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Emparentar fragmentos de realidad

Gabriel Gatti

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“Si la realidad es irracional (…) inventemos entonces conceptos irracionales”, dijo Jean Duvignaud en La solidaridad. Vínculos de sangre y vínculos de afinidad (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 175). Y otro Jean, Baudrillard, completó la idea en El otro por sí mismo (Barcelona: Anagrama, 1989): [la teoría] “tiene que hacerse excesiva y sacrificial para hablar de exceso y sacrificio. Tiene que hacerse simulación si habla de simulación y utilizar la misma estrategia que su objeto”. Et ainsi de suite: si de seducción se habla, seducir es lo que el texto debe hacer; y si es de desaparición, pues jugar al escondite, mostrar los bordes, los vacíos, los huecos. ¿Y si es de algo atomizado, precario, quebrado como los refugios? ¿Qué teoría, qué mirada? Este panfleto, el que sigue, argumenta a favor de textos, teorías y técnicas que emparenten fragmentos.

Trabajamos en ViDes con un objeto —el refugio— de límites poco claros, de manifestaciones muy variadas y dispersas, fugaz además, pues lo que hoy protege, mañana no. Es quebradizo, móvil, poco duradero. Como objeto, no funciona, no alcanza a tener la densidad de las cosas que pueden tramitarse con las miradas viejas de las ciencias sociales, esas que heredamos y usamos como mantras de la ciencia debida: la mirada esférica sobre un objeto aislado de la monografía, la algo más abarcativa pero igual de esférica de la comparación, la multisituada, que, sí, se mueve, aunque siguiendo cosas que son ya cosas y que lo son a toda escala. Trucos divinos más o menos molones.

Pero aquí no. Esto es cosa de fragmentos que se constituyen como cosas en diálogos cortos y por poco tiempo, que lo hacen por resonancias o refracciones que producen flashes que exigen estar atentos y aceptar riesgos interpretativos. Las miradas heredadas hace tiempo perdieron esa chispa, y no respetan tanta fugacidad. Los refugios, en un mundo atravesado por la desaparición y el colapso, son pedazos de sentido demasiado chiquitos para ellas.

¿Cómo adecuarse a ese movimiento de cachitos sueltos de objetos que conectan? O dicho de otro modo, si la realidad es fragmentaria ¿qué mirada merece? Nos inspiramos en Anna Tsing (que trabaja con el patchwork en su El hongo del fin del mundo, que editó Capitán Swing en 2022) o en Valeria Luiselli (que lo hace con pedacerías en su novela-ensayo Desierto sonoro, de Sexto Piso y de 2019). Las dos organizan trozos y buscan contar la red en la que esos trozos conectan sin que el sentido anule el fragmento, que es la forma de lo que nos interesa ver: cachos, pedazos, restos, que se vinculan puntualmente, haciendo sentido un rato en una trama que luego se deshace. Una especie de patchwork en movimiento, una pedacería organizada, una maraña, una madeja, un enredo pero con hilillos conectados.

Qué sé yo: cositas que se alinean, que hacen componendas, y ya.

Las herramientas de las ciencias sociales (nuestros mapas, nuestros registros, nuestras cuentas, nuestros cuentos) no sirven para eso, demasiado lineales, demasiado despiadadas con lo sinsentidioso. Proponemos aquí, y por eso, otra cosa: emparentar cosas por un rato, construir hogares puntuales, vínculos intensos pero esporádicos. Y proponemos un nombre además: emparentamiento de fragmentos de realidad. Es nuestra forma de interpretar el relacionamiento (lo que Janet Carsten llama relatedness en Cultures Of Relatedness: New Approaches to the Study of Kinship, Cambridge UP, 2008). La sustancia que circula es el impulso de sobrevivir en un mundo de mierda.

Es apasionante hacer sociología o etnografía así: doy con un trozo, lo cuento; trazo un parentesco, una conexión, un vínculo; lo sigo, doy con otro fragmento. Lo cuento. Tengo ya elementos para dibujar la trama común. Los emparento, y otra vez. Y coso. Pedacería, sí, pero organizada; patchworking incesante. Apasionante, en efecto, pero requiere resocializarse: no deprimirse ante el inacabamiento, la borradura o el esbozo; no esperar discursos enteros ni fotos completas, quedarse contentos con oír susurros que guiñan, ver pedazos que casi encajan, imágenes borrosas que indican pero no cierran. Al contrario, tomárselos en serio, hacerles caso y asumir que objetos en permanente (des)hacerse requieren de textos y campos que reflejen ese movimiento, y eso en tres momentos, los tres momentos del trabajo de emparentar fragmentos de realidad:

  • en la investigación de campo, cuando tiene forma de maraña, que enreda sin distingo a las cosas que miran y a las miradas, en tramas de complicidades necesariamente colaborativas, en las que todos/as participan y de las que todos/as deben participar;
  • en la escritura, que es de pedazos que conectan por resonancias e insinuaciones, si es de uno/a sola/o, sin olvidar la complejidad de las autorías, si es de muchos/as, que requiere ser pensada a cada paso;
  • y en la difusión, que debe ser en red e inacabada, y con preguntas y pocas respuestas.