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Cuentas, cuentos y cuidados en modo queer

Gabriel Gatti

Bilbao, 14 de octubre de 2022

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Hace unos años, en un seminario que organicé en Estados Unidos para pensar cómo contar la desaparición, Daniela Rea nos mostró a los presentes una de las primeras versiones de un trabajo brillante, que llamo «trabajo» porque no sé cómo llamar, si texto, documental, poema. Lo dejo en «pieza» y remito a uno de los títulos que sé que tiene, o tuvo: «Desaparecido es un lugar«. Pero lo que quería recordar no es eso, sino a Joao Biehl, que estaba sentado a mi lado cuando lo veíamos y me decía, admirado, igual que yo: «Lo tiene todo, lo tiene todo». Y así era, sí, Daniela le dio a la pieza dos dificilísimas virtudes, la síntesis y la seducción.

Lo mismo pensé cuando leí una nota en EL PAIS de mediados de agosto de este año; no es en realidad una nota sino una síntesis semanal, un boletín que llaman Americanas (“newsletter de EL PAÍS América que aborda noticias e ideas con perspectiva de género”), donde meten de todo y que en este caso titularon “El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas”. Había de todo, en efecto: la referencia a una noticia sobre Brasil y las estadísticas queerdescuento—, a un trabajo publicado en Colombia —el descuido del Estado respecto a las personas trans en Colombia—y sobre cómo estas se constituyen en comunidades de cuidadosdes/re/vincular—. Todo, como la pieza de Daniela, y todo lo de Vidas descontadas, el proyecto al que alimenta esta viñeta: (des)cuido, (des)protección, (des)cuento y se habla mucho de (des)vincular… y de rehacer todo eso. Sintético, y sugerente, no tanto como la pieza pero bien.

La estadística queer, pongamos. Temazo. Precioso concepto, cuánto podría dar de sí: números que contasen el descuento y al descontado, cuentos para narrar al invisible. Cuentos pero que no, número pero para lo que no. Maravilla. Pero ay… No es fácil, no. El texto mismo que estoy citando, que firma Egerton Nieto, activista LGTBI+ brasilero, termina siendo una invitación a la visibilidad equiparable, políticamente justa, pero, diría, epistemológicamente pobre, e insuficiente. Así, dice: «cualquier censo o encuesta nacional que no incluya a la comunidad LGBTQ+ no será una representación exacta de la ciudadanía. Otra década sin datos implica otra década sin políticas adecuadas, y permitir que continúen las injusticias históricas que han mantenido a nuestra comunidad pobre, vulnerable y olvidada.» Cierto, seguro que sí, pero impreciso y desajustado: el problema no está en la falta de dato sino en cómo la idea misma de dato pelea con las texturas de algunas realidades. Me deja con hambre; el descuento no es un error estadístico / estatal con consecuencias morales y políticas. Es eso, pero es también una condición y un modo de existencia que requiere, pues sí, estadísticas queer, chuecas, otras.

El artículo de las comunidades que conforman las personas trans en Colombia  denuncia un olvido que es sangrante, y un abandono, el del Estado, que literalmente se traduce en muertes. Cierto. Bien. Pasa luego a mostrar los sustitutos del cuidado que quien tiene que proveer de cuidado no provee, la comunidad misma de los abandonados, que protege cuando otros no y cura, y es plena. Pero es comunidad bastarda, es poscomunidad y es simplificada si aparece como un simple grupo de ayuda mutua, como un mero remedio y remedo liberal de la falta de Estado. Algo parecido a lo que pasaría si miramos mal un refugio repensado, como en el caso de El caracol en Ciudad de México. Estas comunidades cuidan distinto, cuidan en modo menor; cuidan queer: cuidan con venditas, con techo roto, con cosas y cositas. No son comunidades de reemplazo, son comunidades raras. Y si hacen vínculo, es posbiológico, bastardo y trans. Estoy leyendo ahora Las malas, el libro de Camila Sosa, y creo que por ahí va. El vínculo en modo queer no es como los otros aunque se le parezca.