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Refugios expuestos II

David Casado Neira

Ourense, Febrero de 2022

 

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Microapropiaciones de la ciudad

El primer día que me abordó me dejó bastante perplejo. No pasó nada extraordinario, aunque sí algo ligeramente fuera de lo habitual, como esos pequeños detalles que dentro de las rutinas y las normalidades desvelan un sentido inquietante. Objetos ligeramente desplazados de sitio, olores a calamares en una librería, una señora mayor pidiendo por la calle a las ocho de la mañana. Ese sábado que salí de casa para comprar el pan me cruce con ella, más cerca de los 80 que de los 70, con el pelo gris corto, bien aseada y con orejeras. Se me acerca y me pide una ayuda, algo de suelto.  Desde aquella ocasión la veo, antes siempre me había pasado desapercibida en la ciudad. Pide por el centro de la ciudad, ahí en donde hay más mercado objetivo. Nunca la he visto pedir sentada, siempre moviéndose entre la gente.

Al final de la zona comercial del centro, en su tránsito al caso viejo la veo sentada en el alféizar del escaparate de una tienda de ropa de cama. Un escaparate que deja una alféizar hacia la calle de unos tres metros y 15 centímetros de profundidad a una altura de unos 40 cm. Un asiento relativamente cómodo en una calle con tránsito de personas pero sin coches, algún comercio de poca afluencia. La luz amarilla del escaparate la envuelve e ilumina desde atrás. Ella sentada delante de alfombras y juegos de cama, lo que más representa una alcoba ideal: el cobijo de una estancia iluminada por una chimenea y arropada por “textiles del hogar”. La mujer no pide, y mira distraída a la gente que pasa. Es la imagen de alguien que se ha sentado un momento a descansar, casualmente, ni escondida y apartada de ese ir y venir.

A unos cincuenta metro hay un parque recogido, pero no aparado, con bancos y árboles de los jardines con historia. Aquí está expuesta pero ese estar entre gente parece su lugar de refugio. El descanso protegida por el tránsito de peatones, las miradas que continúan su deambular por la calle, las trayectorias que no se apartan de ella por temor, los perros que en las correas continúan su sonámbulo paseo urbano.

¿Por qué esconderse para descansar? El receso lo hace en un lugar improbable para otra persona, esto delata su circunstancia. Me pregunto por la arquitectura hostil que pretende expulsar del espacio público a los que permanecen sin producir o sin consumir. De todas esas artimañas y triquiñuelas para evitar que el espacio público deje de ser protector y se convierta en un disciplinador pasivamente agresivo. La intimidad que caracteriza el espacio privado es aquí visible, el refugio aquí es expuesto pero posible. No me gusta la expresión, pero creo que aquí es totalmente afortunada: “la condición de calle”, una posibilidad para evitar ser más vulnerable. Aunque le falta un verbo para ser correcta gramaticalmente: la condición de “estar” en la calle, no es una consecuencia de la vulnerabilidad, sino una forma de gestionarla y hacerla menos agresiva.

Por la noche la encuentro pidiendo por la calle otra vez.