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Migración y desaparición

Ignacio Irazuzta

Monterrey (México, 29 y 30 de agosto de 2022

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Fue en el marco de la conmemoración del día de las víctimas de desaparición forzada. La Organización Internacional para las Migraciones, México (OIM), organizó el Foro Regional sobre la Desaparición de personas en Contextos de Migración. El evento, que tuvo lugar en NLlab, el laboratorio de innovación social del gobierno local que promueve proyectos de intervención con base en “buenas causas”, congregó a Comisiones de Busqueda de varios estados del país, a agentes del Instituto Nacional de Migración (INM), a académicos, a familiares de víctimas, a agentes gubernamentales locales y a representantes de las casas de migrantes entre otros organismos. Estaba yo allí como otro representante del “sector académico”.

Todos se afanaban por hallar mecanismos de búsqueda eficaces, porque todos esos actores tienen mandatos de acción, pero la labor no parece fácil. El conocimiento y la experiencia (corta) que las comisiones de búsqueda tienen sobre la desaparición es nacional y desconoce relativamente la situación de la migración; los organismos de derechos humanos también tienen la cultura de las desapariciones nacionales, el mandato que el INM tiene sobre la migración es de control y aprehensión, la OIM quiere hacer una migración ordenada, segura y regular y se acerca al tema de las desapariciones desde 2015, cuando el Grupo de trabajo sobre desapariciones forzadas e involuntarias comienza a interesarse por las “desaparicones en contexto de migración”. En el país no faltan fundamentos para eso, para que los organismos se interesen por el asunto. No es nuevo el tema y, desde La Guerra contra el Narco y la masacre de los 72 de San Fernando (Tamaulipas), la realidad y el imaginario de la desaparición asiste a lo largo de toda su ruta el trayecto de la migración. Pero ocurre que la migración es clandestina, no registrada, de ocultación de nombre más que de cuerpo, o de gestión diferenciada de cuerpo y nombre, de ocultación hacia los dispositivos de identificación oficiales. Frente a ello, ¿cómo buscar personas, es decir, nombres, entre una población indocumentada? ¿Cómo hacerlo si esa población es indocumentada porque es esquiva a la identificación de registro? ¿Cómo cuando esas tácticas de conexiones y desconexiones entre cuerpo y nombre son tácticas de protección para un trayecto migratorio por un “territorio de desparición”?

Al cierre de una de las mesas que hubo en alguno de los dos días que duró en Foro, el representante de una de las casas de migrantes intervino para decir que a ellos, en el albergue, se les dificultaba ejercer el mandato de búsqueda. Cuenta algún caso, entre la hipótesis y el anonimato, de no poder dar curso a una solicitud de búsqueda porque la persona a la que buscaban no quería ser encontrada.

Hay protecciones excepcionales. Y hay otras como estas, de “excepción invertida”, de situaciones en las que para protegerse hay que desaparecer, como se da en el fenómeno de la migración contemporánea por el norte de México. Aquí, el trayecto es una constante intermitencia entre aparición y desaparición, de conexiones y desconexiones entre cuerpo y nombre. Como en un juego de obstáculos, migrar implica hacerlo entre un enjambre de actores que se afanan por buscar. Y buscar es identificar entre una población que, para protegerse, necesita desaparecer, desidentificarse.