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Oasis para habitar en el Antropoceno

Gabriel Gatti

Bilbao, México y Viloria, Julio y Agosto de 2022

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Escribo con pereza, molicie, fiaca. Hace calor, puf. En casa todo está cerrado, y en cada habitación suena un ventilador: uno de techo en el salón, uno metálico, onda vintage, muy cool, al lado mío. Parece una turbina. En los cuartos otros más silenciosos, pero feos. Tiran aire, eso sí. Y cerca de la cabeza tengo un o que compré en Lisboa hace como 20 años, que aguanta todo. Y el aire acondicionado también está en marcha, a algo menos de 27 grados me parece. Cálido verano este de 2022, uno de canícula, incendios voraces, crisis energética. Me tocó sentirlo en Monterrey, México, con pertinaz sequía, y en España. En México el tema era el agua, que no hay para la gente pero sí para las empresas, la distribución diferencial de recipientes para contenerla, es decir, el acceso desigual a los recursos. En España la cosa parece girar en torno a la crisis energética, las políticas de ahorro y los refugios. Antes de que el calor entre al refugio doméstico («shelter at home», otra vez, como en aquella California de marzo de 2020, cuando el bicho aquel de la pandemia!!!!), escribo un poco…. Puf… Qué pereza. 

Me quedo en España. Para evitar todo ese mal, circulan ideas que se debaten (icono de risa irónica) desde un lado al otro de la aburrida guerra cultural de este país. En medio del tal debate se metieron un par de noticias que quedaron fuera de discusión; hacían referencia a los refugios, no a los del hogar que cada cual prepara con picardía y aparatos, sí a otros que llamaron “refugios climáticos”. Van solo un par de apuntes perezosos. 

El primero podría reducirse a tres palabras clave: colapso, catástrofe, Antropoceno. Me interesa porque relacionadas con ellas aparecen refugios pensados como de guerra: oscuros, tristes, supervivencia mera hasta que vuelva la normalidad. El régimen preposicional es confrontativo: frente, contra, bajo… Frente al calor, contra el cambio climático… Pues en el contexto del verano de 2022, la cosa era escapar, fugarse, evitar: el calor, el sol, la deshidratación, los incendios… Buscar la sombra, no salir a ciertas horas, taparse de cremas. Refugios eran, pero de guerra, contra el desastre. Lugar para esperar, sin goce, que la cosa escampe, sea lo que la cosa sea. Refugio-muro pues, el que frena el mal hasta que se vaya, que el mal es pasajero, que no domina. Contiene o evita, pero no genera. Frena el avance del mal, pero no es en sí mismo nada más que la negación de un exterior por momentos (de 12 a 19 más o menos) inhabitable. Luego, a la calle o pa’casa. Refugio-excepción: solo para sobrevivir, como cuando se bombardea Kiev o en aquellos tiempos de guerra nuclear que nunca llegó; lo normal debe ser otra cosa, es algo que se lee en algunas notas de este mes, esta de EL PAIS por ejemplo, Qué es un refugio climático y dónde encontrarlos en España, en la que hay mapas de refugios, vías de escape, caminos de sombra. Todo mal. 

Pero esa misma nota, también otras que hablan de los mismo, contienen otras posibilidades: hablan de refugios felices, de espacios lúdicos, de lugares de vida. La periodista habla de Oasis, de juegos de niños, de cultura. El espacio es el mismo, también es la misma palabra, esa, refugio. Pero aquí ya no significa lo que la palabra dice, quiero decir, lo que la etimología dicta («del latín refugium, (…) que significaba acción de huir hacia atrás y lugar protegido al que uno se retiraba huyendo en retroceso»), no. No es clave de re-: es lugar de vida, espacio donde habitar, donde habitar, sí, la desaparición social. Refugio-vida, incertidumbre habitable, diseñada si se quiere. No es gris, es jardín; no es no muerte, es la vida en la muerte posible. No solo preserva, aísla del horror de fuera. Lo hace habitable. Mirados así, los refugios climáticos de Ada Colau en Barcelona o los del Ayuntamiento de Bilbao protegen del desastre del cambio climático, de la sequía, del futuro negro sin negarlos, integrándolos. Como el parque que en Bizkaia considera la inundación, un lugar de placer. Puedo jugar, puedo beber, disfrutar del paisaje, aprender, en un mundo que se ordena en torno a la negación. Después de la inundación no vino la calma, vino vivirla (Lewkowicz). Un imposible posible.

Cierro, que hace mucho calor. Sugiero trabajar con esa vieja técnica de interpretosis, la de buscar los distintos sentidos de un mismo término en un solo texto, que dice de algo que contiene y libera, que es posibilidad y es final, oasis y desierto…. ¿Qué se quiere decir cuando se dice refugio?