síndrome de gel
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Síndrome de gel, de Xicu Masó

Mariana Norandi

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La obra de teatro Síndrome de gel (Síndrome de hielo) aborda el tema del refugio en la infancia y lo hace a través de una reacción anómala del cuerpo humano conocida en la ciencia médica como el “síndrome de resignación”. Esta llamada enfermedad afecta a niñas y niños refugiados y se registró por primera vez en Suecia a finales de la década de los noventa. Desde entonces los casos se han ido multiplicando, llegando a un pico de 350 entre 2004 y 2005.
Los síntomas de esta enfermedad se manifiestan a partir de un disparador – por lo general, una amenaza de deportación- que desencadena un proceso progresivo de inacción hasta llegar a un estado catatónico en el que los menores dejan de jugar, hablar y comer, siendo alimentados por sonda. Dejan pues de expresar sus emociones, de protegerse ante el frío, no reaccionan al calor, tampoco ante de dolor y entran en un estado de inconsciencia que puede extenderse varios meses, incluso años. Es como si desconectasen del mundo y entrasen en una especie de pausa permanente que solo se activa cuando las amenazas de deportación desaparecen. Una paralización de la vida que deja a la ciencia sin respuestas y que remite cuando los niños perciben que el lugar de acogida se convierte en un refugio seguro.
Dirigida por Xicu Masó y montada en el Teatre Lliure de Barcelona, la obra está escrita a cuatro manos por Clàudia Cedó y Mohamad Bitari, este último poeta y dramaturgo nacido en el campo de refugiados sirio de Yarmouk donde vivió hasta los 23 años. La escenografía representa una sala de espera de un hospital – el Universitario de Malmö- en la que se desarrolla la trama principal. En un segundo plano, a la derecha, una cama articulada de hospital y, a la izquierda, una consulta médica. Situada en ese escenario, la obra relata la historia de Eman Haji, una mujer iraquí que, huyendo de la masacre de Sinyar, llega a Suecia en 2014 con sus dos hijas, Barán y Ginar. Eman consigue un certificado de residencia temporal pero en 2016, a raíz de una reforma legislativa que endurece las concesiones de asilo, recibe una orden de deportación. Ante la amenaza de volver al horror del Estado Islámico, el miedo se apodera de ellas y la mayor de las niñas, Barán, queda atrapada en el letargo del síndrome de resignación del que la madre, con el apoyo de personal medico y asistencial, intenta despertar a la vez que busca evitar la deportación.

Sin entrar en valoraciones dramáticas ni estéticas de la puesta en escena, menos aún en los aspectos psicológicos que rodean la enfermedad, lo cierto es que esta propuesta teatral tiene varias cuestiones sustanciosas desde una perspectiva sociológica. Por un lado, expone la problemática del refugio en la infancia y obliga al espectador a reflexionar sobre una realidad poco visible como es la experiencia de la violencia, el desplazamiento, el desarraigo, el miedo, el refugio, la adaptación, el sufrimiento, la esperanza, la desesperanza, la inseguridad y, sobre todo, la deportación en la niñez. Experiencias, estas, narradas habitualmente a través de vidas adultas con un lenguaje articulado en el campo de las palabras más que en el de los síntomas, en el de la verbalización más que en el de la manifestación.
Si bien la intención central de la obra radica en cuestionar las políticas de acogida de Europa y la indiferencia social ante el drama humanitario de los refugiados, de ella se desprenden otras lecturas que tienen que ver con la invisibilidad de la realidad de las niñas y niños refugiados. Y lo hace por medio de esta enfermedad que afecta únicamente a menores en riesgo de devolución. Menores de distintos orígenes pero de realidades semejantes. En los noventa, llegados a Suecia huyendo de las guerras de los estados de la antigua Yugoslavia; hoy, procedentes de países como Siria o Irak. Niños y niñas que han sido testigos de violencia extrema contra sus padres o contra ellos mismos y que cuando llegan a países seguros, donde comienzan a rehacer sus vidas, son expulsados a sus lugares de origen donde no existe refugio posible ante la atrocidad. “¿Qué habrán vivido estas niñas para pasar esto?” se pregunta en la obra. ¿Con qué recursos hacer frente al desamparo y a la experiencia de la deportación desde una vida no adulta? me pregunto como espectadora. Preguntas que quedan sin respuestas porque esas experiencias en la obra –posiblemente también en la vida social- carecen de escuchas. Y lo no dicho, lo no escuchado, en la obra se convierte en un silencio aturdidor que desarma la lógica del aparato asistencial y científico, que alerta al círculo familiar y desconcierta al espectador.

Los vínculos entre infancia/refugio, entre lo no dicho/no escuchado y entre síndrome/deportación derivan en otro asunto, complejo a más no poder, que es la imposibilidad de los menores de construir un relato de lo vivido con los recursos narrativos de la adultez. La obra y la historia del síndrome conducen a la reflexión sobre la viabilidad del lenguaje verbal para contar la experiencia de la guerra, el refugio y el miedo a la deportación en la infancia. Experiencias muy demoledoras para vidas tan pequeñas. Lo que lleva a pensar ¿no será este síndrome una forma de hablar sin hablar?. ¿Una respuesta corporal que recurre al mutismo para decir sin decir?. De ser viable esta hipótesis, cabría entonces preguntarse si este síndrome refleja un estado de resignación o, por lo contrario, una forma de rebeldía ante la invisibilidad. Ahora bien, que esta posibilidad no se confunda con aquellos discursos que consideran este síndrome una simulación, producto de la manipulación de los padres para conseguir la residencia.
Sería descabellado en una reseña de una obra teatral negar lo que la ciencia no objeta, pero a lo que me refiero es a otra cosa. Es a pensar este fenómeno como una forma de contar una experiencia que solo es posible ser narrada con síntomas y paradojas. No solo por el horror de la experiencia en sí, sino por los recursos de los que disponen los niños y niñas para contar sus historias. La obra, así, invita a pensar en otras formas de expresar aquello que es difícil de narrar para los niños y niñas refugiadas. Y lo hace a través de esta enfermedad llena de síntomas paradójicos. Con niñas que hablan sin hablar, que sufren sin sufrir, que expresan sin expresar, que esperan durmiendo hasta que pase el peligro. En el refugio de la pausa, en el lenguaje del silencio.