María Martínez
Buenos Aires (Argentina), 24 de febrero de 2023
Primeros días en Buenos Aires. Aún no hay cole, hay que ocupar el tiempo. Un par de personas me han mencionado Tecnópolis cuando el peque les ha contado que le encantan los dinosaurios porque debe haber reproducciones a tamaño (más o menos) real. Localizo donde está y vamos. Cogemos un colectivo que recorre toda la ciudad hasta salir ya a la provincia; justo allí donde empieza la provincia está Tecnópolis. El lugar es más que un parque de dinosaurios; es un polo científico-tecnológico-artístico puesto en marcha por varias instituciones (gobierno de la nación, de la ciudad, de la provincia, etc.). El espacio es enorme, se necesitaría un buen rato para recorrerlo entero y varios días para realizar las diferentes actividades propuestas. Algunas son científicas o tecnológicas, otras artísticas, también hay espacios para el resarcimiento: mercadillos, chorros de agua, fuentes, dispensarios de agua caliente para el mate… Para las actividades científicas, técnicas y culturales hay diferentes estructuras, cada una de diferente forma e incluso color.
Llegamos en el colectivo que nos deja más cerca de la entrada que da acceso a los dinosaurios. La puerta de Tecnópolis está frente a la parada del colectivo. Caminamos unos metros y ya vemos aparecer alguna cabeza de diplodocus y argentosaurio. El espacio tiene una zona abierta con reproducciones de dinosaurios y una estructura-museo que hace visitas guiadas a reproducciones y fósiles. Todo el espacio, externo e interno, está acompañado por jóvenes —asumimos que son estudiantes de paleontología u otras ciencias cercanas porque hablan con conocimiento de causa—. Lo mismo sucede en otro de las estructuras-museos que visitamos, esta vez dedicado a los bichos.
Se va haciendo tarde, casi de noche, debemos regresar para seguir nuestros ritmos habituales. Volvemos hacia la salida por la que accedimos pensando que bastará con cruzar la calle para localizar el colectivo de vuelta; así lo indica Google. Cruzamos la calle lo que es una hazaña porque no hay paso de cebra y los coches no están muy dispuestos a pararse, sobre todo no a la vez; lo conseguimos. Sólo en ese momento que hemos de cruzar y estando ya al otro lado vemos que el barrio en el que está Tecnópolis es pauper, muy pauper. Cuando llegamos no nos percatamos, estábamos mirando al otro lado. No comentamos nada, pero aceleramos el paso en busca de la parada de colectivo que Google marca y que no divisamos; acuciamos al peque a que por una vez camine a una velocidad normalita. A algunos talleres mecánicos y varias empresas que no sabemos si funcionan, le sigue una serie de construcciones —¿casas?— que sabemos que están habitadas porque delante de ellas hay niños y mayores “al fresco”; una de ellas parece una tienda. Entre construcción y construcción, pequeños pasillos de los que luego comentaremos que dan temor adentrarse. Vemos llegar el colectivo al fondo, pero seguimos sin divisar la parada y hemos avanzado más allá de lo que Google maps indicaba. Aún así hacemos signo de parar al colectivo y, no sabemos muy bien por qué, lo hace. Entramos al colectivo, no hemos recorrido ni 300 metros que se han hecho bien largos; respiramos.
Un rato después, unos días después seguimos comentando el lugar, las sensaciones de temor y la necesidad apremiante de salir de allí. También la pobreza que no es como la que conocemos dos europeos —el tercero aún no tiene criterio— aunque hayamos vivido ambos en barrios de clase baja. No, aquello es otra cosa. Por supuesto cierta crítica por el temor sentido, simplemente por estar en un lugar de pobreza tan extrema que el concepto se queda corto. Y como no, el contraste. Justo frente a un polo científico-tecnológico-artístico de gran institucionalidad el abandono institucional de un espacio auto-construido. Ah, y algo más que anoto yo: mi mirada particularmente de re-ojo.