Madres paralelas
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Notas sobre vínculos en Madres Paralelas, de Pedro Almodóvar

Cynthia Sarthi

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Escribo esas impresiones o fragmentos sobre Madres paralelas porque cuando la vi por primera vez, hice una asociación directa con ViDes. Más allá de que nos guste o no la película, estas notas son un intento de expresar esa asociación. No hubo en Brasil, donde vi la película, y me imagino que tampoco en España, o en las redes en las cuales estamos globalmente conectados (Facebook, Instagram, etc.) algo que se pueda remotamente llamar de consenso acerca de esta película que toca el tema delicado y siempre abierto de la memoria de las desapariciones de personas, cosas e historia. La película toca particularmente los rastros del franquismo

La dictadura franquista parece no haber sido antes un tema de la filmografía de Almodóvar; al contrario, él corporifica la España que renace con la democracia, con una nueva visión del país y nuevos temas, justamente los que confrontaban el conservadurismo y la rigidez de las costumbres que sostuvieron la dictadura. En su caso, se desestabilizaban las concepciones tradicionales de la familia patriarcal y la sexualidad, su blanco predilecto.  Sus personajes, entre caricaturescos, escandalosos y tiernos, rompen con la asociación entre el desvío de las normas y la monstruosidad. Hay buena vida en el submundo social, nos muestra el director.  Así, aunque no lo mencione directamente, es clara su contraposición al pasado de dictadura en España, que solo aparece explicito, que yo sepa, en esta película tardía del director. Mi intento es, entonces, el de pensar cómo entra el tema en la película, que, me parece, mantiene la misma perspectiva de las anteriores, en lo que se puede ver como una línea de continuidad.  

Madres paralelas habla de vínculos y gira alrededor de las relaciones entre madres e hijas y entre pasado y presente. Empieza con el vínculo que se crea entre dos “madres paralelas”, una joven de 17 años, Ana, y una mujer de casi 40 años, hija de la contracultura de los años 1960, que se llama Janis (por Janis Joplin). Ambas son madres solteras, con experiencias de vida muy diversas, que se encuentran por la casualidad de compartir la habitación del hospital en el momento del parto. En su habitación, comparten aún la espera de sus hijas recién nacidas, que por problemas de salud quedan un rato en observación médica, hasta que puedan llevárselas de forma segura a casa.

Enredadas por el hilo de ese primer encuentro casual, las dos se acercan cada vez más, una a la otra, en la historia que sigue y que tiene como puntos nodales la “muerte súbita” de la hija de Ana y el descubrimiento de Janis, por el resultado de un examen de DNA, de que ella no es la madre biológica de su hija, Cecilia. Un posterior examen, hecho en secreto por Janis, reveló que Ana era la madre biológica de Cecilia. Las dos niñas fueron cambiadas en la observación médica, era la suposición que le daba sentido a lo ocurrido. El tema de cómo se convive con lo secreto atraviesa la película en “historias paralelas”. 

Saber que Cecilia no es biológicamente su hija, después de la muerte de la otra niña (su hija biológica) que le quitó a Ana su lugar de madre, hace que para Janis sea imposible vivir con este secreto. El paralelo parece estar, no solo en él vínculo, más obvio, entre las madres, que se rompe con la ausencia de una de las hijas y se intenta reconectar en una relación amorosa entre ellas, sino en situaciones en las que los secretos impliquen la vida de los demás. Son situaciones en las que el secreto hace que la vida no sea éticamente posible. Por la mediación de las tecnologías de identificación, se cruzan las “verdades” sobre la niña cambiada en el hospital y los cuerpos desaparecidos en la dictadura y se instaura en los dos casos el dilema ético de decidir si se mantienen o no, “secretos”.

Si los secretos tienen un rol en la vida social, como nos enseñó Georg Simmel en su texto clásico[1], aquí se crea un problema ¿Cómo vivir con un secreto en el que estén implicados radicalmente el dolor del otro y su forma de vida? Así se enmarañan en la película, más que madres, historias paralelas. Janis revela a Ana su secreto, a la vez que sigue con Arturo (el antropólogo forense, padre biológico de su hija) la historia de la excavación de una fosa, donde están enterrados los desaparecidos de su pueblo durante el franquismo.

La iniciativa de la excavación del pasado se dio fuera de cualquier ámbito institucional, por iniciativa de Janis, que era fotógrafa. Como parte de su trabajo, ella es designada para hacer fotos de ese antropólogo forense (para materiales de divulgación de su trabajo): de ahí se produce el contacto entre ellos, que pone en marcha el viaje de esa mujer hacia la concretización de un deseo que no es solo suyo.

Ella creció en un pueblo de España cuyas mujeres vieron morir a sus padres, maridos, hermanos, no solo asesinados, sino escondidos bajo el suelo de su pueblo, forzándolas a (con)vivir con esa presencia espectral de sus familiares, enterrados anónima y secretamente durante el franquismo, sin que se pudiera hablar de las circunstancias de sus muertes. Aunque se supiera en el pueblo que los muertos desaparecidos estaban allí, en un sitio conocido, definido, subterráneo, la vida pasaba por arriba, en la imposibilidad de hacer aparecer sus rastros, con la presencia intangible del dolor de los que se quedaron sin poder “enterrarlos dignamente”.  

Más allá del “deber de memoria”, políticamente correcto, lo que llevó a la excavación no era solo un mandato político, sino la incompatibilidad entre vida y secreto. Estéticamente, el final es literal, sin mediaciones: las excavaciones hacen visible no solo los cuerpos de las personas desaparecidas como las cosas que se fueron con ellas, ubicándolos inequívocamente por las actuales tecnologías de identificación. En un rito de memoria, los habitantes – entre ellos, Janis embarazada de un/a hijo/a de Arturo, el antropólogo forense – se ponen delante del escenario de exhibición de los huesos, en la comprobación de lo que, sin ver, ya sabían. Allí, para ellos, se trataba de imperiosa la necesidad de hacer visible lo desaparecido, como prueba irrefutable de la violencia y alivio del dolor de mantenerlo secreto, silenciado, ignorado por tantos años.

En mi lectura de la película, en la segunda vez que la vi para escribir estas notas, el final, en su forma explícita, sugiere una solución, a partir de una demanda, un anhelo y un camino construido en el pueblo. Cierra provisoriamente algo que, sin embargo, no se cierra. No es más que una manera, entre tantas otras posibles, de tratar y poner en imágenes la fuerza intangible de los vínculos entre pasado y presente y las distintas formas de conectar pasado, presente y futuro. Aliviados por sacar el peso de lo que se mantenía dolorosamente secreto, los habitantes del pueblo siguen sus vidas marcadas por esa experiencia siempre abierta, cuyos rastros en sus vidas permanecen.

Están en la película la inmaterialidad de los vínculos, sus temporalidades, la conexión entre lo familiar y lo político en el plan de los afectos que nos constituyen. Todos temas de ViDes.   


[1] Simmel, Georg. A Sociologia do Segredo e das Sociedades Secretas. https://periodicos.ufsc.br/index.php/revistacfh/article/view/2178-4582.2009v43n1p219/12792