Elixabete Imaz
Marzo de 2022
La Parroquia San José Obrero, construida en el año 1967, tiene la peculiaridad de que es una planta de medio círculo. Tiene una especie de soportal, también circular, que es el que da acceso a las dos puertas que tiene esta Iglesia. Junto a cada una de las puertas hay dos bancos de cemento. Es una arquitectura de cemento y ladrillo, encajonada en el barrio obrero abigarrado de construcciones de esa misma época. El soportal crea uno de estos espacios que siempre tienen aspecto húmedo o sombrío, desacogedor. La Parroquia se construyó en Iztieta, en Renteria, en pleno periodo de expansión urbana. Conozco el lugar desde que soy pequeña y aunque en aquella época no me gustaba, en este momento miro la edificación de otro modo.
En los ochenta, ahí solían juntarse un grupo grande de medio punkis y medio yonkis que pasaban los días y las noches en aquel periodo fuerte de la heroína. Siempre estaban allí ocupando ese espacio y probablemente incordiando a los que querían entrar en la Iglesia. Ahora, que después de muchos años estoy pasando por esta Iglesia de nuevo bastante habitualmente, veo que en ese lugar, tanto en estos asientos cemento, como en las propias puertas de la Iglesia, siguen juntándose personas sin techo, gente que no tiene a dónde ir.

Esto me lleva a pensar sobre la arquitectura como un tema que también deberíamos considerar: si existen algunas arquitecturas que, de alguna forma, apelan a la gente que está en situación de abandono; si tienen capacidad de invocar a gente que no tiene a dónde ir. Si hay algo en algunas arquitecturas, en algún tipo de organización del espacio que hace que las personas “descontadas” sistemáticamente vayan ahí. También es cierto que la Iglesia se llama “San José Obrero”, se inauguró un 1 de mayo, son datos que dan que pensar sobre cómo se ha visto esta parroquia a sí misma y su función respecto al entorno que le rodea. Esta Iglesia, durante décadas y décadas, ha sido permisiva y no ha hecho nada (o no ha sabido hacerlo) para rechazar o echar a la diversidad de gente que ha ido ocupando y/ cobijándose en esos soportales.
Estos días cuando paso, siempre hay por lo menos una pareja que duerme ahí, con sus colchones y todas sus cosas. Todas las noches, reorganizan el pequeño campamento en la puerta de acceso a la Iglesia y luego por el día dejan todo en un rincón en los mismos soportales. En la segunda puerta hay otro hombre que de día enrolla sus bártulos y los deja entre unos setos. También en los bancos he visto que pasan el tiempo grupos de personas, pero solo de día, pasando el rato y que se van cuando cae la noche.
En definitiva, este germen de cata más que cata en sí, es una pregunta sobre la existencia de arquitecturas que, aunque no se hayan concebido como tales, puedan ser compatibles con este tipo de refugios “de calle”. Espacios que se han convertido durante años, “por costumbre” y sin un diseño o intención que lo buscase, en espacios de refugio, aunque la gente o tipo de gente que los habite vaya cambiando.
También creo que hace que nos fijemos en la Iglesia, tanto como institución general como en su dimensión parroquial o de diferentes órdenes, que tal vez requieran una atención especial en el proyecto.