Magdalena Caccia
Este año, el museo Guggenheim de Bilbao celebra sus 25 años de existencia y para ello han organizado diferentes actividades. Durante todo el mes de noviembre la entrada es gratuita para los residentes en Bizkaia, por lo que con mi pareja aprovechamos la oportunidad para visitarlo. La primera vez que fui al museo fue en 2019, cuando estuve de vacaciones en Bilbao, pero la visita de esta vez fue radicalmente distinta a aquella. La muestra que han montado para conmemorar el aniversario propone un recorrido por las diferentes exposiciones del museo a lo largo de los años, destacando algunas piezas icónicas, así como rescatando algunos temas que se han tratado a través de diferentes manifestaciones artísticas. Se trata de un recorrido compuesto por tres secciones, al que han llamado “Intersecciones”, en el cual cada una de las tres plantas del museo alberga una temática diferente.
La segunda planta llamó mi atención al momento de acceder a ella, ya que lleva por título “Desplegando narrativas”. Como su nombre lo indica, se trata de descubrir nuevas narrativas, o micronarrativas, siguiendo a Lyotard y su propuesta de superar los grandes relatos. En otras palabras, nuevas formar de narrar el mundo desde perspectivas personales, cotidianas y, si se quiere, menos ambiciosas. Ya no se trata de explicar los grandes problemas del mundo, sino de detenerse en experiencias concretas, ir armando una especie de puzle de historias de vida, sucesos, emociones. A pesar de la enorme cantidad de personas que recorrían la muestra (evidentemente, para muchos la visita al museo fue un buen plan para pasar la tarde de un sábado lluvioso), me quedé en la segunda planta buena parte de la visita. Esperaba a que la gente fuera moviéndose a otras salas para poder observar con tranquilidad las imágenes, esculturas, fotografías, y todo de cuanto se habían valido los diferentes artistas para plasmar las nuevas narrativas. Había guiños a la historia, reinterpretaciones burlonas de algunos hechos, pero también reflexiones desgarradoras.
Me atrapó la obra de la estadounidense Jenny Holzer, cuya propuesta radicaba en pensar nuevas maneras de narrar episodios traumáticos. Combinando textos de su autoría, fragmentos de literatura y las propias palabras de personas entrevistadas por organismos internacionales, cuyas experiencias de vida estuvieron atravesadas por la guerra, la huida, el hambre, la búsqueda de refugio, de hogar; la artista plasma en grandes letreros electrónicos con letras de colores brillantes, fragmentos de algo que se va armando para narrar el horror. Las frases aparecen en varios idiomas, se repiten, se intercalan, cambian de color, y es imposible no quedarse varios minutos frente a ellas, haciendo el ejercicio de leer esas palabras en vertical rápidamente, en el medio de la angustia, la rabia y la congoja.
La obra de Holzer está en el Guggenheim desde su inauguración, ha pasado por diferentes formatos y este que vemos ahora, que por su tamaño toma más de una planta, es uno de los montajes pensados para el aniversario. Creo que lo más me gustó de la obra es que la palabra escrita es el vehículo utilizado para contar; eso en sí mismo no parece muy original, y mucho menos para quienes venimos de las ciencias sociales y solemos utilizar el relato escrito para contar. No obstante, el montaje sí rompe con lo tradicional: los colores, la iluminación, el formato vertical, la rapidez con la que se mueven las letras, y esa especie de portal que parece que se forma, en donde traspasarlo sería una forma de adentrarse en las micronarrativas del horror.