Carolina Kobelinsky
París, 26 de septiembre de 2022
Paris, gare de l’Est.
Estoy llegando a mi cita con tiempo. Salgo del metro y subo por la primera escalera mecánica que encuentro y no sé cómo llego a una suerte de centrito comercial. Me había olvidado de esta nueva movida, esto de hacer de las estaciones de tren pequeños shoppings. En fin, salgo a la calle, hago dos pasos y se pone a llover con fuerza. Me doy media vuelta, a esperar bajo techo. Y sí, en el shopping. Doy unas vueltas sin rumbo. De pronto veo cómo van entrando hombres y mujeres que claramente duermen en la calle. También quieren evitar la lluvia. Encontrar un refugio efímero. Son varios. Entran con sus mochilas, bolsas y mantas. Veo a un señor de edad media sentarse en el piso con sus petates al lado de una máquina de golosinas. Sigo caminado, veo a una señora bien mayor instalarse en una esquinita, secarse un poco el pelo y sacar de su bolsillo media banana. Doy algunos pasos más y mis ojos cruzan los de un joven de pelo largo, sucio y super mojado, sentado sobre su mochila vetusta revolviendo una bebida humeante. De lejos diviso a una mujer con dos chicos de menos de 5 años que entran a la estación secundadas por un hombre empujando un carrito. Se sientan en una zona donde no hay mucha gente.
Ya me tengo que ir. Mientras camino bajo la lluvia hacia el punto de encuentro con mis compañeras, pienso en cómo fue cambiando el paisaje de la estación, en cómo la lluvia hizo visibles a estas personas que seguramente estaban en la calle no muy lejos y que allí tal vez pasaban desapercibidas. Se me vienen en mente algunas catas del grupo, esas que hablan de los intersticios urbanos. También algunos pasajes del último libro de Gatti. Pienso en la intermitencia como experiencia. Como forma de habitar el espacio.