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El plumero (Cortaderia selloana) y la gestión de poblaciones

Marcos Mantilla

Cantabria, Mayo de 2022

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El plumero, hierba de la pampa o cortaderia es una gramínea cespitosa de carácter perenne, que forma grandes macollas de hasta 3 y 4 metros de altura, constituidas por largas hojas glaucas, acintadas, planas, con limbos de hasta 2 cm de ancho y 1,8 de largo, coriáceas, con los bordes aserrados, de tacto áspero y cubiertas por cristales de sílice, lo que las hace cortantes y poco apetecibles para la fauna herbívora.

Pero lo que a nosotros nos interesa de esta planta, es su consideración como especie invasora, como especie exótica que amenaza la biodiversidad de allí donde se establece. Es una especie que monopoliza el uso de recursos y la ocupación del espacio. Y que al igual que la famosa seta del fin del mundo, se instala en ecosistemas cuya estructura vegetal está degradada, o bien en zonas libres de toda vegetación, siempre por impacto antrópico, y generalmente en áreas periurbanas y zonas industrializadas. Además, sus requerimientos ecológicos le posibilitan proliferar en cantidades muy reducidas de sustrato, y así, prosperar en los huecos del urbanismo humano: en bordes de aceras, juntas de baldosas, tejados de edificios abandonados…

No obstante, su existencia está elevada a problema ecológico también en Espacios Naturales Protegidos; tanto en aquellos de interior, donde las prácticas madereras producen ese terreno erosionado propicio para su desarrollo, tal es el caso del Parque Natural Saja-Besaya; como en aquellos del litoral, donde el urbanismo colonizador, muchas veces ilegal, y la actividad turística roturan territorio baldío.

Los dualismos cartesianos constitutivos de la construcción metafórica moderna de la naturaleza, quedan unidos aquí, por la expansión del plumero. Lo natural y cultural, se desplazan de sus posiciones absolutas en los restos y ruinas de actividades productivas diversas. Pareciera que buscar la cortaderia selloana nos llevase a buscar las consecuencias no deseadas de la gestión capitalista del territorio y los recursos. Buscar también, cómo se gestionan su existencia, nos enfrenta a cómo se tratan de resolver esas consecuencias. Las máximas ecológicas de intervención y protección del/en el paisaje se manifiestan en el control de poblaciones, en este caso, de plantas. La producción de jardines a través de la destrucción, por un lado, de especies que “colonizan”, y el cuidado de otras que son locales, originales, evidentes. Un diseño político de la naturaleza que establece jerarquías entre especies, y que en función de éstas, levanta muros protectores y lleva a cabo prácticas de muerte.

Plantaciones de especies dunares autóctonas en la playa de Latas (Cantabria)

Siguiendo al plumero pues, a una especie invasora en Europa, cabe preguntarse desde donde invade, esto es, desde donde viaja. Al parecer, nace en Sudamérica, se localiza en Brasil, Chile, la pampa argentina y la uruguaya. Y allí, es especie a conservar, y las relaciones ecológicas en las que están insertas se protegen, pues sus pastizales, aunque de poco valor nutritivo, son hábitat para gran cantidad de aves pampeanas. Cambian las jerarquías y con ella el modo de gestión de poblaciones. Estas escalas de vida también estructuran lo humano, y también lo hacen a través de los procesos conformadores de los Espacios Naturales Protegidos. Movilizando poblaciones, negando existencias, legitimando otras.

Sin salir del continente, vamos a desprendernos de nuestro compañero de viaje, el plumero. Aunque seguimos acompañados de las lógicas que su existencia tensiona y articula. Puede hablarse de invasión, como hemos visto, a través de la presencia de especies vegetales en ciertos territorios y tiempos concretos, que alteran el funcionamiento de cierto ecosistema por las consecuencias no intencionadas de la modernidad. Vamos a ver ahora, cómo la lógica que articula el concepto de invasión, de seres que no corresponden al espacio que ocupan, y que han de ser expulsados, configura la gestión de poblaciones humanas.

La protección de los espacios naturales viene articulada por aquel paradójico mantra de la naturaleza sin humanos, pero para los humanos. En aquellos lugares, como el Parque Natural Saja-Besaya (Cantabria, España), donde no hay población establecida o los usos del espacio están más o menos en sintonía con el ordenamiento territorial estatal, las tensiones son más o menos resueltas en el terreno de la política parlamentaria local. No obstante, en aquellos lugares donde el desarrollo de las zonas protegidas colisiona con espacios “subdesarrollados” y/o semi-proletarizados, como el caso la Reserva de la Biosfera Maya en Guatemala[1], no anexionados del todo al respectivo leviatán; la labor estatal de anexionar territorio a éstas se realiza a partir de prácticas colonizadoras:  Así pues, la consolidación espacios protegidos y geografías turísticas seguras se produce mediante una militarización del espacio y una domesticación de prácticas e identidades de la población local. La cual supone ahora, un habitante invasivo del territorio, que contamina y deteriora el ambiente del que forma parte. Esto es, creando un refugio para ciertas relaciones ecosistémicas, orientadas a un turismo natural y cultural mercantilizado, al que la población local puede atenerse; y generando estructuras sistemáticas de desprotección para aquellas formas de vida ajenas al mandato ecológico que articula los Espacios Naturales Protegidos. Fagocitando lugares de resistencia a la capacidad de registro estatal, en tanto que garante de muerte, y también de vida.

[1] A. Devine (2016): Colonizing space and commodifying place: tourism’s violent geographies, Journal of Sustainable Tourism, DOI: 10.1080/09669582.2016.1226849