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Encuentro en el café a las 13:30

Elixabete Imaz

Bilbao, Marzo de 2023

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Vuelvo a la escena donde descubrí un pequeño y que podría clasificar como feliz refugio cotidiano allá por junio de 2022. Una panadería-cafetería de la cadena Bertiz. Buen servicio y precios imbatibles, el sucedáneo contemporáneo de las degus tradicionales, espacio de las mujeres en Bilbao. Tal vez sea un poco tarde, casi es la hora de comer, por eso es probable que no coincida con las que fueron objeto de mi observación y no pueda confirmar que el encuentro que presencié en aquella ocasión es, de hecho, una rutina. En todo caso volver al local me servirá para recordar aquella escena observada hace unos ocho meses.

Aquel día descubrí una curiosa geometría de conversación, en la que unas cuantas mujeres que habían ya cruzado el umbral de la vejez, situadas todas en distintas mesas de forma individual, a lo sumo a pares, se hablaban de una mesa a otra, con distancia, conversando temas banales, o al menos juzgados como tales, como el tiempo, la comida del mediodía o las visitas al médico. Frases sueltas que iban de una mesa a otra y eran respondidas sin prisas. Degustaban un café con leche lentamente, en algún caso con un cruasán o una tostada. Una de ellas ojeaba el periódico. Era evidente que se conocían, pero no quedaban, cada una llegaba sola y se iba sola. Casi ninguna compartía mesa pero todas se hablaban o, como poco, se miraban y escuchaban.

La zona que ocupaban aquel día que las observé, en el fondo del local, está hoy toda ocupada, así que me he tenido que poner en una mesa en la parte más exterior del local. Pido un té en la barra y una mujer al lado me advierte de que en esa parte entorpezco al camarero que, justamente en ese momento, viene con una bandeja con tazas y platos sucios. Se ve que la señora conoce el funcionamiento de la cafetería, conoce las rutinas de los camareros. Pide un café con leche y el periódico, tiene acento extranjero. Con sorpresa, me doy cuenta de que la señora que me acaba de advertir sobre mi mala ubicación es una esas que son objeto de mi viñeta. En cuestión de minutos unas cuantas mujeres más, septo y octogenarias, han copado las mesas libres y se sitúan estratégicamente en el campo visual de las otras. Al pasar junto a las mesas unas y otras se saludan, a veces con cordialidad, otras con cierta frialdad. A veces se detienen frente a la mesa ocupada y, sin sentarse, cruzan una corta conversación antes de situarse en una mesa diferente de su elección. Desde las mesas, trazan entre ellas conversaciones diagonales, o simplemente escuchan la conversación de las otras u oyen el ronroneo de la conversación. Como hoy casi todas las mesas están ocupadas, algunas de ellas se avienen a compartirla, para no tener que alejarse del espacio donde se desenvuelve la escena. En este momento son ocho las mujeres que puedo considerar pertenecientes a este grupo y cuatro las mesas de las doce del local que ellas ocupan, todas en el campo visual y de escucha de cada una de las otras. Una mujer un tanto más deteriorada y su joven cuidadora latinoamericana toman en silenció su café con leche sin hablar con las demás ni tampoco entre sí, pero participando desde la escucha. Algunas de ellas parecen conocerse más o sentirse más cercanas, y la conversación es más amena que la otra vez que las observé, alguna cambia de mesa y se va creando un pequeño grupo ¿se habrá forjado su amistad en esta cafetería o se conocen de antes? Capto fragmentos de conversaciones que tratan de salud, de comidas, de alguna noticia de ámbito local, de quejas por los médicos, de qué han preparado para comer o de medicamentos. También hacen bromas sobre su libertad de horarios porque nadie las espera en casa. Lo importante creo, es que aquí tienen una cita no explícitamente concertada que las ayuda a encontrarse un rato al día, sin que ni siquiera sea imprescindible hablar.

Son las 14:20, la persona que me habló cuando llegué en la barra se levanta y se despide de las tres mesas, en su conversación escucho, que había tenido que regresar unas semanas a Alemania por una operación médica, por eso —explica— no la han visto últimamente en la cafetería. De ahí su acento, comprendo yo por mi parte. Una segunda mujer se levanta y se despide de las que quedan. La mesa de la anciana con acompañante latina también se levanta y se despiden de todas a pesar de que, en todo este tiempo que han estado aquí, no han interactuado o hablado con las demás. “Hasta mañana Isabel”, dice una de ellas. Es hora de irse. En cuestión de cinco minutos se han ido todas.

Quince días después repito mi visita al local, con intención de acabar el texto. Al pedir el té cometo la misma equivocación y entorpezco el paso del camarero que llega con una bandeja a rebosar de tazas. Me siento en la misma mesa que el día anterior y confirmo que llego a tiempo —13:30—, ya hay dos señoras en sendas mesas en el fondo del local. Después llega la señora alemana y más tarde la pareja de la anciana y su joven acompañante. La escena se ha compuesto de nuevo en cuestión de minutos. Son auténticas parroquianas del local, como se decía antes de los clientes (hombres) de los bares. Dos señoras más llegan unos minutos más tarde, saludan las diferentes mesas. Una de ellas se fija en mí, se me acerca y me pregunta por las flores que acabo de comprar y que tengo sobre la mesa. Me pregunta cómo se llama, cómo tienen la flor. Le comento que es resistente y que tengo una igual en el balcón desde hace un año, que la he comprado en el LIdl. Una señora situada en la mesa al fondo pregunta desde allí a mi interlocutora que dónde he dicho que he comprado la planta. “En el Lidl —contesta—. Ya me gusta, voy a comprar” añade eligiendo otra mesa. “En el LIdl tienen siempre plantas y además a buen precio”, contesta desde el fondo la otra señora. Y siento la extraña sensación de haber sido introducida en la escena que analizo. Continúa el ritual, breves conversaciones sobre citas médicas y comida, explicaciones de por qué no se ha asistido a la cita habitual justificada por causas de males diversos. Cada una desde su mesa.

Cuando se van una a una, entre las 14:00 y las 14:15, como el otro día, se saludan. Sin embargo, a mí nadie me saluda. Se ve que se precisa más que un esporádico contacto para llegar a ser miembro de este grupo, este efímero pero cotidiano refugio de socialidad, de una muy restringida espacio-temporalidad, banal, pero sospecho que indispensable para sus componentes.