Marcelo Rossal
Montevideo (Uruguay), marzo de 2023
En Uruguay no se mide la mortalidad por clases sociales, hubo algún estudio al respecto del Banco de Previsión Social referido a categorías laborales, pero ni siquiera es fácil acceder a estos resultados. Quienes trabajamos junto a los más pobres de nuestra sociedad sabemos que se mueren antes, que sus cuerpos sufren los siniestros laborales y los homicidios, así como en abrumadora mayor medida la cárcel y las drogas de peor calidad. En otros países se ha confirmado que los pobres viven como 10 años menos que los que no son pobres, pero en Uruguay aún eso está por saberse. De todas formas, créanme, la muerte reproduce en buena medida la desigualdad social.
Victoria
Ayer alguien mató a Victoria, una chica trans veinteañera, a la que conocí cuando apenas salía de su adolescencia. Victoria estaba con su hermana y una amiga cuando las entrevistamos en el 2019 junto con Luisina. Estaban las tres cargadas de sueños, querían ser reconocidas y respetadas. Querían estudiar y tener una vida buena, tenían algunas referencias de cómo hacerlo y nada les era ajeno: la militancia social, el arte, el vínculo con la “alta cultura”, incluso. Marianella Morena, una reconocida directora de teatro, la dirigió en su obra “Naturaleza Trans”. Victoria actuó en el Solís, el principal teatro de Uruguay, y murió en los bordes del país, en el barrio popular de Rivera Villa Sonia. Llegó al Teatro Solís y a conocer a la prestigiosa directora teatral partir de una de esas experiencias de inclusión que se desarrollan en Uruguay. Llegó al Solís, pero no se salvó de una muerte violenta en uno de los márgenes del país [ve noticia aquí].
Patón
Patón era un poco más joven que yo, caminaba la calle con conocimiento de causa. Andaba por los distintos barrios sin comerse ninguna. No iba en busca de respeto, pero no toleraba que lo vinieran a llevar de vivo, ni a correr con el poncho. De todas formas, estaba donde podía quedarse a merced de distintos poderes que lo arrinconaban. Caía y se levantaba cada día, con renovada esperanza.
La noche antes de su muerte festejó con algún amigo que su pareja acababa de tener otra criatura. Entre sus esperanzas estaba poder trabajar, leer todos los días y de vez en cuando escribir; cuando le bajaban esas ganas se iba a un ciber café y escribía sus textos, que firmaba con un pie patón, luego los imprimía y se los daba a sus amigos.
El día antes de su muerte, y antes también de su festejo, puso en su lugar a un atrevido. En la madrugada mientras dormía alguien lo degolló. Su última noche la pasó por el Cementerio del Buceo, su último sueño se fue en sangre esa madrugada. De su muerte ya no queda registro en la prensa, lo que sé me lo contó un amigo suyo que aún trabaja lavando autos en la zonaa. Con años de experiencia etnográfica se aprende que la vida buena tal vez no sea más que poder saborear esos momentos que trascienden nuestra humana precariedad, que estos momentos pueden ser narrados con gusto y, por ello, recordados por una comunidad. En la experiencia etnográfica también se vive con dolor la experiencia de la muerte de los que son más jóvenes y se aprecia en sus cuerpos las heridas abiertas de la desigualdad social.