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Sobre cuidados y descuidos

María Teresa Martín Palomo

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En un motel en mitad del desierto en EE.UU. viven o malviven personas a quienes la vida no les ha ido nada bien. Hasta que una generosa mujer aparece un día con sus cuidados y lo cambia todo. Pero cuando todo se llena de “vida”, es cuando Debby, que vivía en aquel parador de desesperación y de abandono, decide marcharse: “Demasiada armonía.” (Bagdad Café: Hay vida en el desierto, Percy Adlon, 1987).

Demasiado armónico esto de vivir en el cuidado. “No me quiero salvar” o “quiero vivir en el descuido”, parece querer decir Debby. El quiero quedarme ahí y habitar la desaparición social a que Gatti se refiere en una de sus catas de Montevideo. En otra cata de Magdalena, Cordura, se relata cómo, aun sabiendo que el contenedor es un lugar muy peligroso para vivir, hay quien se aferra a seguir instalado, precaria y provisionalmente, en ese espacio, lo que puede ser considerado un contexto de descuido es su lugar para refugiarse.

La literatura sobre cuidado, desarrollada con profusión en las dos últimas décadas, en especial desde los estudios de género o feministas, ha generado un campo de estudios en expansión, que a la par se ha ido sedimentando y calando, tanto en la acción de movimientos sociales, como a nivel institucional. En ambos espacios se ha ido introduciendo con fuerza. Con una noción de cuidado que parecía abrir todo en un mundo en que reina la desprotección, pensar cuidado y vida juntos daba para escribir muchos artículos, también ha generado ingente material para las militancias, para la acción política, pareciera que ya no quedaba más que llevar el cuidado por todas partes.

Esas promesas, sin embargo, se han diluido. El cuidado ha dejado de inquietar. Se ha fragmentado, especializado, edulcorado tanto, como para que pensemos en hacer las maletas. No solo ahoga la posibilidad de entender y contarnos cómo es nuestro mundo hoy, y qué es lo que hace la vida posible. Nos aleja también de lo que podría hacer visible en otros lugares, allí dónde generalmente no se busca, no se espera. El cuidado es ambivalente, contextual y relacional (García Selgas y Martín Palomo, 2021); y aun permitiendo mantener el mundo común, sea el que sea, es poco permeable a la sedimentación, necesita definirse en cada situación concreta.

El concepto, por lo tanto, tal como ha ido sedimentando, no es tan claro, ni tan nítido, ni tan limpio. Nos hace sospechar. No nos permite seguir con el problema (Haraway, 2019). Probablemente hay que darle algunas vueltas, algunos giros, plegarlo y encontrar hilos que nos permitan salir de la trampa en la que ha caído; a la par que indagar en si es posible que el cuidado nos permita pensar los refugios para habitar la desaparición social.

El descuido, al contrario que el cuidado, (nos) inquieta, (nos) perturba, (nos) permite seguir con el problema. El descuido no es el negativo, ni lo contrario, del cuidado, me atrevo a aventurar. Probablemente, en las tensiones entre descuido y cuidado, encontremos un espacio rico para pensar los refugios, la vida, y cómo esta se hace posible. Vamos a intentar ir pensando esta relación, el descuido mismo, con algunas preguntas que han motivado esta reflexión.

En primer lugar, si partimos, como se hace aquí, de considerar el cuidado como ambivalente, contextual, relacional y responsivo; y sabiendo que en un mismo contexto no tiene el mismo significado para todos los agentes, humanos y no humanos, implicados, ¿se podría pensar el descuido en los mismos términos? Es decir, también hemos de pensar en un contexto, en relaciones, en el significado que quienes están implicados en ello le dan a ese descuido. ¿Es posible, acaso, que en un mismo contexto quienes estén implicados vean una.e.o.s, cuidado, otra.e.o.s, descuido, otra.e.o.s, ni una cosa ni otra?

En segundo lugar, si cuidar es una práctica, una labor… ¿descuidar qué es? ¿Es no estar atento? ¿Es no buscar la forma de dar respuestas, o es no dar respuestas? ¿Es obviar el modo en el que quien lo recibe valora el cuidado? ¿Es, acaso, cuidar a la fuerza, ejercer violencia al cuidar/cuidando? Además, si el cuidado tiene un carácter procesual, siguiendo a Joan Tronto, el descuido se puede producir en una relación de cuidado, en la que algo no está, por lo que no es totalmente descuidado, es en parte descuidado, pero la vida sigue.

En tercer lugar, y casi casi en la misma línea que el comentario anterior, pensando en cómo Annemarie Mol plantea el cuidado, en tanto que lo que se hace con el hacer… ¿Puede haber descuido antes de hacer? ¿Des-preocuparse es una forma de descuido? ¿Qué ocurre cuando nos preocupamos pero no podemos hacer nada más que preocuparnos? En este último supuesto, ¿No habría cuidado? ¿Se podría hablar de descuido? Pensemos, sin ir más lejos, en la indiferencia, en cierta lógica de despreocupación generalizada, como ocurre con los menores que viven en la calle en Ceuta, dónde hay una enorme desprotección, no hay una acción de cuidar pero tampoco un descuido absoluto (aparece algún/a voluntario que se preocupa, o unos menores cuidan de otros aunque sea parcial, temporal y precariamente). Por otro lado, si el cuidado es activo, una práctica, un hacer (Mol, 2002), ¿qué implica dejar de hacer? ¿Puede ser un aparente descuido un cuidado en la práctica? Como afirmaba una entrevistada, al referirse a los cuidados que su propia madre prodigaba a su abuela: “tanto cuidado a veces no beneficia” (Martín Palomo, 2010); o ese “déjame hacerlo por mí misma”, “deja que me ponga los zapatos en el pie equivocado y que ande incómoda hasta que me dé cuenta, no me pongas los zapatos en el pie que corresponde”, que plantean ciertas pedagogías, como la de María Montessori.

Yendo aún más lejos, ¿no podría ser el descuido una forma de cuidado? Pensemos en el suelo, si no lo dejamos, y le diéramos tiempo, el tiempo de su propio ritmo, no se regenerará (Puig de la Bellacasa, 2015). Y para regenerarse necesita estar a su aire, sin intervención humana alguna (directa o mediada tecnológicamente); descuidado. Pensemos también en dejar de intervenir un cuerpo moribundo, por parte de la institución médica y con aparatos varios, para permitir que la vida se acabe. Por tanto, “dejar de hacer”, puede generar vida. Descuidar, romper el vínculo en este caso, permite la vida.

En cuarto lugar, si entendemos los cuidados como complejos procesos socio-prácticos que son fundamentales, entre otras cosas, para la perpetuación del mundo común (García Selgas, y Martín Palomo, 2021), ¿descuidar podría llegar a tener un contenido emancipador? ¿Descuidando estaríamos dejando de mantener un mundo en el que muchas vidas no son posibles, muchas vidas no son vidas? ¿Descuidando renunciamos a mantener y perpetuar un mundo que no nos gusta, que nos convierte en invisibles, en desechos, en restos…?

Intentaré avanzar al pensar el problema indagando en la tensión cuidado-descuido a partir cuestiones como las que siguen, que parten de una concepción parcial, fragmentada, contradictoria del cuidado para pensar el descuido. Y lo vamos a hacer pensando diferentes aspectos de lo que puede definir el descuido.

El descuido como modo selectivo de desatención. Es decir, deja fuera algunas cosas, vidas o fenómenos que no son sus objetivos. El cuidado da respuesta a una necesidad, y hay infinidad de necesidades que se des-atienden. Acaso por no enredarse en relaciones que limiten el poder de quien tiene la necesidad estableciendo condiciones de endeudamiento u obligaciones (Martin, Myers y Visau, 2015; Murphy, 2015), y en ese sentido, descuidar libera de estas vinculaciones que reproducen desigualdades, y de lógicas como las del don.

El descuido como cuidado no responsivo. Cuando el cuidado no es responsivo (Muñoz Terrón, 2010), cuando no se tiene en cuenta qué quiere, qué le gusta, cómo entiende su necesidad quien o lo que la tiene, a quien o lo que se da respuesta, estaríamos entrando en el terreno del descuido. Desde esta perspectiva entonces, el descuido sería “decidir por otra.e.o.s sin esa.e.o.s otra.e.o.s” (precisamente lo que denuncian desde el Movimiento por la Vida Independiente desde hace décadas, en relación con las actuaciones de las políticas sociales, pero también del universo asociativo y de ONG).

El descuido como cuidado “re-torcido”. Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre con una intervención voluntaria del embarazo, o en ayudar a morir, a tener una buena muerte, a dejar la vida (pensemos, por ejemplo, en la serie El Colapso). Situaciones ambas en que hay que hacer para evitar un daño mayor. O cuando para cuidar de unas personas, animales, cosas, se ejerce violencia sobre otras, como ocurre con la violencia obstétrica. Se trata de situaciones de una enorme complejidad moral, de hecho, provoca mucho sufrimiento a las personas implicadas en estas decisiones (Molinier, 2022; Gilligan, 1982). ¿Este sufrimiento es parte del cuidado? Permitir que la vida continúe cuando ya no es posible, cuando ya no se quiere o puede seguir, cuando no se quiere contribuir a generar o mantener esa vida, ¿no es acaso una forma de violencia, de falta absoluta de cuidado?

El descuido como cuidado no inocente. Se ha comentado en parte en el párrafo anterior, pero aquí vamos a darle otra vuelta a esta idea más tercamente. Para ello, hemos seguido el trabajo de Murphy que habla de la falta de inocencia del cuidado, de la violencia cometida en su nombre. Evocamos aquí, como ilustra esta falta de inocencia de las prácticas de control de la fertilidad con poblaciones indígenas que han sufrido esterilizaciones masivas. En este sentido, se ha de recordar que el cuidado circula dentro de relaciones de poder más grandes, sistémicas, y a menudo muy violentas (racistas, coloniales, sexistas, capitalistas), en las que se inscriben ciertos proyectos internacionales de ayuda al desarrollo que buscan otorgar derechos a las niñas y mujeres del “tercer mundo” (Murphy, 2015), ¿ejercen violencia sobre ellas pretendiendo cuidarlas? 

El descuido como mal cuidado. ¿Podríamos considerar acaso el descuido como el simétrico negativo del cuidado? ¿Estaríamos hablando de lo mismo o es otra cosa? ¿Podríamos considerar el/los descuido/s como una suerte o una forma de “mal cuidado”? En tal caso, ¿para quién/quienes?, ¿para qué?, ¿quién o cómo lo decide? Tal como señala Jeannette Pols (2006) al estudiar las prácticas de “buen cuidado” en instituciones psiquiátricas hay diferentes versiones del buen cuidado que se confrontan e interfieren las unas con las otras en diferentes lugares y situaciones. Annemarie Mol señala que: “El buen cuidado nace de un conjunto de personas que le dan una forma a reinventar y adaptar continuamente en la práctica de todos los días” (Mol, 2009: 21-22). Un mal cuidado sería, entonces, todo lo que se estandariza.

El descuido como arreglos extremadamente precarios en el cuidado. ¿Estos arreglos precarios, pueden llegar a ser considerados descuidos? ¿Habría algo así como un continuum con una frontera borrosa entre cuidado y descuido? ¿Cuánto de precariedad permite el cuidado antes de que se torne descuido? ¿Qué tipo de precariedad termina convirtiendo el cuidado en descuido? Cuando Paloma Moré (2017) refiere a los 12 minutos desde que una auxiliar de geriatría entra en una habitación hasta que la persona necesitada de cuidados ha sido aseada, ¿describe una práctica de cuidado o una intervención descuidada? Exista o no esa frontera entre cuidado y descuido, habría que explorarla.

El abandono, el descuido como marco en el que el cuidado puede tener lugar. Es decir, ¿puede haber cuidado en lugares de completo abandono? Para responder a esta pregunta, habría que explorar otros espacios en los que normalmente el cuidado no se busca, o se busca sólo en algún momento: el espigar (cuando se recupera lo que se ha desechado, descuidado); las pateras (en un espacio tan hostil en el que la supervivencia puede depender de quién está al lado, y de unos cuidados mínimos); los reciclados (cuando se ajusta y se recompone la materia); en los vientres de alquiler, cuando se cuida a la mujer gestante hasta el momento en que hace entrega de la criatura encargada, e inmediatamente se la descuida; en las cárceles, un extraño lugar para el cuidado, en el que no pareciera posible, y sin embargo, una.e.s presa.e.s cuidan de otra.e.s, hay criaturas que viven en algunas prisiones hasta cumplir los tres años… Buscar el cuidado allí donde no se espera: muchas de las situaciones ViDeS, desde en los lugares de espera, bajo los plásticos de Atochares, en los refugios provisionales en que se encuentran y malviven menores, en el cuidado de objetos de gente muerta en el mar, capas de cuidados y descuidos en varios refugios en los que habitar la desaparición social.

Referencias

García Selgas, F., y Martín Palomo, M. T. (2021). Repensar los cuidados: de las prácticas a la ontopolítica. Revista Internacional De Sociología79(3), e188. https://doi.org/10.3989/ris.2021.79.3.20.68

Haraway, D. (2019). Seguir con el problema: generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni.

Martin, A., Myers, N., y Viseu, A. (2015). The Politics of Care in Technoscience. Social Studies of Science, 45, 625-641. https://doi.org/10.1177/0306312715602073.

Martín Palomo, M. T. (2010). Los cuidados en las familias. Estudio a partir de tres generaciones de mujeres en Andalucía. Sevilla: Instituto de Estadística de Andalucía.

Mol, A. (2009). The Logic of Care. New York: Routledge.

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Molinier, P. (2022). Habiter le soin. Une vulnérabilité vulnerabilisante. En V. Nurock y M-H. Parizeau (Eds.), Le care au coeur de la pandémie (pp. 161-175). Quebec: Preses de l’Université de Laval.

Moré, P. (2017). Cuidados a personas mayores en las grandes ciudades: género, clase social y etnicidad. Madrid: CIS.

Muñoz Terrón, J.M. (2010). Responsividad y cuidado del mundo. Fenomenología y ética del care. Daímon, 49, 35-48.

Murphy, M. (2015). Unsettling care: Troubling transnational itineraries of care in feminist health practices. Social Studies of Science, 45(5), 717-737. 10.1177/0306312715589136.

Pols, J. (2006). Washing the citizen: Washing, cleanliness and citizenship in mental health care. Culture, Medicine and Psychiatry30(1), 77-104.

Puig de la Bellacasa, M. (2015). Making time for soil: Technoscientific futurity and the pace of care. Social Studies of Science45(5), 691-716.  Tronto, J. (1993). Moral boundaries. A political argument for an ethic of care. Nueva York: Routledge.