David Casado-Neira
Alemania, Diciembre de 2022
En una ciudad universitaria alemana salimos del bar en donde habíamos estando bebiendo unas cervezas, un local con cervezas artesanas, con su futbolín, mesa de shuffleboard y esquina de juegos. Indian Pale Ale, New Zealand Pale Ale, Scout… nos habíamos decidido por una cata de doce cervezas diferentes. Hoy hay un encuentro de constructores y programadores de robots y drones, a los pocos días un encuentro LGTBI, después una sesión de Poetry Slam. Gente con ordenadores, auriculares, y para comer bowles y hot dogs, también veganos. Somos de los más viejos (pocos). Esos sitios en dónde el primer mundo se disfraza de otra cosa, y en dónde se imagina como un mundo cero, inicio y final de las posibilidades de una vida más avanzada (moral, intelectual y técnicamente). Mientras bebemos nuestras cervezas jugamos a ser parte de eso, aunque hay cosas que ya se nos escapan, hasta que nos damos cuenta de que somos también parte de eso. En cualquier caso estamos ahí.
Desde los sofás repartidos por el espacio se tiene vista al río, del otro lado nos acompaña la iluminación de otra cervecería, está ya tradicional. A esa se va en verano, tiene el sol del atardecer. A nuestro lado una joven juega a algún juego de guerra en su ordenador y bebe su cerveza. A nuestras espaldas una conversación sobre el trabajo en inglés, hombres y mujeres, con más pinta de dedicarse a la programación que a a la ingeniería.
Estamos cansados ¿y algo borrachos? Pagamos con el móvil y salimos a la noche. Un poco fría y un poco lluviosa, como en los últimos días. De camino a la parada del autobús una mujer se acerca a nosotros en dirección contraria a la estación de tren. Una mujer entre los 45 y 55 años, vestida de forma que no llama la atención más que por su normalidad, gafas y media melena. Pero la la mirada dirigida al suelo, la mirada de quien ha sido vencido. Nos dice algo, cojo la frase en la mitad y entiendo una historia (conocida) de trenes perdidos. Ahora ya no sé si nos pidió dinero explícitamente (creo que no). Tiene un papel en la mano que nos enseña: su Personalausweis (célula de identidad alemana), a la que no le prestamos mayor atención. En un automatismo raro en mi, saco 5€ de la cartera y se los doy. Nos da las gracias y se aleja. Continuamos hablando y nos damos cuenta de que la situación era extraña, la historia inconsistente, más el hecho de que nos mostrase su célula de identidad.
Uno está acostumbrado a identificaciones de algún tipo de asociación, ramos de romero, cachos de cartón con solicitudes de ayuda, explicaciones, justificaciones o historias de vida telegrafiadas que dan paso alguien que los porta como su razón de ser, de estar así.
Primera pregunta que me surge ¿por qué la enseña?, segunda ¿su identificación es más que ella?, tercera ¿es más creíble su historia?, cuarta ¿le hubiese dado algo sin su célula?, quinta ¿esto lo hizo más humana, más reconocible que otras? No me interesa la respuesta a estas preguntas, sino el hecho que que sean estas las que me surgen.