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Los colmos y los huecos de la versión botánica de la biopolítica (viñetas parisinas de ViDes, II)

Gabriel Gatti

París (Francia), 17 de abril de 2023

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Dentro de esa vieja obsesión por el jardín y los parques, que cultivo (a la obsesión me refiero) desde que empecé —ya hace 15 años— a escribir sobre ingeniería social, orden moderno, malas hierbas, desaparecidos, parte de la agenda de ocio / investigación parisina está pasando por el paseo por los parques, squares, huertas urbanas, jardines… Los hay en cada rincón, grandes y pequeños, románticos o barrocos, contemporáneos o sin fecha pensable, con adjetivos distintos (potager, partagé, romantique, vertical), que esconden misterios o son transparentes. Si hace años busqué (con, ponele, Bauman) los correlatos entre el gesto del jardinero y el orden social moderno, si luego prolongué (con, digamos, Tsing) ese gesto a las profundidades más inaccesibles del plantacionoceno, ahora junto a otros y otras me interesa más ver cómo en los parques y en los jardines y en las plantaciones, en esos lugares de orden (“el jardín es un cuadro reglado en homenaje a la razón” (dice Clément, ahora pongo la referencia)), se esconden posibilidades fantásticas y muy paradójicas de construir refugios. Y algo debe haber aquí que merece uno u otro de esos dos adjetivos (fantástico y paradójico); las mismas tensiones las hemos visto en Bilbao, en la Peña, con Eli, o en México, con Daniela, tanto en el Parque de la Amistad como en Xochimilco, o en algún rincón ajardinado o parquizado de Montevideo, donde se esconden bichos, los animales y mendigos del mapa de Borges. Perdón por la cita culta.

Y ahora París, que no es México ni Montevideo, que tiene parques y jardines que encarnaron las aspiraciones de orden modernas en todas sus fases. Estoy leyendo estos días a Gilles Clément (Una breve historia del jardín, chez Gustavo Gilli), que me ayuda a entenderlo así, o sea, que esto de la naturaleza ordenada es cosa de representación del ahí fuera, de control de la vida, un delirio que nos persigue desde hace un güevo. La biopolítica pues, sección botánica.

Uno de los parques más hermosos que esconde Paris es les Buttes Chaumont, en el XIX (el barrio), uno popular, creado en el XIX (el siglo). La Wikipedia dice que fue el resultado de la lucha contra la inmundicia y del afán de ciudadanía: allí, en lo que era ya barrio popular, había viejas canteras de extracción de un mineral calcáreo, llenas de hedores y podredumbres. Mientras que más al oeste Haussmann ordenaba la ciudad alrededor de grandes avenidas y hermosas plazas y se la tejía por debajo con una malla de túneles para el desplazamiento y tubos para la higiene, mientras mucho más al sur, en Buenos Aires, ponele, se iba haciendo lo mismo, allí, al este de la ciudad, el propio Haussmann, por encargo de Napoleón III se afanaba en lo mismo: frenar la podredumbre, ayudar a la belleza y al esparcimiento. Esto decía el edicto del emperador sobre la creación de este parque:

“lieux d’agrément et de promenade à tous les citadins, indépendamment de leur classe sociale”

Hicieron caminos, montañas, lagos, puentes; la tierra se moldeó para que las laderas de la cantera recordasen a los farallones del norte del país, los túneles de la mina se convirtieron en pasadizos y cuevas misteriosas, evocando noches perpetuas, llenas, digo yo, de elfos y musas. Grutas, dioses, diablillos, flores… La naturaleza se sobrerepresentó. Aun hoy, quien lo pasea goza de lo que fuera del parque no tiene lugar, ni debajo, por donde pasó un tren o en las cloacas, que deben estar llenas de ratas. Es como habitar un libro. Es, dice Clément, un “parque que se dirige al humano sensible, a quien se otorga el estatus de soñador” (p. 54). Es otra versión de aquello de Rama de la ciudad letrada, el parque letrado. Viven en un libro.

Vamos en familia, un sábado, uno primaveral, frío pero luminoso. Las laderas de la butte, del montecillo, están saturadas de ciudadanos, casi todos locales. Muchos jóvenes, muchos niños, muchos. El jardín brilla. La ciudad que pasa por debajo y pasa por los lados se retoza dentro. Qué sensación de orden tan extrema transmite este bello “ecosistema de apaciguamiento” (Clément, p. 41). Espacio de protección y placer para la ciudadanía plena, su colmo. Apenas lo alteran dos pistas, dos señales de otros mundos, de los omnipresentes en mi experiencia de París en 2023. Una es silenciosa, otra es abrumadora.

La primera asoma entre árboles y es un montoncito de ropa, muy frecuente en las calles de París, en medio de esas calles. Es tan frecuente que ya ni los veo. Aquí, entre tanto orden, perturbaría si estuviese muy a la vista y por eso su dueña o dueño lo camufló entre arbustos, como si fuera la ropa nocturna de algún diablillo o de algún Elfo. No cuadra, está fuera de la razón jardinera…

También parece estar fuera de la razón jardinera el mundo de abajo. Por donde antaño pasaba el chucuchucuchucu prodigioso del progreso (recuerden esa maravilla de Kronos quartet sobre el progreso = la razón = el holocausto y el lugar del tren en todas esas cosas) queda ahora un tremendo boquete. Es un espacio de abandono, hoy lleno de inmundicia; nadie lo reformó en esta parte de la ciudad. Si se mira con calma, en el fondo se atisban cuatro tienditas de campaña de Quechua, de las que hay a cientos por Paris. Zona gris habitada. Es muy fuerte la sensación de que lo que comparece a los sentidos ahí, al extremo del túnel, es extremo también; es algo que quedó fuera de la razón jardinera desde la que se erigió este parque, sí… Parecería que los colmos de esta razón han dejado paso en sus zonas de abandono a algunos huecos de inmundicia, que protegen, que ofrecen refugio.

Salimos del parque, por el lado del Hôpital des Enfants Malades, precioso. Calle arriba, calle abajo. Entramos en zona de algún bello proyecto urbanístico de la segunda mitad del XX, otro más, una especie de ciudad jardín parecida a las que abundan en Montevideo. Las casas recuerdan a las de Bello y Reboratti: dos pisos, una escalera interior que se nota por fuera, espacio para el coche. Zonas aseadas para pequeñas burguesías urbanas que son en sí mismas un jardín: equilibradas, paseables… Escribí una cata sobre la que en Montevideo hay al lado del Parque Rodó. Me llamó la atención que acogía a bichos, a estos seres no seres que construyen remedos de hogar en sus esquinas. Más refugio. Esta que estamos viendo ahora se erige sobre otra butte, otra colina, la Butte Bergeyre. No vemos bichos, ni tiendas de campaña. Sí un enorme jardín comunitario, una fórmula nueva para acomodar la naturaleza a la representación del mundo hoy dominante, que incluye comunidad, vecindad, respeto por la naturaleza, reciclaje, miedo al acabose. Los vecinos plantaron vides (de las de uvas, no de las de vacío o de descuento) o flores o huertos. Hay fiestas y cursos para niños y adultos. Este otro jardín no es como el primero, no responde al mismo modelo que les Buttes Chaumont. Pero ofrece lo mismo: una forma de entender el orden. No vi los huecos en esta huerta. Si tiene pinta de refugio, pero no aire de inmundicia. Puro colmo, sin huecos.