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El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza

Magdalena Caccia

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El pasado octubre me visitó Juana, una amiga uruguaya que vive en México y trajo consigo una recomendación: el último libro de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, en el cual, según me contó, escribía un relato maravilloso que volvía sobre el femicidio de su hermana, treinta años después de los hechos. Lo asombroso, me adelantó, es la manera en la que va reconstruyendo lo que pasó y cómo decide narrarlo; es realmente una lectura imperdible. Con estos adelantos, una vez que conseguí el libro, me aventuré rápidamente en la lectura.

En el año 1990, Liliana Rivera Garza, una estudiante de veinte años, fue asesinada a manos de un hombre con el cual había mantenido una relación de noviazgo. En el año 2020, y en plena pandemia, Cristina busca rescatar la vida de Liliana del olvido y lo hace de una forma estupenda. El invencible verano de Liliana es el libro fruto de esa búsqueda, de ese esfuerzo por unir retazos, partecitas de la historia de su hermana para construir una memoria arrebatada por la violencia femicida, para “seguir buscándola”, como ella misma expresa.

Leí el libro en un par de días, me atrapó por completo. No pude más que coincidir con Juana: a pesar de lo doloroso de la historia, el libro es un canto a la vida, a la familia, a las hermanas. Rivera Garza se enfrentó al desafío de “traer de vuelta”, por un ratito, a su hermana y su cotidianeidad, a acompañarla en esos años, meses y días previos a su asesinato; y las estrategias que utilizó, a mi entender, pueden aportar algunas ideas para el trabajo de contar.

El libro narra, por un parte, el periplo para recuperar el expediente del asesinato, perdido en el laberinto de dependencias del Estado y librado a la suerte de los burócratas de turno, que ven casi imposible la idea de volver sobre sucesos de hace treinta años. Esta búsqueda se va enredando con el esfuerzo por rastrear las cartas que Liliana escribió: a sus amigas, a sus primas, a sus parejas, como forma de darle voz a quien ya no la tiene. Un detalle interesante es que la tipografía utilizada para plasmar las cartas en el libro fue diseñada por un amigo de Liliana, intentando acercarse a su caligrafía, como forma de asegurar su presencia en la escritura de diferentes maneras. Además, Cristina consigue encontrar y entrevistar a quienes en aquel entonces compartían la vida con su hermana y cada una de esas personas aporta un detalle, un recuerdo, una anécdota que ayudan a “darle vida”, paradójicamente, a una Liliana que va descubriendo el mundo, llena de contradicciones y complejidades, como es esperable en alguien de veinte años.

Rescato del libro su intento por descubrir, o inventar una nueva manera de contar para aquello que no se puede contar, que requiere, si se quiere, de un nuevo lenguaje. ¿Cómo se cuenta un femicidio treinta años después? ¿Cómo se cuenta una historia a través de sus retazos? Cristina Rivera Garza lo logra y en su búsqueda se suman otras voces que cuentan con ella, como si se tratara de algo colectivo antes que individual. Recurre a las capas, a los estratos, va recuperando una historia que, justamente, solo se comprende a través de sus trozos. Su investigación es metódica, rigurosa, tanto que ante el fracaso en conseguir el expediente, termina por reconstruir el propio “archivo” que su hermana dejó de sí misma a través de cartas, notas, diarios. En esta entrevista que le hacen para la Revista Dossier, expresa que encontrar ese archivo personal y poder reconstruirlo, fue lo que le permitió ir más allá de lo que el Estado le podía dar; de alguna manera, sustituyó al Estado. Me quedo pensando en lo potente de esta reflexión y en sus posibilidades para pensar otras formas de contar.