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My Body, a Coral Reef?

David Casado-Neira

Ludwigshafen (Alemania), 17 de Abril de 2023

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Cruzamos en el metro desde Mannheim a Ludwigshafen, la primera un puerto fluvial industrial, la segunda la sede de la multinacional química BASF, fundada ya en el siglo XIX. Una vieja ciudad industrial que se ha ido transformando entre paisajes industriales. Y dónde antes había proletariado clásico, hay hoy inmigración moderna, y pensionistas. El ambiente destila “umbral de pobreza”. En la zona peatonal no encontramos las habituales franquicias y tiendas de multinacionales, pero sí una buena oferta en peluquerías, supermercados, tiendas de móviles, de ropa, bares, cafés y heladerías. Y el escenario de la peor pesadilla de cualquier votante de ultraderecha. Pasamos por delante de una escuela coránica, niños y niñas que salen acompañados de sus padres o madres, o entre sí, jugando prudentemente. A la vuelta de la esquina hay un teatro que fue burgués y aún está activo; en las fotos que anuncian la representación actual se ve, en un salón de clase media, a un caballero de frente al que un criado de rodillas le tapa con la cabeza la entrepierna. El humor del equívoco tan evidente que ni es transgresor, pero permite la risa liberadora. La gente va y viene con sus bolsas de la compra. En una calle secundaria, en una zona de viviendas antiguas está la Rudolf-Scharpf-Galerie del Wilhelm-Hack-Museo, una entidad pública. Vamos a visitar la exposición My Body, a Coral Reef?

La galería ocupa todo un pequeño edificio que no se diferencia del resto, más que por su uso. En la entrada un hombre, con aspecto de prejubilado por enfermedad, con tatuajes (de los de aguja gruesa), delgado, nos recibe en las escaleras de entrada fumando. Es el vigilante de la exposición. Si no fuese por la placa de la entrada sería fácil pasar de largo. La galería tiene cierto carácter combativo, de enclave en este barrio, que ni llega a gentrificado. Está situado entre las instalaciones históricas de BASF, con su fábrica y casas para sus mandos intermedios y gente de fábrica, y la parte nueva de la ciudad. Dos culturas de la arquitectura industrial contrapuestas, donde el higienismo y orden dio paso a la movilidad y a la especulación. Entramos y, por suerte, además de arte, hay un WC. Desde la ventana del WC se puede ver el patio del edificio contiguo. Una niña juega entre la vegetación, la madre (?) cuelga la ropa. Es esa mezcla entre patio y jardín, con tierra y plantas, bancos, juegos, restos de cosas, almacén de cachivaches, tendedero de ropa. Un espacio multiuso más útil que idealizado. Destila cierto intento de intervención planificada para la convivencia entre el vecindario del edificio, y que ha sido tomada por las necesidades del día a día. Al fondo hace frontera con un parque. De vuelta a la exposición. Arte sobre “redes simbióticas”, “la identidad en el Post-Antropoceno”, “aspectos de las ciencias naturales, estudios culturales, metabolismo, medicina plantean interrogantes sociológicos y políticos”… Al salir de la galería el vigilante está en la calle hablando con un par de mujeres jóvenes (¿estudiantes?) que acaban de salir también, nos agradece la visita y se despide con una simpática sonrisa. Me acerco al edificio contiguo, una antigua entrada de carruajes está cerrada por un portalón metálico tras el que se puede entrever el patio. Un enclave de la cultura culta y un jardín para la vida cotidiana. Dos formas de resistencia, una pegada a la otra. Me habría gustado saber que habrán pensado los y las artistas de la exposición al ir a mear y ver por la ventana.