Home » Viñetas » No refugio

No refugio

Daniela Rea

Mayo de 2022

Copyright

 

El jueves 5 de mayo salí al parque con mis hijas. Tenía la intención de pasarla bien con ellas un rato antes de irme de viaje de trabajo. Les propuse ir a los juegos y tomar un helado. Cuando caminamos hacia el parque que está a un par de cuadras de mi casa una mujer joven, tímida, me interceptó. Llevaba una mochila, su pelo lacio suelto, pantalón de mezclilla y playera negra. Se veía limpia. Disculpe ¿cómo llego a Villas de Aragón? Me preguntó con cierta ingenuidad. Ese lugar esta al menos a 10 kilómetros de la zona donde nos encontramos. Uy, está muy lejos, ¿qué buscas? ¿para qué quieres ir allá? Yo sólo quiero regresar a mi casa.

Respiro profundo. Esto puede ser un engaño (un intento de extorsión o robo) o un gran problema. Tengo al lado a mis hijas que esperan su paseo, su helado y SU mamá. Tengo al otro lado a una chica completamente extraviada.

Oye, mira, tengo que ir al parque con mis hijas, se lo prometí. Si quieres venir con nosotras y mientras caminamos pensamos en alguna opción. No es la primera vez que alguien me intercepta en la calle pidiendo ayuda, alguna vez una señora para comprar medicinas, otra vez un chico que estaba extraviado y llevaba varios días en la ciudad vagabundeando y durmiendo en parques, otra vez un señor que necesitaba volver a su casa en el otro lado del país. Alguna vez me estafaron, el crimen se las ingenia para perfeccionar sus formas de robar, extorsionar o hacer daño.

La chica aceptó acompañarnos y mientras caminamos al parque mi cabeza pensaba en tres sentidos: 1) que las niñas paseen y estén bien 2) mover algunas fichas para saber cómo ayudar a esta chica 3) ver sus reacciones y preguntas para ver si no quiere robarnos.

Yo hice preguntas y traté de estar alerta: en algún momento escuchó que llamé a mi hija mayor Naira y me dijo Ah se llama Naira? nunca había escuchado ese nombre. No, le dije, se llama MAYRA (le mentí porque no quería darle información nuestra que después pudiera usarse para una extorsión).

Mientras caminamos al parque le pregunto qué pasó, cómo llegó aquí, a donde quiere volver. Y esta es la historia que contó:

Llegó a la ciudad de México dos meses atrás, desde su pueblo Huauchinango, en Puebla, a unas 3 horas de distancia en bus. Llegó a la ciudad de México, a la terminal de autobuses TAPO porque quería pedir trabajo para ayudar a su mamá con una enfermedad. Al llegar a la TAPO una señora le dijo que la gente suele pegar cartulinas ofreciendo su trabajo para ser contratados, trabajadoras domésticas, albañiles, cargadores. Gente que viene de otros estados ofreciendo su fuerza física, su cuerpo, urgidas por un ingreso. Así lo hizo la chica (se llama Sandra, pero tardamos tiempo en preguntarnos nuestro nombre) escribió en una cartulina y una señora se acercó a decirle que la contrataba. Se la llevó a su casa, donde hizo trabajo doméstico, comía arroz y frijoles y dormía sobre unas cobijas en el piso de la sala. Ahí estuvo durante dos meses, yo entiendo que prácticamente secuestrada, porque no le pagó ni le permitió salir. Tres días antes de nuestro encuentro la señora que se la llevó le dijo que tenían que salir juntas para sacar dinero del cajero y pagarle. La llevó a una pequeña fonda y le dijo espérame aquí en lo que voy al banco, le prometió pagarle 3000 pesos por dos meses de trabajo, algo así como 150 dólares por un trabajo de 24/7. La chica Sandra la esperó horas y horas y nunca volvió. La señora la había abandonado como se suele abandonar perros o gatos, en la calle o en algún baldío. Al ver que no llegó la señora Sandra pidió ayuda en el restaurante y le dieron un papel con datos de un montón de instituciones que podría ayudarla:

  • Comisión de derechos humanos

  • Casa del migrante

  • Casa del peregrino

  • Casa de Puebla (representación del estado de donde ella es en la Cdmx)

  • Comisión Nacional de búsqueda

  • Fiscalía de personas desaparecidas

  • DIF Desarrollo integral de la familia

El papel tenía los teléfonos y direcciones de todos los lugares. Sandra fue al primero, le dijeron que no podía ayudarla porque es mayor de edad, tiene 27 años. Caminó al siguiente punto, hizo 6 horas a pie cruzando la ciudad, nada. Caminó hacia Casa Puebla, otras 5 horas de distancia. Fue en este punto donde nos encontramos, Casa Puebla ya no existe.

Llegamos al parque y mientras las niñas iban a los juegos ella me dijo que se sentaría en una sombra, que estaba agotada de dormir en la calle y caminar dos días enteros. Ya comiste? no, me dijo. Pero puede darme agua? Le ofrecí la botella de las niñas, se la tragó de inmediato. Algo de vida le volvió al cuerpo.

Llamé a amigos reporteros de Puebla, llamé al gobierno de Puebla, intenté pensar rápido qué hacer. Llamé a las terminales de autobuses para comprar un boleto a distancia y abierto, para que ella pudiera llegar y viajar. Nada.

Yo tenía el tiempo encima, volver a casa, hacer maleta, dar de comer a mis hijas y tomar mi vuelo para salir de la ciudad de trabajo. Pensé llevarla a casa a comer, a que se diera un baño, mientras le compraba su boleto por internet. Pero me dio un poco de miedo que supiera tanto de mí, de nosotras. He recibido amenazas por mi trabajo como reportera y ese miedo aun lo tengo muy dentro, me hace desconfiar.

Al final, también por falta de tiempo, le dije que fuéramos al cajero. Saque dinero, suficiente para su boleto, comida, una tarjeta telefónica y algo más. La llevamos a la parada del camión para que tomara el metro a la terminal. Le explique cómo llegar. Le dije que volviera a casa, que no estuviera aquí en Cdmx, que lo que le pasó estuvo mal, pero cosas peores pueden sucederle. Le pedí el nombre de su madre y de su pueblo para intentar contactarla y avisarle que su hija estaba en camino, tenía dos meses sin saber de ella. Salió de casa sin ningún teléfono de contacto, no sabía el teléfono de la caseta de su pueblo. No alcancé a preguntarle más sobre lo que la señora hizo con ella. Nos despedimos en la parada del camión, le di mi teléfono para que me marcara de alguna caseta. Mientras tomaba decisiones en tres pistas, pensaba qué haría mi amiga Valentina, una antropóloga que tiene el corazón más generoso que conozco. “Valentina la llevaría directo hasta Guauchinango”. Yo apenas le di para el boleto de vuelta a casa y la deje en la parada del bus. Cuando nos despedimos Naira mi hija mayor me dijo: “mamá hiciste muy bien en ayudar a esa muchacha, en escucharla porque se veía que nadie la escuchaba”.

Pasaron dos días desde ese encuentro, no sé qué pasó con ella. Pienso: ella tenía una lista escrita de todas las instituciones que tendrían que haberla ayudado y ninguna maldita institución pudo hacer algo. Pienso: ella cruzó caminando la ciudad, UNA CIUDAD, hizo recorridos de 5, 6 horas caminando y aunque aquí viven millones de personas, apenas un par le atendieron, es decir, caminó en medio de una ciudad 5, 6 horas, dos, tres días y daba igual que si estuviera en medio de un desierto, en medio de la nada, ciudades hostiles, es decir, en una ciudad hay todo para sobrevivir y nada a la vez. Pienso: ¿qué tanto nos cuesta poner el oído, escuchar, atender a una persona desconocida para ver si podemos hacer algo por ella? Al inicio de nuestro encuentro le pregunté a Sandra (en mis intentos de rastrear cualquier posibilidad de extorsión de su parte) porqué se había acercado a mí a pedir ayuda, me dijo que porque me vio cara de buena persona. No sé cuál es esa cara, pienso más bien que me vio caminando con dos niñas y pensó que una mujer que tiene dos niñas es una mamá y una mamá debe ser una persona capaz de ayudar. Pienso: quizá nunca sabré si volvió a casa, espero que sí. Pienso: sentirnos solos, solas en medio de un mundanal de gente. Pienso: ¿qué tan difícil es pedir ayuda? Pienso: ¿cómo alguien puede tirar, abandonar a una persona y decirle que volverá? Por lo que me dijo Sandra, imagino a una mujer de clase media, que manda a sus hijos a la escuela, que dice pagar impuestos, una persona normal, ejemplar. Pienso: ¿qué tanta mierda tenemos para llegar a esto?