Carolina Kobelinsky
Rennes (Francia), 13 de Abril de 2023
Voy caminando ligero, llueve a cántaros y estoy justa con el tiempo. Son las ocho. No hay nadie en la calle, casi nadie. En una calle del centro, en un recoveco, veo un hombre sentado en un escaloncito, vive en la calle, supongo. Lo intuyo por su calzado, por las bolsas de mercado que están a un lado. Sentado junto a él, otro hombre sostiene un paraguas abierto. Noto que sus zapatos están lustrados. Este hombre no vive en la calle, no. Veo sus zapatos, su pantalón bien planchado que contrasta con el atuendo gastado de su compañero. Veo su mano sosteniendo el paraguas (de esos grandes y bien rígidos, como de otra época). Los dos hombres están tomados de la mano y a pesar de la lluvia se oye un murmullo. Una plegaria. Se me ocurre que están rezando para cortar el ayuno del Ramadán. En mi cabeza salta la alarma ViDes-Refugio. Sí, veo refugio aunque no sé muy bien cómo, ni de qué está hecho.
Llueve, estoy apurada y no me quiero demorar más, pero cruzo la calle y vuelvo sobre mis pasos para ver algo más de la escena. Mientras, grabo un audio para no olvidarme de la escena. Para compartirla con Gatti, que está en Paris y con quien venimos intercambiando mensajes estos días. No sé si será un delirio romántico de mi parte o qué, le digo, pero estoy viendo refugio.
Retrocedo entonces y vuelvo a caer en los zapatos de uno y del otro. Oigo mejor el cántico y me detengo un instante en el paraguas color verde musgo (¿verde refugio?!). Aunque mi mensaje no requiere respuesta, al rato Gatti me escribe “guau… agua, manos, clases sociales. Refugio aful”. Vuelvo a pensar en el paraguas elegante y en la imagen que me queda: el paraguas que cubre completamente la cabeza de quien lo sostiene y parte del compañero, que los cubre medianamente de la lluvia, que (los) protege. Y en el murmullo ese que también suena a protección.