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Paseo entre colchones

María Martínez

Buenos Aires, 25 de Abril de 2023

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Salgo de “Puertas abiertas recreando” que recordarán por esta cata es un espacio (¿refugio?) de la congregación Oblatas dirigido a personas en situación de prostitución. El lugar está en el borde del barrio de Constitución que está al tiempo en el límite sur de la ciudad de Buenos Aires. La avenida del 25 de mayo es la circunvalación que lo separa. Camino primero con un objetivo: localizar la casa roja que es la sede de AMMAR (el sindicato de prostitutas de Argentina). No la localizo donde Google me indica que está. Así que decido, ya que aún hay luz del día, dar un paseo por un barrio que varias personas —incluidas las de la congregación que están instaladas en él— me han dicho que es muy pauper y peligroso (¿suelen ir unidos esos significantes, no?). No tengo itinerario fijo, simplemente tengo como referente la estación de Constitución donde luego podré encontrar un colectivo con el que volver a casa. Pero es un paseo un tanto dirigido porque busco escenas ViDes. No pienso en ninguna situación concreta que hemos definido para el trabajo de campo, pero dos rondan mi cabeza: refugios fuera del refugio y cuerpos sin nombre. Ambos estarán entrecruzados en el paseo.

Paso, como hice unos días atrás cuando vine a este lugar, por debajo de la circunvalación, una autopista enorme que deja un paso abierto para viandantes y tráfico. La foto la tomé el primer día que pasé por allí, era 12 de abril. La hice como quien toma fotos en un lugar en el que no debería, y en el que no sabe si sacar el móvil es pertinente o arriesgado. Esta vez no conseguí una nueva foto. Por esos mismos motivos y porque mi móvil está en las últimas y no tomó la foto cuando se lo pedí. No iba a repetirla pues eso me desvelaría. La foto de hoy (25 de abril) mostraría un cambio significativo: donde el 12 de abril había un colchón ocupado por un cuerpo y algunos objetos a su alrededor, el 25 de abril había 3 colchones, uno de ellos sobre un somier con su cabecero como el que merece cualquier casa digna de ese nombre (al menos las de clase media o clase media en aspiración). En ese colchón-cama, un cuerpo tendido; no sabría decir en qué estado (si vivo o muerto, si consciente o inconsciente, si sobrio o ebrio, si drogado o no). Los otros dos colchones estaban vacíos en ese momento. Junto a ellos, además de varios objetos y bolsas, un grupo de personas (3 adultos y un niño pequeño, le calculo 2 años). Esas personas estaban “trabajando”, sacando y seleccionando de bolsas de esas que se usan en obras lo que sacaban de ellas. El pequeño también contribuía a la tarea. No sé si serían los ocupantes de los otros colchones al caer la noche.

Todo esto lo observo a un paso medio, sin pararme a contemplar la escena; no es lugar para ello. Sigo mi camino en dirección no lineal para abordar más terreno hacia la estación de Constitución. Me cruzo —viva la serendipia— con una tienda de colchones. Esos son nuevos aunque la tienda también vende mobiliario de segunda mano. Frente a la estación hay un parque pequeño con algunos kioscos, alguna gente sentada y otra poca paseando al perro. A un lateral de ese parque, antes aún de la estación, otro colchón. Esta vez ocupado por dos cuerpos, parecen mujer y hombre.

Llego ya a la estación de Constitución. Bonito edificio y bien conservado. Pasé por allí hace unas semanas cuando fui a coger un tren para ir a La Plata. Iba sola con el peque y mi mirada sólo se concentró entonces en el cúmulo de vendedores ambulantes que rodean el edificio. Los vendedores ambulantes son una institución en un país de institucionalidad fuerte y frágil al tiempo —tan institucionalizados que tienen un sindicato con otros trabajadores informales—. Para alguien de Europa sorprende por su número; creo que no hay centímetro en torno al contorno de la estación en el que no haya alguno. Unos tienen ya puestos, otros son simplemente personas-cuerpos que portan alguna mercancía en sus manos y la anuncian. Venden de todo: juguetes, comida, caramelos, bebidas, revistas, etc. De hecho, no hay discontinuidad entre esos puestos temporales y los comercios del interior de la estación. Ya digo, sólo he estado dos veces en la estación, pero mi sensación en la segunda ocasión es que me cruzaba con los mismos puestos, los mismos vendedores. Curiosa la estabilidad de lo que se supone que es ambulante.

Entro en la estación pensando quizás encontrar alguna forma menor del refugio como nos hemos propuesto en una de las situaciones a investigar. Es miércoles, o sea, día laborable, y hay masas de personas accediendo a y en la estación. Esas masas generan ruido. La estación está llena también de tiendas, carteles luminosos y de olores que desprende el gentío y sus restaurantes. Todo esto genera un cúmulo de estímulos de difícil control. Varios sentidos que se activan al tiempo que no son fáciles de controlar ni saber a cuál prestar más atención. La vista, como no, gana mayoritariamente. Lo que veo es mucho movimiento, todo en sentido hacia las vías del tren. Como yo camino en sentido opuesto, me tengo que disculpar en varias ocasiones para no chocarme. La mayoría que siguen ese ritmo de acceso a las vías tiene pinta de ciudadano —léase trabajador o estudiante— que regresa a su casa en el suburbio sur de Buenos Aires tras sus actividades diarias. Algunos de los que están sentados en los bancos parecen encajar también en esa clasificación. Otros, sin embargo, no. Algunos dormidos, otros esperando sin más, su ropa y su aspecto parecen indicar que no están ahí esperando al tren. Parecen estar allí porque no tienen otro lugar donde ir; están sin más. Yo sé que los noto porque mis sentidos se activaron para ello. Para el resto —para los que circulan con prisa y para quienes están esperando a su tren— no llaman la atención; son parte del paisaje.

Sigo mi camino sin rumbo fijo; decido ir algunas cuadras más lejos para coger el colectivo de regreso. Antes de salir de la estación por uno de sus laterales, un puesto del gobierno argentino para solicitar el bono de electricidad. Una señora está sentada con algún encargado del trámite. Un par de metros tras ella, un chico preadolescente junto a un carro que transporta a un bebé dormido. El carro es más que un transporte para un bebé pues encima de él se acumulan varias chaquetas o abrigos (más de las necesarias para los cuerpos presentes) y varis bolsas bien repletas; parece que llevan sus pertenencias a cuestas. Junto a esa mujer con ese chico y el bebé y me imagino una familia. Pero algo desencaja: ¿por qué pedir un bono de electricidad si no hay casa, si la casa es ese carro y lo que en él se transporta?

Para llegar a la parada del colectivo he de cruzar por debajo de varias carreteras (autopistas). En el camino me cruzo con varios colchones más. El primero ha sido instalado estratégicamente tras una columna y contra una verja. No es un colchón, sino dos, uno encima del otro. También se ha instalado delante una tela blanca. No sé si para proteger los objetos o procurar intimidad a quien lo ocupe o ambas cosas.

El segundo está cubierto de mantas, abrigos y otras prendas. No sabría decir si debajo hay una persona, tan siquiera un cuerpo.

Entre las vías masivas que cruzan por encima me parece divisar algún colchón más. No saco foto porque están lejos y porque dudo de mi sobre interpretación (¿serán realmente colchones?). La mayoría están vacíos. Pienso en esos cuerpos que esperaban en la estación despiertos o dormidos. No los que esperaban al tren, sino que estaban allí esperando a que el día pase. Y pienso que quizás son los ocupantes de esos colchones que se llenarán de cuerpos cuando caiga la noche.