Home » Viñetas » Rastros de refugios distintos entre las muchas capas del Jardin Villemin, que vi todos los días desde mi enorme ventana (viñetas parisinas de ViDes, IV)

Rastros de refugios distintos entre las muchas capas del Jardin Villemin, que vi todos los días desde mi enorme ventana (viñetas parisinas de ViDes, IV)

Gabriel Gatti

París (Francia), 3 de Mayo de 2023

Copyright

Antes de llegar a París uno de los espacios que Carolina había sugerido que podíamos visitar para observar situaciones vinculadas a las “vidas en tránsito” era el Jardin Villemin, cerquita de la Gare de l’Est. Interesaba, pues allí cuentan las crónicas en algún momento se concentró un gran número de individuos en espera de poder reemprender su ruta migratoria en dirección a Inglaterra. Era gente en situación irregular y sin alojamiento, muchas que salieron del “centro de acogida” —eufemismo— de Sangatte cuando fue desmantelado. Vinieron a parar a París y se quedaron en esta zona, cercana a la Gare du Nord, que es la estación de la que arranca el tren que conduce a Inglaterra. Como muchos de ellos venían de Afganistán o de zonas de Asia cercanas, se le llamó a ese jardín el “Petit Kaboul”. Tal como lo escribo parece cosa de décadas atrás, pero no, apenas pasaron unos 10 años desde esos días a esta fecha.

Lo cierto es que, como ocurrió con algunos otros espacios que habíamos pensado que podían servirnos para encontrar versiones espectaculares de “situaciones ViDes”, este tampoco funcionó: la plaza y el jardín ya no servían de cobijo a esa población de potenciales refugiados que nos interesaba ver, y nuestros “objetos” habían sido despejados hacia otra parte. Suele ocurrir esto, que en estos lugares, en las ciudades de Europa quiero decir, las excepciones por abajo se barren pronto, se borran, se meten debajo de la alfombra muy rápidamente. Es un mecanismo que puede funcionar solo, sin necesidad de que nadie lo impulse con malvada voluntad de ocultación; Sassen le llamó expulsión, nosotros desaparición. El caso es que cuando llegamos al Jardin Villemin este ya no acogía esos tránsitos. Aunque Carolina, con espíritu de anfitriona preocupada, tendía a pensar que esto era un fracaso, terminamos por acordar que no, que para nada, que al contrario, pues revelaba la naturaleza de los espacios de refugio en estas ciudades, móviles y precarios. Eso sí, daba más trabajo, pues nos forzaba a caminar con el ojo atento a ver dónde se habían metido los que antes eran cobijados en los espacios a donde los fuimos a buscar y no los encontramos. Escribí algo de eso en la primera viñeta de esta serie parisina. Aunque también ofrecía otra posibilidad, distinta: quedarse en el sitio y preguntarse por el rastro que quedase de lo que fuimos a buscar. En el caso del jardín del que hablo, que ya no servía de abrigo a esa población de afganos a la búsqueda de destino final, opté por eso. Lo tuve fácil, pues el studio de mi residencia de ese mes en París daba directamente a uno de los costados del jardín, que lo había sido mucho tiempo atrás del edificio, antiguo convento, que ahora se usa como residencia de investigadores y artistas. La ventana era grande y mirando desde ella pudimos detectar muchos movimientos, muchas capas, todo un universo de protecciones. Ya no cobijaba lo que fuimos a buscar, pero sí otras vidas.

Grande la ventana, ¿no? Dejaba ver casi toda la extensión del predio, un espacio de historia larga, que fue jardín, que lo dejó de ser, que lo es de nuevo. En los cuarenta, cuando nazis y Régimen de Vichy, lo era, y en una de las entradas del recinto un mensaje recuerda que no se dejaba pasar a los judíos, alejados de cualquier espacio de ciudadanía, expulsados de él, deportados, asesinados. En otra entrada, un monolito, o placa, no sé cuál es la palabra justa, recuerda a los niños del barrio que fueron deportados. Eran muy pequeños y por eso no pudieron ir a la escuela ni entrar en sus registros. No queda ningún rastro ciudadano de ellos, ninguna anotación, solo el nombre y la edad, todos de pocos meses; por eso la placa se centra en un mensaje poderoso:  “Passant lis leur nom, ta mémoire est leur unique sépulture. Ne les oublions jamais.” [Lee sus nombres al pasar, tu memoria es su única sepultura. No los olvidemos nunca]. Es el mismo mensaje que se puede leer en muchos otros parques de París, y es reciente, de 2011, cuando se dejó de no mencionar al régimen de Vichy y de ocultar la complicidad francesa en la ocupación. Pero no me interesa eso ahora, sino que el parque acoja a gentes sin registro, como cuando era la pequeña Kabul, como ahora con los “sans abri”. No es lo mismo, ya lo sé, nada es lo mismo. O sí: todos son vidas sin, seres des-. Sacarle foto a la placa no estaba del todo fuera de lugar para recoger una primera capa de este parque-cobijo.

El jardín es jardín público, y uno grande —casi dos hectáreas—. Tiene quiosco, tiene prado, tiene juego, tiene huerta. Los días de sol, muchos lo toman, y haga sol o no, los niños juegan en sus cuadrados de arena, encerrados en ellos, pero felices, o gritones. Siempre nos pareció que en París había pocos niños. Debía ser porque están todos en los jardines como este. Sé que decir que es su refugio es frívolo, pero como estamos hablando de eso y de sus distintas formas conviviendo en un mismo espacio, este, Villemin, pues oiga, este es uno. Ahí se ve, en la foto de abajo, a la izquierda. Ahí está el cuadrado de juegos, enfrente de toda esa gente sentada que mira hacia adelante, que son los padres y/o cuidadoras vigilando cómo los niños juegan. Están felices. Junto a los cuervos en la noche, las rueditas de las maletas durante el día, la música del quiosco de los sábados y los domingos, ese ruido, el del juego de los niños, es otra constante del paisaje sonoro del Villemin. Por cierto, el edificio de detrás es la residencia Les Recollets. Mi gran ventana está en el segundo piso; debe ser la sexta o séptima desde la derecha.

Villemin tiene, como otros muchos jardines de París, un espacio comunitario, que se llama “jardín” y se adjetiva “partagée”. Este lo nombran Le poireau agile y dicen las crónicas que es el primer jardín comunitario de entre los que ahora abundan en París. Está en un rincón, sobre la rue des Recollets, un rincón muy tranquilo. Es un espacio tupido y muy cuidado. Hay gente que planta verduras, otros que cultivan flores. Otros van a sus bancos y se sientan, rato largo, a leer, a comer, a estar, a fumar, a besarse. Ahí no hay ruido, aunque fuera sí. Choca, choca mucho ese silencio. No es lo mismo que ese de Xochimilco que visité una vez, otro parque que estaba también hecho de capas, y que también producía mucha calma, la de refugio-burbuja, refugio-vergel. Aún lo recuerdo. Pero en algo sí se parecen: por fuera hay ruido, nervios, bichos; dentro, tras la verja, lo contrario.

El jardín ya no cobija refugiados, no en comunidad como cuando se le llamó pequeña Kabul, pero está lleno de vidas en tránsito, de todo tipo, y de su materialidad, la maleta. Hice ya una cata sobre eso, la previa a esta de la serie de Paris, en donde la maletita era la protagonista. Hablaba en esa nota de una placita, la Madeleine Braun, que está al lado de este jardín, del otro lado de la residencia de Les Recollets, el edificio de antes. Y sus maletas, las de esa plaza, son también las de este jardín: están las maletas de los viajeros que van a o vienen de la Gare de l’Est y que hacen tiempo aquí, sentados en un banco o tirados en la hierba; las suyas son maletas de viajeros esperantes, maletas-almohada o maletas-mesa. Alguno se ve en esta foto. Está hecha desde mi gran ventana. Era un lindo día ese.

Están otras maletas, las de otros viajeros, parecidos a los anteriores pero no se paran. Van corriendo para no perder su tren o para llegar a su casa o su trabajo. Atajan atravesando el jardín hasta llegar a la estación o, del otro lado, al Quai de Valmy, sobre el Canal St. Martin. Las suyas son maletas-rueda, o con ruedas, y su ruidito sobre la tierra o el cemento de los caminitos del jardín es también una constante de mi paisaje sonoro de este mes. Es un ruido nervioso, con prisa. Puro París. Y luego están las maletas-bolsa, las maletas-tienda, las maletas-saco, que son todas maletas-casa. Entran temprano con sus dueños o dueñas, cuando el jardín se abre, y salen tarde, cuando se cierra. Pegadas a los cuerpos que visten o cobijan están por aquí o por allá: en los bancos, en el quiosco de música, en la hierba si hace bueno. Son maletas-cuerpo, y es lo más parecido que queda dentro del Jardin Villemin a los cuerpos en tránsito que fuimos a buscar y no encontramos. Pasan el día allí, y no se mueven más que para las colaciones que reciben los cuerpos que las desplazan en la Madeleine Braun o enfrente, o en la noche, cuando buscan donde dormir. El resto del tiempo, el jardín es su refugio.

Y cuando no, cuando el jardín cierra y todos los personajes (los niños, los viajeros, los paseantes, los que se besan) de la vida diurna del Villemin se van a casa, otros, los cuerpos-maleta, también lo hacen. No lo hacen en el jardín; misteriosamente, nadie salta su valla de noche. Sí en los huecos que el jardín, casi cuadrado, produce en el trazado urbano. Este de la foto es uno, el que queda entre el jardín, una biblioteca pública y una facultad de medicina. En él se cobijan, cada noche, un montón de «sans abri» [sin abrigo] que encuentran algo de abrigo así, apretujados. Decir que es «casa» para estos que no caben (del todo) en la ciudadanía, o si caben, lo hacen en su borde, sería frívolo; pero sí es, de algún modo, un hogar: un espacio propio, un refugio.

Larga historia la del Villemin, muchas capas. Fue jardín del Convento de los Recoletos y luego del hospital que lo sustituyó; fue nada durante mucho tiempo. Ahora es jardín de nuevo, abierto de día, cerrado de noche. Es hermoso, grande. Es un espacio ciudadano. Lo podíamos disfrutar silencioso desde las 7:30 de la noche, que lo cierran, hasta las 8:00 de la mañana, que lo abren, con cuervos y pajaritos en un caso, con maletitas, niños, música luego.

Y cierro ya, con los silbidos de los guardas, que, impetuosos y amables, ordenan a los ciudadanos que se vayan a casa. Con esos sonidos el Villemin acaba su jornada.