, miedo a la pérdida…

«¿para qué coño necesitamos un refugio? Dime, ¿para protegernos de qué? ¿Qué puede pasar?» (p. 31)

Rosa aplica al refugio la mirada que aplicaría un sociólogo, esa atenta al presente pero con miedo, que mira gente que, lo mismo, teme perder lo que tuvo pero que no lo perdió todavía y que se parapeta tras algunos muros, gente que teme que les acose el vacío, la desaparición, la nada. Que se aterra ante sus ocupantes. Y da igual, pueden ser pobres asustados….

«…gente ávida por recuperar no sé qué pasado mítico, vivir como sus padres o abuelos, trabajos para toda la vida, hipotecas de pocos años y vacaciones pagadas. Un lugar seguro en el sótano es un buen sustituto cuando sabes que todo aquello ya no volverá» (p. 29)

…o ricos asustados:

«[gente] con renta suficiente para permitirse un búnker una vez asegurada la piscina, el garaje, el gimnasio, dos o tres coches…» (p. 71)

Nostálgicos les llama. Ta bien. Tiene razón. La sociedad y la sociología de eso está lleno, gente que no imagina otras posibilidades que las heredadas. Es por eso que diría que lo que a ViDes le interesa no es ficción pero es más SF: ya damos por cerrada la pérdida, ya no cabe nostalgia y nos preguntamos que por los refugios de ahora, cuando ya no hay refugios.

Lo de Isaac Rosa tiene puntos fuertes. Uno es su fino desprecio por los botijeros, que no quieren los refugios que él vende porque se construyen unos más estupendos regresando al mundo originario, al campiri. «El Gran Regreso» (p. 42): retornaron al origen, su raíz (ja, ja), a lo auténtico:

«…en alguna asamblea botijera (…) [escuchó] la teoría de que, en circunstancias de desastre, de gran calamidad o de derrumbe social, lo que predomina no es la violencia, el caos o el sálvese quien pueda, sino todo lo contrario: cooperación, ayuda mutua, solidaridad, comunidad. Abracitos» (p. 100)

En pandemia se dijo todo esto, ¿recuerdan? Recuerdo también que justo cuando estaba leyendo estas páginas (era como por junio de 2022) me tocó evaluar un lindo TFG botijero que hablaba de la bella dureza de la vida de campo, tan directa y sincera, tan cierta y verdadera. No era malo, no, para nada; hablaba de Tsing y de Antropoceno, había leído. Pero era tan ingenuo. El profesor que lo evaluaba conmigo, buen tipo, tipo ingenuo, meaba Pepsi Cola al leerlo, pues él también se había retirado al campo para (re)conocer la verdad perdida. Hay mucho botijero, retornados a un lugar del que nunca fueron, recuperadores de un orden que no fue, y, ay qué paradoja, hacedores de parques, racionalizadores de naturalezas varias. Los hay aquí y allá. Me extrañó constatar que el revival de eso explotara tanto hoy en día. Y quizás habría que explorarlo en las entrelíneas de la bibliografía que leo (Tsing de nuevo, Despret hoy) y en las prácticas artísticas que me asombran (el trabajo de María PTQK en Ciencia Fricción). Siempre en el lugar fantástico y difícil de la crítica analítica, a veces resisten poco la tentación de caer del lado ingenuo de la verdad feliz.

Pero estoy con Rosa; sigo pues. Salto la parte dedicada a otra tribu que busca refugios, los Prepas, cuasi-fascistas y miedosos, que «están preparados, llevan mucho tiempo preparándose (…) para sobrevivir (…) al apocalipsis» (p. 108): se preparan para lo que vengan, migrantes, guerra nuclear, vecino de al lado. Lo que sea que les de miedo, que es casi todo. Viven con el culo en un bunker. Refugio en modo The Walking Dead, «preparacionismo extremo» (p. 109) del que todo el mundo bebe en mayor o menor medida: «Todos hemos desarrollado estrategias de supervivencia (…). Por si acaso» (p. 109). Tiene razón: supervivencia y refugio se tocan, a veces por lados feos ¿No son los botijeros otros prepas?

«De espíritu colectivo y solidario, pero prepas a fin de cuentas. Dicen eso tan curso de que están plantando semillas para que crezcan en el futuro (…). Pero en realidad están organizando su propia vía de supervivencia, comunidades en las que resistir en caso de colapso, ellos que tanto cuestionan la idea de colapso. Comunidades donde habitar ya hoy el colapso, el cotidiano (…). Comunidades que se creen seguras» (pp. 111-112).

Los dos son miedosos, mucho. Y conservadores. Más. Y eso que cuidan y trabajan lo común y lo hacen «juntas, en comunidad» (p. 129), donde reciclan cosas usadas, donde viven en economías circulares (p. 17), donde, juntas siempre, comparten todo, en sus parques temático botijeros (p. 129). Qué mala ostia tiene este tío…