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Refugios climáticos

María Martínez

Bilbao y Madrid, Junio y Agosto de 2022

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Justo el día que nos juntamos en junio para la primera sesión casi completamente presencial del equipo del proyecto (faltaban los mexicanos), oigo en la SER que Barcelona ha puesto en marcha una red de refugios climáticos. No presto mucha atención a la noticia, pero como no, me queda rondando en la cabeza; sin duda es una situación ViDes. Sí que me pregunto cómo serán esos refugios. En mi imaginación se entremezcla la forma de búnker de guerra (lo que no puede no hacer que se me active mi claustrofobia), sala VIP de aeropuerto con sus sillones de descanso y sus duchas, e incluso me viene a la cabeza un espacio de descanso que incluía servicio psicológico que había en la Universidad de Santa Bárbara, California en el tiempo que estuve de estancia postdoctoral.

En agosto, en medio de la segunda o tercera ola de calor —concepto más holócenico que antropocénico cuando el calor extremo se instala permanentemente y la ola temporal o momentánea deja de tener sentido—, Gatti me manda por Whatsapp una noticia de El País en la que hablan de esos refugios climáticos. Explica que hay varias ciudades europeas y españolas que los han puesto en marcha o están en ello (Madrid, como no, no). También describen en qué consisten y, con ello, mi imagen entre el lujo y el terror se desdibuja. Se trata de espacios de las ciudades ya existentes transformados: parques en los que se asegura la sombra y puntos de agua, centros cívicos o bibliotecas con aire acondicionado abiertas a las horas de mayor calor, incluso el desarrollo de caminos que aseguren la sombra en la ciudad. Una ciudad refugio dentro de la ciudad; una adaptación de la geografía del holoceno al antropoceno. Un parche probablemente para algunos; una manera, quizás para otros, de repensar la vida cuando los refugios disponibles son cada vez más escasos.