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Desechos

María Martínez

Buenos Aires (Argentina), 22 de Mayo de 2023

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Caminamos por la avenida Antártida Argentina que separa el “centro” del relativamente nuevo y exclusivo barrio de Puerto Madero. La avenida es amplia. Detrás de ella una circunvalación de la ciudad y justo pegadas las vías del tren que salen de Retiro. Desde nuestro punto de vista a la derecha vemos el “centro”: centro cultural Kirchner, hoteles de cinco estrellas, sedes bancarias, un poco más adelante la casa rosada. A la izquierda el escenario es similar: torres de edificios, algunos comerciales, otros de viviendas, algunos son hoteles de Puerto Madero. El paisaje es de exclusividad, dinero, capitalismo; un paisaje del 1%. Como en muchos otros lugares en Buenos Aires, sospecho que también en otras ciudades latinoamericanas —sé de ello en ciudades gringas (el paradigma es Los Ángeles)— en ese paisaje de exclusividad te cruzas sin esperarte con su contrario en su forma más extrema. En ese caminar, contra el pequeño muro que separa la avenida de la circunvalación vemos varias bolsas de basura. No les presto mucha atención. Cuando bajo mi mirada, Laurent me hace señas para que vuelva a mirar. Entre un par de bolsas y algunos elementos de lo que fuera una bicicleta, un cuerpo; carne casi pues es indistinguible de la basura, un desecho más. Su desposesión de cualquier viso de humanidad es radical.

No es que no haya visto situaciones similares en estos más de 3 meses en Buenos Aires. Al contrario, son tantos los cuerpos dispuestos en el paisaje urbano; unos, allí sin más, otros buscando refugio en los huecos y no huecos que deja la ciudad que una se acostumbra a verlos. En general, no “molestan”; son parte del paisaje urbano con el que convivimos. Su molestia sólo se percibe cuando literalmente entorpecen el paso. Es lo que presencié hace unos días. Regresaba de noche a casa. Cerca de mi departamento hay una sede bancaria con sus grandes cristaleras como entrada que dan acceso primero al cajero y luego a las oficinas. Mi mirada se para en unas mantas que parecen tapar un cuerpo. Un hombre está terminando de usar el cajero. Me debí parar o disponerme de tal manera que el hombre interpretó que quería entrar al cajero y que no podía hacerlo porque ese cuerpo lo impedía. Más que decirme, me indicó con las manos que debía acceder por la otra puerta. El cuerpo no era más que un elemento que impide el paso y como hacemos con otros que entorpecen el tránsito en la ciudad, buscamos vías de esquivarlos y seguir nuestro camino.

Ambos son cuerpos dispuestos, vidas descalificadas. Al segundo, al menos, lo percibimos algo, no sea porque entorpece el paso; al primero ni eso. Está tan alejado físicamente del lugar de paso y tan confundido con la basura que quedó ya más allá. Es ya desecho.