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Terra Mítica

Iñaki Rubio

Benidorm, 5 de marzo de 2023

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Como muchos fines de semana, acudo con un par de amigos a patear las inclinadas laderas de una montaña. Esta vez, cerca de la costa de Benidorm. El viaje hacia el sur impone una profunda transición, pues el verde mediterráneo que trenza pino californiano y encinas, maquia y matorral, abre paso a la aridez semidesértica que es ya pauta general de gran parte de la Península Ibérica. Solo se aprecia cierta densidad forestal en montañas, como es el Puig Campana, hacia donde nos dirigimos. Esta montaña “mítica” de la tradición valenciana custodia a sus pies uno de los muchos ejemplos, contrastados y sin contrastar, de una práctica habitual a partir de los 80 en la costa mediterránea. El llamado “cerillazo”, obra de una acción organizada de dudosa moralidad y legalidad que involucraba a políticos, constructores y empresarios. Consistía en prender fuego a extensos territorios ya en la cuerda floja por la desertificación, para retirarles la protección (ya no hay nada que proteger, pues se quemó), recalificarlos y levantar sobre la ceniza cadenas infinitas de chalets, bungalows y villas. Un fantástico pelotazo signo de la funesta época que Miguel Chirbes retrató en su novela Crematorio, dando cuenta de una secuencia de destrozos y complicidades que hoy día deja heridas sin cicatrizar. Primero el maletín, después la cerilla. Tras la cerilla la ceniza. Y antes de que el viento se la lleve, aparece otro material que hace las delicias de nuestro paisaje, la guinda rojiza del pastel. El ladrillo.

Uno de los casos más sonados es el de Terra Mítica, un parque de atracciones inaugurado sobre lo que fue la “mayor pinada del Mediterráneo”, de pino autóctono se entiende, que ardió sin control. Luego fue expropiada y cedida a la empresa que construyó el parque temático y los campos de golf aledaños, a través de la promoción privada.

En el año 2000 se inauguraba el parque de atracciones, que se distribuye en cinco zonas temáticas. Los romanos, con su ave fénix y réplica del coliseo; griegos, con Neptuno y el Minotauro presidiendo sus respectivas atracciones; las islas (griegas también, pero bárbaras y aventureras), Egipto y su pirámide, y por último Iberia provista de construcciones aparentando madera. Por ahí se cuela la fabulosa Tizona, la atracción más llamativa y que aparece en la foto, pero que no encaja demasiado bien en las culturas presentes. El ladrillo, al menos este, trae consigo otro elemento menos material pero igual de importante que los demás. El pufo. Dos décadas después de la inauguración, el parque sigue en pérdidas tras quemar también unos cuatrocientos millones de euros de dinero público, sin que ninguna administración cargue con la responsabilidad de echar el cierre. La naturaleza que había allí no va a volver, la tierra está demasiado dañada como para recuperarse. Cuando cierre el parque, se amontonarán los esqueletos de las atracciones como en un desguace y poco más sucederá. Me pregunto qué será de la vegetación que simula cada uno de los territorios temáticos que se recrean en Terra Mítica ¿Sobrevivirán a su colapso?, ¿aguantarán de algún modo?, o ¿simplemente desaparecerán cuando los goteros dejen de dispensar su agua?