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Refugios y vínculos (institucionales)

María Martínez

Varios Lugares, 10 de Julio de 2023

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Llevo un tiempo pensando en los refugios en el caso de las víctimas de trata y prostitutas. El campo se sitúa geográficamente en España, pero mi estancia en Buenos Aires lo ha abierto a otros lugares, particularmente a esa ciudad y a la de Sao Paulo, en Brasil. Las casas de acogida son espacios cerrados que proponen diferentes ONGs —muchas religiosas— para mujeres en situación de trata (esto, al menos en España sobre el papel) y/o prostitución. Esas casas buscan ser un lugar para que estas mujeres vivan mientras consiguen otras posibilidades. Es decir, mientras consiguen una casa propia “real”. ¿Cómo no pensarlas como refugios?

Ahora, no todas las organizaciones que trabajan con estos colectivos tienen ese tipo de estructura cerrada. Algunas tienen un espacio abierto durante el día para hacer cursos, ofrecer servicios (asesoría jurídica y psicológica) o simplemente para ofrecer un café o un espacio de descanso. Esto sucede en muchos de los proyectos en España, y en los que he conocido en Buenos Aires y Sao Paulo. En Buenos Aires, uno de los proyectos (el de la orden religiosa Oblatas) se llama incluso “puerta abierta”, aunque dudo de la apertura del espacio (ver aquí). No es difícil pensar estos espacios diurnos —en España algunas los llaman servicios ambulatorios— como refugios también, aunque sean temporales: las horas del día, o algunas horas al día unos pocos días a la semana como sucede a menudo por falta de recursos. Allí van no sólo para recibir un servicio (sea un curso, una sesión de terapia o un acompañamiento para darse de alta en un registro de ciudadanía), sino para tomar un café y conversar con otras. Normalmente esas otras no son tanto las compañeras de “profesión”, sino las trabajadoras o voluntarias de las ONGs. Aún así (o precisamente por eso), ese café y esa conversación son altamente apreciados.

Siempre me intriga cómo las mujeres llegan a esos lugares —sean las casas de acogida cerradas o los “servicios ambulatorios” diurnos—. Para estos segundos la mención al boca a boca es constante (unas se cuentan a otras en el ejercicio de la prostitución que existe ese lugar). También las ONGs difunden sus espacios y servicios. Hacen, como le llaman en Buenos Aires, trabajo de campo. Salen por las calles y los lugares de ejercicio de prostitución de la zona (pisos, clubs) donde se encuentra el espacio (la zona se elige por ser, precisamente, lugar de prostitución) y ofrecen cosas. Con cosas me refiero a objetos materiales. En España suelen ser preservativos, también un café que dan desde la misma furgoneta con la que recorren esos lugares. En Buenos Aires reparten folletos sobre enfermedades de transmisión sexual o, en el caso del proyecto “Puerta abierta” de Oblatas, una revista que ellas mismas editan y que recoge “las voces” de las prostitutas. En Sao Paulo me cuentan que el proyecto de Muhleres da Luz que se sitúa en el jardín con el mismo nombre empezó como una biblioteca ambulante. La fundadora de la ONG —ex-prostituta de la zona— salía con una bicicleta llevando en el canasto libros que las prostitutas podían tomar prestados por unos días; ya digo, una biblioteca ambulante.

¿Podemos pensar esos objetos como refugio? ¿O, cuál es el refugio en el reparto de preservativos, revistas, folletos o libros? No es el objeto en sí, es la posibilidad de contacto y vínculo que esos objetos permiten. Lo que el primer día es un rechazo al ofrecimiento —desde una ONG en Sao Paulo nos dicen que les miran con cara de preguntarse quiénes son y qué quieren— se va convirtiendo, con mucho esfuerzo, en un vínculo que permite invitarlas, también, al espacio físico. Pero es que el refugio no es tanto el espacio, ni, por supuesto, el objeto, sino el vínculo. Es un vínculo que genera refugio no porque sea entre iguales —otras compañeras de profesión a las que, por otro lado, ya conocen de la calle, el piso o el club—, sino con las trabajadoras o voluntarias de la ONG. Tampoco es con esas trabajadoras o voluntarias en tanto personas, sino con ellas como parte de una institucionalidad. Así, en el pequeño recorrido que hacemos con Anna, voluntaria de Mulheres da Luz, en la zona en la que trabaja (ver esta viñeta), nos encontramos con varias prostitutas que conoce. Ni las mujeres saludan a Anna, ni lo contrario. Ellas están trabajando y Anna no está allí ofreciendo servicios de la ONG (cuando lo hace lleva una bata). Entonces, el vínculo no es importante por su componente relacional (de amistad o compañerismo), sino por la vinculación con estructuras —estatales o para-estatales—, aquellas que nos permiten (a todos) existir. Buscan ese vínculo —el del espacio o el que permite el objeto— para, al menos, existir por un rato; o sólo existen durante ese tiempo que es el del vínculo institucional.