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San Francisco

David Casado-Neira

Bilbao, 23 de Junio de 2023

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Es mediodía y estoy esperando para ir a comer con mis colegas. El local está en el barrio de San Francisco, el pequeño Soho bilbaíno. Es un día de calor, de los de 30 grados en una ciudad pensada para los cielos cubiertos de nubes, y para estar dentro de… menos de los bares. En la entrada al barrio desde el Nervión hay un lugar que es una mezcla entre plaza, terraza de bar y mirador hacia la parte vieja. Una plataforma de granito con escalones a varios niveles y un par de arbolitos que ofrecen una sombra escasa, pero los edificios nos protegen, también, con su sombra. Un barrio en donde todo es estrecho, denso y con esquinas que aún desvelan lugares indiscernibles desde una mirada ajena.

Me siento en uno de los bancos corridos que hacen de muro hacia la ría, a unos metros hay una pareja tomando algo. Un poco más allá un grupo de hombres se entretienen animadamente a la sombra. Uno más joven (diría que aún menor) está tumbado al sol al final de este banco. Todos parecen de origen africano por el fenotipo, por la ropa y la forma de moverse (me atrevería a decir que tiene una forma de elegancia no canónica). En frente un hombre de origen senegalés conversa con una vecina del barrio, el tema lo deja claro. La conversación acaba, la mujer se marcha cuesta arriba y el hombre se sienta a mi lado. Yo estoy mirando el móvil pendiente de que entre un mensaje, él inicia una conversación sobre el calor, de dónde vengo, de donde viene, sobre la ciudad, sobre mi ir y venir (una mochila mediana me delata). Es una charla despreocupada, pero no desinteresada. A su lado se sienta otro hombre más joven que se suma a la conversación mientras se fuma un porro, que acaban compartiendo. Bilbao, me dicen, es una ciudad muy buena, sobre todo el alcalde se ha portado muy bien con ellos. Y hay sitios en los que poder estar fuera tranquilamente. La ciudad está muy bonita, el Guggenheim fue una cosa positiva. El muchacho sigue tumbado al sol, con los ojos enrojecidos y ausente o cansado, se incorpora y se vuelve a tumbar, una y otra vez. Se le acerca un hombre por detrás y de pie le habla, el joven escucha pero no contesta. Mi compañero de banco me cuenta que se ha mudado fuera del barrio, que aquí hay mucho ruido de noche y no se puede dormir tranquilo. Me señala el edificio en el que ha vivido desde que llegó aquí hace 18 años, desde donde estamos sentados se ve la fachada granate al fondo de la calle, al final de la cuesta. Entra el mensaje que estoy esperando para ir a comer. Nos despedimos hasta la próxima. En ese rato pasa el coche de la policía local en tres ocasiones